Libros de ayer y hoy
Desde que llegaron elecciones competidas y alternancia en el poder, el país ha pasado por mucho para bien. Pero, persiste una democracia con malos y regulares jugadores; los buenos son escasos. La medida de la madurez de los políticos no se da en la victoria, sino en la derrota. El reconocimiento al triunfo de un adversario en una elección presidencial ocurrió por primera vez con Diego Fernández de Cevallos en 1994. Seis años después, en elección de la alternancia, avalaron el triunfo de Vicente Fox sus opositores Francisco Labastida del PRI y Cuauhtémoc Cárdenas del PRD. López Obrador, protagonista central de las tres pasadas elecciones presidenciales, es el ejemplo más acabado de la negación al resultado adverso.
La inconformidad se ha extendido a los procesos de selección de candidatos, explicable porque los partidos han transitado por la democracia, pero ésta no ha transitado por los partidos. Es difícil conformarse con una decisión adversa cuando no se ofrece la oportunidad de competir o cuando es una farsa.
Con objetividad y sin prejuicio es para reconocerse que los dos agrupamientos políticos más relevantes apuestan de una o de otra manera por la competencia, con sus limitaciones y, desde luego, al margen de los tiempos legales. Las diferencias entre ambos procesos son notorias y en el caso del oficialismo es amplia la idea de que es un engaño y que será el gran elector el que determine. Por cierto, los de MC quienes dicen alejarse de las malas prácticas no ha planteado democratizar la selección de su candidato presidencial. Allí sí hay un gran elector.
Se decidió por el método de encuesta y la abrumadora mayoría de los estudios concluyen con la ventaja de Claudia Sheinbaum sobre Marcelo Ebrard. Como quiera que sea, el presidente corrió el riesgo de un periodo de proselitismo al margen de los cargos que desempeñaban los aspirantes y que participaran empresas encuestadoras seleccionadas por los competidores. Concedió a Marcelo Ebrard muchas de sus exigencias y, por lo mismo, más allá del encendido pataleo en la contienda, es muy probable que se conformará con un desenlace adverso. Presionar ha sido lo suyo.
En la oposición la situación ha sido más compleja. Hasta hoy el proceso ha sido exitoso, superando cualquier expectativa. Los partidos se hicieron a un lado y todo quedó a cargo de ciudadanos y profesionistas de reconocido prestigio y experiencia. El método es heterodoxo, nuevamente se impuso la desconfianza, que llevó a utilizar la encuesta como seguro y que la consulta se hiciera con un grupo de adherentes de los candidatos, no con población abierta simpatizante de la alternancia. Han ganado atención pública y eso no es menor.
Los malos jugadores surgen nuevamente. Jorge Luis Preciado del PAN, Silvano Aureoles y Miguel Ángel Mancera del PRD se llevan las palmas por no saber perder. Patean el espacio que se les dio y la oportunidad de competir. La inconformidad debió resolverse con discreción si se trata de crear un frente para encarar a un adversario poderoso, avasallante y que busca desaparecer al sistema plural de partidos y los fundamentos de la democracia.
La postura de Enrique de la Madrid una vez que se dio a conocer la encuesta del FAM es ejemplar, propia de un demócrata. No sólo reconocer los resultados de un juego en el que se acordaron y aceptaron las reglas, sino suscribir el proyecto, independientemente de quien llegue a encabezarlo. Como aspirante tuvo un muy buen desempeño, mucho mejor en las últimas semanas. Sin duda es un activo de la oposición y su aportación ulterior será significativa para el buen desempeño de la coalición y, eventualmente, en la conformación del gobierno de coalición. Su frase de que la 4T había resultado más tóxica que el COVID mereció del presidente un mensaje descalificador, un logro para un opositor.
Enrique de la Madrid sentó el precedente y es previsible que en el desenlace del proceso para seleccionar a quien encabezará la oposición habrá unidad, condición fundamental para competir en la elección constitucional donde se dirime el futuro del país y del sistema democrático. Su conducta avala la idea de que la democracia en el país se ha construido más con el esfuerzo, lealtad y altura de miras de aquellos que no llegaron a la primera magistratura, que de quienes la alcanzaron.