Trump tiene su modo
CENSO 2020. Preguntar para saber y que ese saber sirva
Teresa Gil
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¿Sirven los censos? Y la pregunta no es acerca del bagaje que arrojan, que desde luego es importante, sino al impacto que ese bagaje le produce a un país. Los datos que arrojó, por ejemplo, el censo de 2010, cuando gobernaba Felipe Calderón, ¿impactaron a favor de la economía, la salud, la educación? Por los informes que se tienen de ese gobierno y el de Enrique Peña Nieto que le siguió con el aporte de esos datos, está claro que no y tampoco lo fueron en mayor o menor medida, los censos anteriores si exhibimos un país como el actual, endeudado, con un pasivo terrible de 70 millones de pobres y con carencias a todos los niveles, arrastradas por décadas ¿Eso descalifica los censos?, desde luego que no, son mecanismos fundamentales de conocimientos que exhiben la radiografía de una nación, con su gente, su hábitat, sus formas de vida, los entornos que los acogen y su crecimiento o disminución. El problema reside en el tipo de gobierno que aplica los datos obtenidos. El tipo de censo, además, determina el conocimiento y también el lugar donde se aplica. Ha habido en el país centenares de censos, municipales, estatales, particulares incluso, a través de encuestas. Pero los que han trascendido por su cobertura, han sido los nacionales, como se espera que lo sea, el Censo de Población y Vivienda 2020 que aplicará del 2 al 27 de marzo el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) que será fundamental, se sostiene, “para la planeación, organización y la toma de decisiones públicas vinculadas a la educación, la salud y el ordenamiento territorial, entre otras”
DE TIRAR PIEDRAS A UN MONTÓN PARA CONTARLAS, A LA ERA DIGITAL
El INEGI creado en 1983, que tiene para este Censo 2020 un programa de 45 millones de viviendas 2 millones de las cuales se investigarán cada día por 150 mil entrevistadores, informa que será la primera vez que un censo mexicano entrará a la era digital y anuncia resultados para siete meses y medio después de levantado el censo. Los datos que se darán pueden ser, incluso, a nivel de manzanas. La historia de Xólotl rey de los chichimecas, contada con cierto tono anecdótico por el propio INEGI, se refiere a los censos que se hacían en la era prehispánica. Los ciudadanos tiraban piedras a un montón llamado Nepohualco y éstas eran contadas para conocer el número de habitantes. La población no era tan rala -quedó rala cuando llegaron los españoles y la disminuyeron-, porque el último censo de Xólotl arrojó tres millones 200 mil personas. Hubo varios conteos a lo largo de la colonia; se menciona el censo de Revillagigedo en 1790 entre otros, pero para la historia de México se recoge el primer censo formal en 1895, convocado por el gobierno de Porfirio Díaz. Habría arrojado 12 millones de habitantes contra los 126 millones que tenemos ahora. La investigadora de la facultad de Economía Claudia Montserrat Martínez Stone, dio en marzo de 2017, algunos datos que los censos recogieron cuando entró el siglo XX. Había 13 millones 607 mil 269 habitantes que lógicamente aumentaron cuando estalló la Revolución, en 1910. Sobre ese inicio de siglo, da un dato apabullante que refleja el abandono del campo, ya que en ese entonces solo 28.6 por ciento habitaban las áreas urbanas en tanto que en el 2000, las habitaban el 74 por ciento de la población. Ya en 1990 según esos datos, la CDMX y sus áreas conurbadas tenían 15 millones 047 mil 685 habitantes.
VIVIR PARA CONTARLA: GABO. LA VIDA, LOS HABITANTES Y SUS CASAS.
Algunos personajes sin duda participaron en censos, en los que las preguntas y las respuestas son fundamentales ¿Que responderían algunos filósofos, cineastas , escritores y poetas a los encuestadores del INEGI? “Vivir par contarla” respondería Gabriel García Márquez, con el título de su famosa autobiografía. “Yo solo se que no se nada” diría escéptico el griego nacido en Alopece, Sócrates. Y con su parsimonia les hablaría Pablo Neruda: “Confieso que he vivido”. El gran Juan de la Cabada moviendo su largo cabello blanco y mostrando su generosa sonrisa, le preguntaría a su encuestador: “¿que piensa usted, amigo Juan?”. Rafael Alberti el poeta español que le dedicó uno de sus libros más emblemáticos a Pablo Picasso, les contaría, “Lo que canté y dije de Picasso”. Paul Bowles se negaría a dar información. Estoy, -les diría-, ”Lejos de casa” y Federico, el gran Federico García Lorca los miraría a los ojos y se justificaría así: “porque yo ya no soy yo y mi casa no es mi casa”. Pedro Almodóvar, ¿les hablaría de “La flor de mi secreto?” Y Minou Drouet la francesa, ¿se disculparía porque tiene “Niebla en los ojos”? Fayad Jamis el cubano, ¿les tiraría “La Pedrada”? ¿Octavio Paz se referiría preocupado a “La estación violenta”? Mientras, Miguel de Cervantes, filosófico, se dirigiría a su escudero: “Ladran Sancho, Caminamos”. Carmen Laforet la española, seria, sin mostrar mucho entusiasmo diría: “Nada”, pero el también español Juan Marsé, después de responder muy educado, se iría a pasar las “Ultimas tardes con Teresa”. Alberti se despediría brevemente con un verso, ante los visitantes sorprendidos…:
Aquí no queda nadie
Todos de aquí se han ido
Dobladas las palmeras
Acosadas las nubes