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Los “obreros de la historia”
En un encuentro académico en San Cristóbal de las Casas se demostró sin lugar a dudas y dentro del más riguroso marco científico que el periodismo no es el pariente pobre de la historia y que los periodistas, en ocasiones sin querer y en otras a pesar nuestro, jugamos un papel importante para el conocimiento de las sociedades.
De casi cien trabajos a cual más sugerente -entre ellos el postulado de Benito Juárez para “hacer la guerra con la pluma” o la convicción de Ángel Pola de que el periodista es un “obrero de la historia”-, hoy rescato para mis lectores la nunca antes conocida y no por increíble menos verídica historia del sin lugar a dudas más extraordinario y singular de los periodistas mexicanos: Romualdo Moguel Orantes, conocido en su natal Chiapas como don Ruma, nacido el 16 de agosto de 1881 en el pueblo de Jiquipilas y falleció el 16 de julio de 1956 en Tuxtla Gutiérrez.
Sarelly Martínez y José Luis Castro han investigado la vida y la obra de este personaje quien además escribió bajo el seudónimo de “El Príncipe del Dolor”.
Encontramos en su vida y su obra un retrato de la sicología del periodista sin recurrir a la teoría del conocimiento, a la semiología o al abultado portafolio de la sociología de la comunicación.
De 1920 a 1956, don Ruma escribió, editó y distribuyó su propio periódico, La Nueva Estrella de Oriente, mejor conocido como La Estrellita. En esto no se diferenció de muchos otros que decidieron echarse a espaldas todo el ciclo de producción cuando las circunstancias económicas, y particularmente las políticas, inhibían el libre ejercicio de la profesión.
Y vaya que don Ruma tuvo éxito. Al día de hoy su nombre se recuerda en certámenes, engalana a clubes de la pluma y es sinónimo de valentía y honradez. “Es el paladín de los periodistas chiapanecos”, dice en su trabajo Sarelly Martínez.
José Luis Castro recuperó la descripción que de don Ruma hizo el escritor Gustavo Montiel: “Era un hombre de aspecto distinguido y modales elegantes; vestía impecable traje claro de dril, camisa limpia, chaleco y corbata; siempre andaba con sombrero y usaba un bastón, que portaba con gran desenvoltura; piel blanca, esbelto, delgado, alto y erguido; barba negra y larga, al estilo del siglo pasado, andar rápido y con paso firme, parecía un respetable rabino judío”.
¿Qué lo distinguió de otros aguerridos y comprometidos informadores? Ni más ni menos que durante 36 años don Ruma circuló con regularidad entre los lectores chiapanecos el único periódico manuscrito de que se tenga noticia. ¡Ese es compromiso y no fregaderas!
“Su actividad, llevada a cabo con constancia, obsesión y mucho de locura, fue apreciada en su tiempo y hoy una asociación de poetas lleva su nombre. Si se revisan sus textos, sin embargo, nos encontramos con párrafos ilegibles, con desconocimiento de la gramática y la ortografía. Sus defensores señalan que don Ruma construía esos párrafos para mostrar su rebeldía al sistema político mexicano”, dice Martínez.
A los 20 años, Romualdo emigró a la ciudad de México, en donde fundó su propio periódico, Diario de un Tuxtleco, en 1911. Fue huésped de La Castañeda. Regresó a Chiapas y emprendió varios negocios. En 1921 contendió por la Presidencia Municipal de Tuxtla y es entonces cuando establece, como órgano de campaña, La Estrellita. Pierde la elección. Persiste y, con su propio partido, el “Filosófico político”, disputa la senaduría, aunque también sin éxito.
“Después de su derrota […] decide dedicar su vida a exhibir a los políticos corruptos, y esto lo lleva a cabo con la edición manuscrita de su periódico, ya que no tenía los recursos para costear la impresión. Aunque se dedicó al periodismo con fervor, le confesó a Marcelina Galindo Arce que lo que en realidad quería ser era Presidente de la República, pues se consideraba un hombre honrado”, nos dicen los investigadores.
La Nueva Estrella de Oriente era impreso en el papel que tuviera a la mano su editor: podía ser papel periódico, estraza, bond, de china, pero el que prefería don Ruma era el cebolla. Sus dimensiones y el número de sus columnas también eran muy variables, aunque por lo general era de 22 por 34 centímetros. Eso dependía del tino de don Ruma para recortar el papel y su humor para dividir el pliego en columnas.
Hay ejemplares de diez columnas y otros de una sola. Sus páginas no rebasaban una plana. En eso era ortodoxo. El tiraje podía ser de 15 a 100 ejemplares y sus ediciones fueron aleatorias: cuando sentía que así lo ameritaban los acontecimientos y sus pensamientos, sacaba números extraordinarios al mediodía y por la tarde.
Romualdo escribía un original con una cantidad de copias al carbón y la distribución la llevaba a cabo él mismo. Iba al Palacio de Gobierno, Presidencia Municipal, Alameda, hoteles, refresquerías y casas particulares. Sus destinatarios eran reacios a aceptar La Estrellita. Por eso, con comedimiento tiraba la hoja manuscrita a los pies del potencial lector al tiempo que gritaba: “¡La calavera!”
De 1922 a 1950, La Nueva Estrella de Oriente se repartió gratuitamente. Después impuso el precio de cinco centavos, con el agregado de que el editor lo leía a los compradores.
No faltó entonces quien comparara a don Ruma con un Quijote chiapaneco, pues como el de La Mancha, éste había perdido la razón. Mas igual que aquél, llamó la atención de sus contemporáneos. Enrique Aguilera Gómez, Santiago Serrano, Héctor Cortés Mandujano, Rosario Castellanos y Carlos Ruiseñor Esquinca, escribieron sobre el personaje.
Yo, por mi parte, creo que la carrera de Romualdo Moguel confirma que de médico, periodista y loco todos tenemos un poco. Y que más vale ser un orate limpio y luchador, que un cuerdo facineroso.
Creo que Sarelly y José Luis coincidirían en esto conmigo. Les voy a preguntar.
11 de octubre de 2020