Teléfono rojo
Cuando se hizo público que Norberto Rivera resultó positivo para Covid-19, no pocos malquerientes del jerarca católico hablaron de un supuesto “castigo divino”.
Otros, incluso, dijeron que en vida estaba pagando quén sabe qué culpas, ya que trascendió que el Cardenal Primado no contaba con dinero suficientes para ser atendido en un costoso hospital privado.
Luego, cuando el propio presidente López Obardor reveló que fue detectado como positivo para Coronavirus, se desataron las fobias y las filias al extremo de que una sociedad polarizada –por el propio mandatario-, se encargó de poner en duda la verdacidad del contagio.
¿Y por qué no lo creyeron? Por elemental congruencia social.
Y es que, en rigor, nadie esperaba que una sociedad engañada todos los días y de manera sistemática, le creyera al presidente que se había contagiado de Covid, luego que cada mañana dice 80 mentiras en promedio.
Pero la historia no terminó con el contagio de AMLO.
Poco después, el virus confirmó su origen profundamente democrático cuando se hizo público que la pademia también alcanzó a Carlos Slim, el mexicano más acaudalado y uno de los hombres más ricos del mundo.
También en el caso de Slim se desató la polémica.
Y es que muchos mexicanos que odian al empresario –y lo odian por ser un potentado exitoso–, festejaron que el virus alcanzado al presidente del poderoso Grupo Carso. Es decir, el Covid-19 no distingue clases sociales y tampoco hace excepción por el color de piel y menos por la filiación religiosa.
Sí, el Covid-19 infecta lo mismo a un presidente, como Obrador, que a un potentado, como Slim y/o a un jeraca religioso, como Norberrto Rivera.
Pero esa no es ninguna novedad.
El problema no está en el carácter democrático de la pandemia –democrático porque alcanza a todos–, sino en la desigualdad social que acompaña a la mayoría de las víctimas del virus.
Es decir, que si bien el virus tiene la capacidad de infectar a todos, sólo los privilegiados tienen acceso a una atención de primer mundo, a médicos y medicamentos; camas y ventiladores, oxígeno y atencion especializada.
Y es que, al final se confirmó que, por ejemplo, Norberto Rivera fue atendido en un hospital de lujo, mientras que el presidente López Obrador tiene en su Palacio todos los médicos, enfemeras y equipos necesarios.
A su vez, sorprendió la humildad de Carlos Slim, quien a pesas de que es dueño de una importante cadena de hospitales privados, prefirió acudir a una institución pública; al Instituto Nacional de Nutrición.
Aún así, la tragedia es que los más de 150 mil mexicanos que han perdido la vida a causa de la pandemia, no tuvieron acceso –no se diga a un hospital privado–, sino a una cama de hospital público.
Muchas de esas vidas se pudieron salvar si el presidente Obrador y su gobierno hubiésen hecho lo correcto; reaccionar pronto y con una política publica acertada; si hubiésen tomado en serio la letalidad de la pandemia; si hubiésen canalizado los recusos públicos suficientres, para hacer más pruebas, para tener más camas, más médicos, medicamentos y el oxígeno suficiente.
Sí, la pandemia es poderosamente democrática -contagia a todos–, pero el Estado mexicano, el gobierno y el presidente Obrador se encargaron de acentuar la desigualdad; una desigualdad criminal que mató a los más pobres.
Y es que de manera irresponsable, López y su gobierno abandonaron a los que menos tienen; en forma criminal omitieron la compra de vacunas y en una respuesta propia de un criminal de Estado, Obrador despilfarró recursos en obras faraónicas, mientras perdieron a vida ciento de miles de ciudadanos.
Por eso, desde el 9 de abril de 2018, en el Itinerario Político titulado “Candidatos: ¿y la salud física y mental?” aquí exigimos conocer la salud de los entonces aspirantes presidenciales.
Así lo preguntamos: “¿Los candidatos están capacitados, física y mentalmente, para ejercer el poder presidencial? ¿Tienen problemas de salud física? ¿Tienen padecimientos mentales? ¿Son medicados? ¿Qué medicina utilizan? ¿Alguien sabe si tal o cual medicamento altera sus facultades mentales? ¿Qué institución sería responsable de una evaluación de las facultades físicas y mentales de los presidenciables?
“¿Se debe atender como alteración mental la recurrencia al engaño y la mentira de algunos presidenciables? ¿La mitomanía es enfermedad mental? ¿Cuántos de los candidatos son mitómanos? ¿Quiénes son? ¿Está capacitado un mitómano para asumir el timón del Poder Ejecutivo?” (Fin de la cita)
Hoy, casi tres años después, sabemos López Obrador no sólo es un presidente contagiado de Covid-19, sino incapaz de desempeñar el cargo de presidente.
¿Por qué?
Porque en 25 meses de gestión, los hechos confirman su mitomanía compulsiva, sino un totsl fracaso al frente del Poder Ejecutivo.
Un fracaso de tal magnitud que hoy los pobres son más pobres; son los primeros en encontrar la muerte a causa del Covid-19, los primeros en estar desempleados y los primeros abandonados a su suerte.
Sí, López Obrador era y sigue siendo el mayor peligro para México y los mexicanos. ¿Aún lo dudan?
Al tiempo.