Trump tiene su modo
La tarde del domingo 24 de enero --a las 18:30 horas--, el presidente López Obrador le anunció a México y al mundo que resultó positivo en la prueba para Covid-19.
Sí, el virus alcanzó al mandatario que desestimó la letalidad del contagio; al presidente que rechazó al uso de cubrebocas, que privilegio “los detentes” y que nunca suspendió su proselitismo clientelar.
Y, como era de esperar, de inmediato aparecieron las muestras reales de solidaridad con el mandatario mexicano, mientras que en el otro extremo se evidenció que la supuesta preocupación fue sólo “de dientes para afuera”.
También quedó claro que “las otrora benditas redes” ganaron la batalla por lo “políticamente correcto”, sobre todo ante la amenaza de plataformas como Twitter, que amagaron con cancelar cuentas de aquellos que aplaudieran el contagio del mandatario mexicano.
Sin embargo --y a pesar del riesgo de perder cuentas en redes--, nadie pudo evitar que --por horas--, se convirtiera en tendencia el recelo ciudadano ya que muchos no creyeron la veracidad del contagio presidencial.
Es decir, miles dudaron de la certeza del contagio y especularon sobre una potencial cortina de humo por parte del gobierno y del mismo presidente.
Y, por eso aparecieron las preguntas.
¿Qué significa la “duda razonable” sobre la veracidad o no del contagio de López Obrador?
La primera conclusión confirma la hipótesis de que el presidente mexicano es victima de sus propias mentiras.
¿Y por qué victima de sus propias mentiras?
Porque AMLO ha mentido tanto y de tal magnitud que –en su gobierno de sólo 25 meses–, muchos mexicanos ya no creen nada de lo que dice y, por otro lado, que todos los dichos del presidente son sometidos al contraste “de los otros datos” de Palacio, frente a “la terca realidad”.
Es decir, que el presidente es tan mentiroso que los mandantes ya no le creen ni lo elemental; el contagio de Covid-19, luego AMLO formuló 50 mil mentiras, en Cadena Nacional, según la consultora SPIN.
En esa misma línea del descrédito de López, otros suponen que la perversión presidencial es tal que pudo inventar el contagio para aparecer como una victima y, con ello, recuperar parte de la confianza ciudadana.
Sin embargo, la verdad es que luego de 48 horas, nadie sabe, a ciencia cierta, si el presidente realmente resultó contagiado, nadie sabe quién lo atiende; nadie sabe si está en un hospital privado o en una institución publica; tampoco se conoce el nombre del o los médicos que lo atienden y menos se tiene certeza sobre el tratamiento médico al que es sometido.
Nadie sabe si los medicamentos que le suministran afectan sus facultades mentales; nadie sabe por cuanto tiempo recibirá el tratamiento contra la pandemia; no se sabe si había sido vacunado con anticipación, tampoco se conoce el origen del contagio y menos se tiene certeza del número de personas que estarán en cuarentena luego de la gira del fin de semana.
Lo que sabemos es que el sábado y domingo, ya con síntomas de Covid-19, Obrador subió a dos aviones comerciales; visitó Nuevo León y San Luis Potosí: saludó a dos gobernadores; interactuó con casi todo su gabinete; se reunió con 10 de los 12 empresarios más influyentes de México y Nuevo León y con ellos pactó el apoyo a la candidata de Morena, Clara Luz Flores Carrales, con quien desayunó el domingo 24 de enero.
Lo que si sabemos es que la credibilidad en el presidente mexicano está por lo suelos, que una mayoría de ciudadanos no cree siquiera que haya sido contagiado por Covid-19 y sabemos que un presidente sin credibilidad es un presidente sin legitimidad y cuyo gobierno está al borde del precipicio.
Y es que si bien nadie le desea mal al presidente mexicano –y muchos desean que pronto supere la enfermedad–, también es cierto que todos los ciudadanos han sido testigos del manejo irresponsable de la pandemia, de su desdén por la letalidad del virus y, sobre todo, de los crímenes de Estado que por omisión o desdén comete López Obrador.
Y también sabemos que una vez que las mentiras alcanzaron al mandatario mexicano y a su gobierno –y una vez que la sociedad dejó de creer en lo que dice y pregona el presidente–, lo que viene es el uso de la fuerza, para mantener el poder.
Y lo que viene es la dictadura, lo que toca la puerta es fraude electoral de proporciones descomunales, en junio próximo, al tiempo que seremos testigos de la muerte de la democracia y del regreso del PRI más autoritario de todos los tiempos. ¿Lo dudan?
Al tiempo.