Un vecino distante, desconfiado y colérico nos vigila
Mientras mis ojos se acomodan a la lectura después de una operación, pienso en aquella crónica de hace más de siete años en la que menciono Memorias de mis Putas Tristes el último libro del Nobel Gabriel García Márquez, que ahora se convoca a leer en el diario la Jornada. La pequeña novela se publicó sin eufemismos y salvo los muy retrógrados, nadie los pidió. El eufemismo es darle vueltas a una situación y presentarla en palabras de una manera agradable. Es lo que hacían los políticos mexicanos cuando disfrazaban la cruda realidad que vivía el país presentándola de color de rosa, envuelta en datos que la cotidianidad no confirmaba. Hay quienes llevados por el conservadurismo cambian un término o una frase que consideran ofensivos, por otros que se parecen, “está cañón”, en lugar de “está cabrón”. Pero en otros sectores, con ánimo de paliar situaciones que agreden a un entorno social, han cambiado términos que dan un enfoque más amable a esos problemas. Los ejemplos son muchos, los niños de la calle, son ahora niños en situación de calle, las mujeres que ejercen la prostitución son ahora conocidas como sexo servidoras. Y eufemismos se aplican a las trabajadoras domésticas, a los homosexuales, a las personas con capacidades diferentes, a los indígenas, a los marginados, etcétera. El problema del eufemismo es que esconde una realidad que no siempre se llega a profundizar.
SE CAMBIAN LOS VOCABLOS PERO NO SE TRANSFORMA LA REALIDAD
Al cambiar el vocablo o la frase, porque es importante rescatar la dignidad y censurar la discriminación, el problema es que la situación sigue. El caso del trabajo doméstico, por ejemplo, tan cacareado, no había podido ser resuelto hasta hoy, en una ley y el de los niños que deambulan en la calle expuestos a todos los peligros, se agudiza ahora con la trata que pone sus ojos en seres marginados que no tienen apoyo. Y que decir de los indígenas orillados a perder su lenguaje y sus escasos bienes, por los invasores o expulsores de su territorio. De los niños en la calle como también los configura la UNICEF cuando tienen algún lazo familiar, no hay datos concretos. Se habla de más de cien mil en países de América Latina, salvo Cuba, pese a los esfuerzos y de millones de huérfanos en el mundo, que ha aumentado la cifra de niños callejeros -otro término- en las ciudades. El problema, que va en aumento, se vincula a los niños migrantes que llegan de otros países y de otros estados a las grandes ciudades. Se les podrá decir de otra manera, pero el problema se torna grave, sin verdadera solución, para ese mundo que cifra su futuro en la niñez.
UN ÚLTIMO SUSPIRO Y UN DESEO QUE GABO PLASMÓ EN RECUERDO DE COLOMBIA
No fue muy dado a los eufemismos Gabriel García Márquez cuando escribió Memorias de mis putas tristes como tampoco lo fueron aquellos grandes escritores que se solazaron con jorobados, tuertos, mochos, mancos, muditos, como aquel personaje de José Donoso en El Obsceno pájaro de la noche. Memorias de mis putas tristes (Grupo editorial Norma, Mondadori 2004), en otras publicaciones se habla de memoria y no de memorias, es una novela corta que recoge la escritura de un anciano que al cumplir 90 años ha decidido regalarse una noche con una adolescente. Es una obra puntual en el desarrollo de un Nobel como Garcia Márquez, quien recibió no pocas críticas por tan sorpresivo libro final. Eso no evitó su traslado posterior al cine. En realidad haciendo a un lado las escaramuzas que lo llevan a un anhelo no logrado y el fondo poético que describe la cercanía con la adolescente, el libro es el recuerdo de los viejos andares cercanos a Cartagena de Indias, la vida y milagros de los pueblos y el transcurrir de esas solterías que se nutren de la moral pública y la inmoralidad secreta. Un último suspiro con un deseo que se expresó en este libro -amar a una niña a los 90 años-, que el Nobel dio como postrer recuerdo a Colombia, su verdadera patria. Breves páginas, 46, que le dicen al pan pan y al vino vino. Pero si de eufemismos hablamos, nos reconforta saber que a los corruptos, ningún eufemismo les queda. Siempre son los mismos, así se disfracen.
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