Los límites de la complacencia
La imagen es dantesca.
Imagen propia de “El Infierno” de Dante; retrato impensable e imperdonable de la realidad que vive una democracia fracasada y fallida, como la democracia mexicana.
Imagen que no solo indigna, sino que nos lleva al extremo de arrancar los sentimientos más profundos y más controvertidos.
La imagen de un hombre que muere a las puertas del hospital donde debió ser atendido, el Magdalena de las Salinas, de la Ciudad de México.
Imagen de un hombre moribundo, víctima de secuelas de la pandemia, incapaz de mantenerse en pie y que, tirado a las puertas de un hospital, se ahoga por la evidente falta de oxígeno.
Imagen que exhibe, entre el moribundo y el hospital, una puerta de cristal que deja ver a un guardia que, impávido, decide quien entra, quien vive o, sobre todo, quien muere. El guardián de la vida y de la muerte.
Imagen que exhibe a uno más de los cientos de miles de moribundos, de mexicanos derrotado –no por la pandemia–, sino por la indiferencia oficial.
Y es que el problema no es una pandemia global y menos sus secuelas. El verdadero problema es la incapacidad oficial para atender los estragos de la pandemia, sus secuelas y, en especial, la muerte de miles de mexicanos a causa de la indiferencia del presidente Obrador.
Y es que la vida del hombre tirado en la calle se pudo salvar si los gobiernos federal o de la capital hubiesen aplicado políticas efectivas de prevención.
Pero el hombre de la imagen, el hombre tirado frente al Hospital Magdalena de las Salinas, es otro de los más de 160 mil mexicanos que pierden la vida, en el abandono total.
Claro, abandono por parte del Estado ya que, de rodillas, junto al moribundo, un joven suplica por un médico, por una última esperanza, para salvar la vida de quien pudiera ser su padre.
“¡Por favor… por piedad!”, grita el joven en medio del llanto.
Antes, había golpeado la puerta, esperanzado en llamar la atención de un médico y/o de una enfermera.
“¡Ahí va uno…!”, “¡ahí va otro!”, suplica el joven del video al policía que resguarda la puerta, mientras señala a un hombre de bata, a una mujer que del otro lado del cristal pasa indiferente.
“¡Por favor, ayuda… se está muriendo; por favor, aún está vivo!”, gritan al mismo tiempo voces de mujeres desesperadas, también en medio del llanto.
Y es que, tirado en la calle, el hombre deja escapar los últimos alientos de vida. Moribundo parece despedirse.
Otro mexicano que, tirado en la calle, perdió la batalla frente a uno de los mejores hospitales públicos: el Magdalena de las Salinas.
Sin embargo, y a pesar de su gravedad, nadie del reputado hospital hizo nada por un hombre que moría en la calle, ahogado por el ataque del virus a su sistema pulmonar; nadie lo atendió y nadie le permitió el ingreso a uno de los mejores hospitales del país.
Pero los que nunca se rindieron son los familiares del hombre tirado en la calle, frente al hospital. Y es que la desesperación y la angustia empujaron a una mujer a un recurso extremo; a la respiración de boca a boca, al hombre moribundo. La escena desgarra y estremece.
Minutos después, el hombre tirado en la calle perdió la batalla, sin un médico que lo atendiera, sin una cama con oxígeno, sin medicamentos…
Un ciudadano más, de los casi 130 millones de mexicanos que no tienen la suerte de vivir en un Palacio, que no cuentan con atención médica personalizada, de médicos y enfermeras en su casa.
Sí, la imagen arriba descrita es la imagen de la tragedia que han vivido miles, o cientos o miles de mexicanos, todos los días y en todo el país.
En efecto, pocos han muerto, tirados en la calle, frente a un hospital.
Y es que antes del desenlace, muchos familiares de enfermos prefieren despedir a sus seres queridos en su casa.
Vivimos entre la realidad de los mexicanos que mueren tirados en la calle y de aquellos que mueren en la cama de su casa, porque el gobierno de López Obrador no es capaz de atender a esos enfermos.
Sin embargo, la lección es demoledora.
A miles de mexicanos no los mató la pandemia, sino que los mató la irresponsabilidad oficial; aquella que olvida que la prioridad es la salud, la seguridad, la vida.
Una imagen dantesca, la de un mexicano muerto en la calle, frente a un hospital, que debe avergonzar al presidente López Obrador, a todo su gobierno, a los diputados y senadores del partido oficial y al Estado todo.
Una imagen que avergüenza a la sociedad y que confirma la muerte de la democracia mexicana.
Una imagen que debe avergonzar a todos los ciudadanos.
Al tiempo.