Se suele decir con insistencia que los proyectos políticos populistas ofrecen respuestas simples a problemas complejos. En eso radica el ascendiente social de López Obrador a partir de dos características singulares en él: su sensibilidad sobre lo que piensa y siente la gente y respuestas simples en lenguaje llano. En un ambiente de descontento para algunos y de desesperanza para muchos, las palabras presidenciales son bálsamo; la persistencia y martilleo crean un vínculo emocional entre el líder y buena parte de los mexicanos. Emociones son la causa del éxito de AMLO.

Los adversarios funcionan con otra lógica y dan por hecho que errores, falsedades o los malos resultados por sí mismos habrán de provocar el descontento popular o, al menos, la disminución del ascendiente presidencial. La realidad es que AMLO continúa con un sólido aval social, acompañado del apoyo interesado de una parte importante de la élite mexicana, singularmente los grandes empresarios y sus representantes. Así, sin mayor costo puede desafiar a periodistas, organizaciones civiles, intelectuales, ecologistas, malquerientes, medios de información nacionales y extranjeros; también, confrontar al sentido común convencional.

Efectivamente, el sentido común o visión de las cosas convencionales ha dejado de dominar a la sociedad mexicana. López Obrador fue el primero en entenderlo y es causa de su arribo al poder en términos de mayoritario consenso inédito. El proyecto político dominante de las últimas décadas, a pesar de las diferencias entre los gobiernos del PAN y PRI perdió credibilidad y aceptación, que se explican por la venalidad de la élite y por su incapacidad para ofrecer satisfactores materiales y simbólicos a la mayoría de los mexicanos.

La visión lineal del Presidente va muy bien con la polarización que, a su vez, se vuelve condición de eficacia política. Polarización no significa una sociedad partida a mitades, sí una mayoría pasiva y dos minorías en los extremos del espectro político y social. La disputa por el consenso de la mayoría silenciosa es dispareja. Los medios en general juegan para AMLO, cuyo protagonismo mediático deja en condiciones de desventaja extrema a sus adversarios; la narrativa del fracaso se vuelve de éxito, y los otros datos son medio para ratificar el respaldo emocional al proyecto en curso.

Las condiciones de éxito de la oposición pasan por retos monumentales. Lo primero es asumirse parte del problema. Por ejemplo, el PRI no entiende qué significan Peña Nieto y Carlos Salinas, ni los exmandatarios locales ladrones; al PAN tampoco le importa el desprestigio de sus socios. En estas condiciones, el bloque opositor representa, como López Obrador dice, la resistencia de los corruptos al cambio, y difícilmente podrán ser opción ganadora, a pesar de las insuficiencias elementales de la carta presidencial, Claudia Sheinbaum.

El bloque opositor debe pensarse en la agenda del futuro, no del pasado, ni siquiera del presente bajo la idea de que el fracaso del gobierno en turno será plataforma suficiente para el triunfo en 2024. La unidad no es suficiente, incluso puede ser contraproducente si pretende el retorno de la pluralidad. Muchas fuerzas contendiendo por el voto de manera independiente posiblemente abra la puerta de la presidencia a la minoría mayor, esto es Morena, pero se ganarían muchas elecciones locales y ninguna fuerza tendría mayoría absoluta en las Cámaras. Más aún, en tales condiciones si el PT y PVEM postulan al mismo candidato de Morena podrían perder registro, como le sucedió al PES en 2018 y, de hecho, también al PT, a pesar del 53% de los votos que obtuvo AMLO.

La visión lineal de López Obrador debe ser sujeta de escrutinio y debate, no de simple descalificación. Así, por ejemplo, como ha mostrado la encuesta de El Financiero, la iniciativa de Reforma Electoral tiene un importante consenso en la población. Así es porque se centra en un argumento desdeñado por sus opositores: el excesivo gasto electoral y la percepción de ofensivo derroche de sus políticos. Recrear al futuro es pensar desde ahora con realismo e imaginación, comprender las razones de la fortaleza del adversario.