Libros de ayer y hoy
Sin duda el reclamo de seguridad pública –en un Estado democrático–, es una exigencia que vale para la sociedad toda, en general.
Está claro que en democracia el Estado está obligado a proteger la vida, los bienes y las libertades de todos los ciudadanos, en general.
Y también es cierto que en toda democracia que se respete, no existen o no debieran existir ciudadanos de primera y de segunda en cuanto a la garantía de seguridad pública.
Y si todo lo anterior es cierto, obliga preguntar.
¿Por qué en México cobra mayor relevancia la urgencia de brindar una mayor y más eficiente protección a los periodistas? ¿Acaso los periodistas son –somos–, mexicanos de primera?
¿Será que el resto de ciudadanos son –somos–, mexicanos de segunda?
Lo cierto es que una sociedad funcional, de plenos derechos, no debiera otorgar protección especial a ningún sector social, en particular.
Sin embargo, el Estado mexicano, igual que muchas sociedades del mundo es un Estado disfuncional y actividades específicas, como las de informar y/o criticar, son profesiones estigmatizadas desde el poder mismo.
Para nadie es nuevo, por ejemplo, que todos los días, desde Palacio, el presidente sataniza a sus críticos y azuza a la sociedad para combatirlos.
Basta recordar el clásico: “No se pasen, porque ya saben lo que ocurre… la sociedad sabe que hacer”; remedo vulgar del “no les pago para que me peguen”, del también populista y autócrata López Portillo
Tampoco es nuevo que, incluso antes de llegar al poder, AMLO ordenó y pagó una costosa campaña contra el autor de Itinerario Político, en un intento por callarme.
Lo grave es que si el presidente es el primero en perseguir y linchar a los periodistas, podemos imaginar el mensaje que llega a los caciques de pueblo, a los tiranos de gobiernos estatales y, sobre todo, a los jefes mafiosos.
Sí, el mensaje que llega a los poderes fácticos y jefes criminales es el mismo de Palacio: “el mejor periodista es el periodista callado o muerto”.
Y curiosamente esos poderes formales y fácticos son los que a diario estigmatizan a los periodistas por los supuestos privilegios de su profesión.
Acusan, por ejemplo, que es falsa la importancia de su labor social y el valor de su actividad al informar y crear opinión pública.
Y también es cierto que quienes así piensan tienen una dosis de razón.
¿Por qué?
Porque en una sociedad de libertades plenas, como ya se dijo, la labor de un médico, arquitecto, ingeniero… debiera tener la misma importancia que la de un periodista.
En todo caso la diferencia se localiza en dos gemelas bastardas que han pervertido al Estado mexicano.
1.- El populismo autoritario que está de vuelta en México, con López Obrador.
2.- Y la necesidad urgente del poder en turno de ocultar la realidad y callar toda crítica al fracaso estrepitoso del gobierno AMLO.
En el fondo, el objetivo del ataque criminal contra los periodistas mexicanos es el típico “castigo ejemplar” de López Obrador.
Es decir: “¡vean lo que le pasa a los que se atreven a cuestionar al dictador López!”. ¿Y qué les pasa a los periodistas críticos de López?
Son asesinados. Y punto.
Lo peor es que el Estado mexicano no mueve un dedo.
En el fondo se intenta acabar con el objetivo central de la actividad periodística; la construcción de la llamada “opinión pública”; institución del Estado moderno que, al mismo tiempo, es el pilar de la democracia.
¿Lo dudan?
Aquí el mejor ejemplo: el Tribunal Constitucional Español definió así la importancia de la opinión pública: “La libertad de expresión y el derecho a la información no sólo son derechos fundamentales de cada ciudadano, sino que significan el reconocimiento y garantía de la institución política fundamental, que es la opinión pública libre, indisolublemente ligada con el pluralismo político, que es un valor fundamental y un requisito de funcionamiento del estado democrático”.
Dicho de otro modo, resulta que la información y la opinión fabrican los ladrillos para edificar esa poderosa institución llamada “opinión pública”, que es el verdadero motor de la democracia.
Sí, el trabajo periodístico de informar y criticar es el combustible que hace posible la “libertad de expresión”; motor de todas las libertades.
En pocas palabras, sin “información” y la sin “opinión”, las sociedades humanas no habrían llegado a donde ha llegado.
Por eso tiranías, como la de AMLO, hacen lo imposible por callar a los periodistas, quienes al exige justicia y protección para su gremio, en realidad están exigiendo justicia y protección para todos los ciudadanos.
Sí, somos todos los ciudadanos, no solo los periodistas. Al tiempo.