Un vecino distante, desconfiado y colérico nos vigila
Teresa Gil
Francisco Villa, el Centauro del Norte, sigue en la gran ciudad y en muchas del país y del continente, en las notas que tocan a diario los organilleros. La propia visión de éstos es la representación del gran duranguense, traje beige y gorra de capitán, el uniforme que usaban los aguerridos norteños que fueron puntal de la Revolución Mexicana. Dicen que Villa siempre llevaba consigo en sus batallas a varios organilleros para que aligeraran sus días, con esa música misteriosa y aguda que sale de los aparatos de madera. Poco repunte se ha dado hasta ahora al Año de Francisco Villa, aquel que trascendió las fronteras y que ha sido el único como dice el corrido, que le ganó una batalla al gigante del norte. No por algo envidiosos, Plutarco Elías Calles y Alvaro Obregón crearon la leyenda dura contra el gran duranguense, pero nunca pudieron robarle su nombre, aunque el más conservador de ellos, el sureño, les robó la carta. Es el que tiene más adeptos. El nombre de Villa surcó el Atlántico y se apersonó en una de las legiones extranjeras contra el dictador Francisco Franco y el gobernante Tito de Yugoslavia peleó llevando su nombre en una legión de la primera guerra mundial. En ese entonces, Villa todavía resumaba aires revolucionarios, pero en la guerra franquista algo del organillo debió haber hecho flotar su recuerdo.
Organillero ¿donde dejaste aquella canción
que antes tocabas bajo las rejas de mi balcón?
La callejuela ya no es la misma sin tu canción.
Organillero, tiempos ya idos.
Hoy que de ti surgen en mi alma
tantos recuerdos de aquel amor.
GRAN FIESTA ORGANILLERA ALEGRARÁ LA CIUDAD EN RESCATE DE UNA TRADICIÓN
Ante el rescate de las tradiciones, la jefatura de la CDMX da lustre a lo que alegró a generaciones y que aún puede dar lustre a las actuales. Para los días 19 al 21 de mayo se fijó el rescate del organillo, ese recipiente originario de Alemania, donde aún se construye, aunque en el continente se dan vuelo Chile y Guatemala. Es un raro instrumento que llegó a México en el siglo XIX y su músico cargador parece llevar el peso (porque es pesado) de una caja de madera que camina. Esta tiene manivela que es la que se mueve para darle empuje a las puntillas de bronce que son las que dan las notas. Esos artistas callejeros se detienen en un sitio (Bellas Artes por ejemplo, para leerles la plana a los concertistas) o caminan por las calles de la ciudad como músicos itinerantes. Según ha sido tradicional, esos aparatos solo pueden tocar ocho canciones a menos que las etapas modernas hayan cambiado la situación. Cada canción utiliza mil 200 puntillas, de ahí que solo consta de 9 mil 600 para completar las ocho canciones. Su música ha sido nostálgica, pero ya aparecen nuevos tiempos, con la música de ahora, de ritmos sobre todo. Se puede hacer un buen baile con un organillo. En el primer Festival de Organilleros en la CDMX participarán 90 de ellos, 30 de Chile, que como promotores apoyados por las autoridades del Centro Histórico, repuntan una música que debe de ser rescatada no solo por la jornada laboral de sus ejecutores, sino por el valor en si de una tradición que envuelve los recuerdos de grandes músicos, y las estampas de una ciudad que fue y que en sus mejores cosas puede seguir siéndolo. Las plazas Tolsá y Santo Domingo del Centro Histórico darán vuelo al espectáculo , pero también estará presente en esa bella tradición la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Del Flaco de oro:
Cantando por el barrio del amor,
se cansa mi organillo de llorar.
se mete en las orejas un rumor,
que se oye por todita la ciudad
EL HOMENAJE A VILLA ¿DARÁ NUEVA VIDA A LOS TRASHUMANTES ORGANILLEROS? A estas alturas, los organilleros más de 500 en la ciudad de México según los contó The New Times tiempo atrás, se mueven como insistentes pastores de una música ya lejana. Los grandes hechos que nos afectan dejan de lado en nosotros, viejas costumbres arraigadas que no compiten en la moderna era digital. Pero la reglita de primaria y el reluciente lápiz de grafito, siguen siendo tan útiles en determinado momento, como el más moderno teléfono digital. Esa caja de madera tan extraña y tan similar a los tipos que las cargan, es un espectáculo fuera de lugar en banquetas donde predomina la baratija neoliberal. Las respuestas agudas de las puntillas de bronce, que salen de su interior, son extrañas para sujetos inclinados en los que estallan los acordes de Neflix: el organillo cede su paso ¿Pero realmente ha cedido su paso o solo se precisa un toque de modernidad que lo actualice? Las notas musicales finalmente siempre serán las mismas.
Ya se va el organillero,
yo no se ni a donde va,
donde guarda, su canción.
Pobrecito organillero
si el manubrio te cansó,
¡Dale vuelta al corazón!