Un vecino distante, desconfiado y colérico nos vigila
Entre las renuncias de altos funcionarios en el gobierno de López Obrador, a unos se les ha echado, como a Josefa González Blanco, Olga Sánchez Cordero, Graciela Márquez, Víctor Toledo, Eréndira Sandoval, Gabriel García y Santiago Nieto; otros tuvieron la iniciativa de partir. La suerte fue distinta en cada caso, comedimiento en algunos; insolencia y descortesía en los más. Con las revelaciones de la crisis de salud del presidente en enero de 2021, ahora se entiende la remoción de doña Olga, que la hacía responsable del gobierno ante una eventual ausencia del mandatario. A los ojos de López Obrador y de muchos otros, la ministra en retiro no era confiable; en su lugar llegó alguien que sí lo es, Adán Augusto López.
De quienes han decidido retirarse, en casi todos fue por dignidad. No todos lo dicen, se tardan, pero el momento siempre llega. Así actuaron Julio Scherer, Alfonso Romo, Carlos Urzúa, Javier Jiménez Espriú, Jaime Cárdenas y Germán Martínez. El caso de Tatiana Clouthier es singular; decir ante el presidente que se va a la porra no es tal, como quedó aclarado en la temprana confidencia que hiciera a Enrique Galván, periodista economista de La Jornada: se fue porque ya no soportaba a la jauría que rodeaba al presidente, porque no escuchaba, no entendía lo que en opinión de la renunciante era fundamental para el proyecto y para él mismo. Algo semejante al señalamiento de Jiménez Espriú, quien rechazó el giro militarista del mandatario.
Renunciar al servicio público no es fácil. Es más sencillo cuando se tiene trayectoria y vocación académicas como Urzúa, Toledo o Cárdenas, negocios qué atender como Romo y Scherer, nietos qué gozar como Jiménez Espriú y una misión política más allá de los juegos de poder, como Martínez, quien se ha constituido como una de las voces más firmes, acertadas y asertivas en la tribuna del Senado y en Radio Fórmula con Ciro Gómez Leyva.
El poder es una adicción, un tema de salud mental que, mal llevado, pudre el alma. El poder es el que deja a las personas, difícilmente éstas dejan al poder; creen detentarlo, pero en realidad el poder de ellas se apropia. Por ello casi todos involucionan cuando ejercen el poder. Sólo como ejemplo, la obsesión de López Obrador por la obediencia de sus subordinados lo hizo caer en la pendiente militarista, traicionándose a sí mismo y a una postura histórica de la izquierda.
La renuncia de la señora Clouthier deja al descubierto al presidente en un mal momento, el peor de su gobierno, porque el desastre está a la vista con escándalos y hasta sin éstos; pero sus razones son ciertas. El círculo cercano ya abandonó la responsabilidad pública y ahora está en la disputa sucesoria, acción promovida por el propio presidente. Nuevamente, al parecer ocurre no como resultado de las elecciones de 2021, sino como un efecto de la salud de López Obrador, quien se dio prisa apuntalando a Claudia Sheinbaum como sucesora. Una sucesión anticipada de resultado incierto, pero con efectos devastadores para el propio gobierno.
Ante las intrigas en su contra, Clouthier decidió irse. Por intrigas la han tratado mal dese el inicio del gobierno, el presidente reciente que se invoque su mérito en la campaña. Así, sin venir al caso, López Obrador afirma que quien le hizo ganar en 2018 fue el pueblo de México, una manera de decir que no fue su coordinadora de campaña, aclaración innecesaria ya que todo mundo sabe. AMLO, para bien o para mal, es su propio arquitecto; no hay consejero, consultor o guía espiritual que pueda con él, aunque por lo visto, sí es susceptible al elogio y a la intriga, debilidades comunes en los hombres en el poder. Rudeza innecesaria hacia quien decidió bajarse del gobierno, sobre todo cuando él mismo había anticipado que sus enemigos intentarían utilizar en su contra la renuncia. La jauría se encargó.
Los presidentes cuando ejercen el poder no advierten lo que les vendrá en el futuro, especialmente por las decisiones ingratas o el mal trato a los colaboradores. Regla invariable del quehacer político.