Un vecino distante, desconfiado y colérico nos vigila
Federico Berrueto
El PRI nunca se dio oportunidad para examinar sus dificultades ni la causa y remedio a sus males. Un partido nacido del poder para mantenerlo no pudo transitar a la nueva realidad política del país. A pesar de su desprestigio mantiene una base electoral amplia que día que pasa se ve reducida por el trasvase a otras fuerzas políticas, particularmente Morena. El tricolor tuvo una nueva oportunidad con el triunfo presidencial de 2012. Los nuevos dirigentes, muchos de ellos gobernadores, acrecentaron el deterioro del PRI por la venalidad, la frivolidad y el abandono de sus responsabilidades. Algunos terminaron en la cárcel. El encarcelamiento de Juan Collado y las investigaciones por los depósitos en Andorra desvelan que la corrupción fue más amplia, al igual que la impunidad. Si hay justicia llegará de fuera.
Hoy día el espacio partidista está dominado por dos exgobernadores, Alejandro Moreno de Campeche y Rubén Moreira de Coahuila. En ambos casos hay suficiente información para inferir que hubo corrupción amplia. No sólo es el enriquecimiento inexplicable, también el uso de empresas fantasma y otros recursos tradicionales para la desviación de recursos.
Para el frente opositor es un problema no tanto el desprestigio del PRI como el de sus dirigentes. Los aspirantes presidenciales asociados al tricolor tienen otra estatura política y moral. Beatriz Paredes, Enrique de la Madrid e Ildefonso Guajardo están muy lejos de Moreno y Moreira. El PAN, el PRD y los representantes de las llamadas organizaciones ciudadanas entienden la necesidad del PRI, y la aceptación de sus desacreditados dirigentes, porque tienen el control del aparato, aunque no de los militantes.
En el PRI han visto con rechazo la renuncia al partido de los senadores Claudia Ruiz Massieu, Eruviel Ávila, Miguel Ángel Osorio y Nuvia Mayorga al PRI. Se pasa por alto que la causa tiene como origen a Alejandro Moreno y Rubén Moreira. Fue un intento de recordarle a sus compañeros de viaje opositor la precaria calidad política de quienes dirigen al PRI y su frágil lealtad. Para algunos un arrebato, cuando en realidad es un llamado de atención para impedir que la dupla construya una fracción parlamentaria sometida a sus intereses personales al amparo de un movimiento opositor. Su apuesta no es ganar la presidencia, sino continuar en el control del aparato partidista y hacer de su representación legislativa un recurso para el chantaje político y eventual venta al mejor postor. Una combinación de PT y PVEM con esteroides.
Si la oposición necesita del PRI, para los dirigentes tricolores todavía es mayor a manera de esconder su desprestigio y ganar espacio que por sí mismo sería imposible. Por ello cedieron en el método de selección de candidato y que hubiera una conducción ciudadana mayoritaria. Precisamente, la prioridad no es la elección presidencial, sino el reparto de las candidaturas de mayoría al Congreso. Quien resulte candidato(a) habrá de enfrentar a las burocracias partidistas, no sólo la del PRI en su determinación de hacerse de los cargos legislativos, fuente para el chantaje y la extorsión disfrazada de negociación.
La renuncia de los senadores del PRI tendrá sentido en la medida en que se mantengan en el frente opositor. Muchos anticipan que pasarán al Movimiento Ciudadano, cuando esta organización se ha vuelto funcional al obradorismo, además de que, sin candidato presidencial fuerte, política o electoralmente muy poco significa, a grado tal que no se excluye se vea obligado a sumarse a la candidatura opositora, especialmente si prevaleciera Beatriz Paredes o Xóchitl Gálvez.
El diseño político de las dirigencias partidistas no fue el triunfo en la elección presidencial, sino hacerse de prerrogativas y fuerza parlamentaria para extorsionar en condiciones de privilegio al gobierno morenista, de no alcanzar Morena mayoría en la Cámara de Diputados que es donde se aprueba el presupuesto. La irrupción de Xóchitl Gálvez los toma por sorpresa porque abre la expectativa de ganar la presidencia y, eventualmente, un gobierno de coalición que, por razones elementales de probidad y credibilidad, excluye a la dupla que motiva la fractura del PRI. Una batalla que habrá de iniciar al momento de definir los candidatos a legislador.