Un vecino distante, desconfiado y colérico nos vigila
En política y en el ejercicio del poder el fracaso siempre tiene nombre y apellido.
Por eso, el responsable del fracaso de López Obrador en la Casa Blanca se llama Marcelo Ebrard, quien en los hechos ya no trabaja como secretario de Relaciones Exteriores sino como aspirante presidencial; actividad ilegal que desempeña con el dinero de los impuestos ciudadanos.
Y si dudan que Marcelo ya no es el encargado de la diplomacia en el gobierno mexicano, basta recordar que en los previos al encuentro López-Biden, el canciller viajaba por Indonesia y Corea –en promoción personal–, mientras funcionarios menores y sin experiencia exponían al mandatario mexicano al mayor de los ridículos.
Más aún, horas antes del diálogo entre los presidentes de México y Estados Unidos, Marcelo Ebrard apareció en Washington en un grosero saludo “con sombrero ajeno”. Sí, como si se tratara del centro de atención, en redes agradeció “el caluroso recibimiento” que le dispensó a él la comunidad mexicana, no al presidente.
Y mientas que Obrador hacía el ridículo en el Salón Oval, Marcelo Ebrard afianzaba sus relaciones con políticos, funcionarios y legisladores norteamericanos.
Y es que, debemos insistir, Marcelo ya no despacha como titular de Relaciones Exteriores, sino como jefe de su propia campaña presidencial.
Por eso nada le importó que en el encuentro con Biden, el mandatario mexicano no solo hizo el ridículo a causa de su desastroso lenguaje corporal y por la disparatada lectura durante más de 30 minutos en el Salón Oval, sino por una fallida planeación, de principio a fin, de la visita a la Casa Blanca.
Una reunión de los mandatarios de México y Estados Unidos que, como se dijo aquí en su momento, “pasó de noche” tanto para los mexicanos, como para los norteamericanos.
Diálogo de sordos que la prensa norteamericana no solo ignoró sino que desdeñó por completo.
Y es que no existió un solo resultado positivo de la montaña de temas de la agenda bilateral, además de buenos deseos, buenas intenciones y el reiterado bla, bla, bla, del populista López Obrador.
Sí, le guste o no al presidente, en los hechos asistimos a otro fracaso diplomático del gobierno de AMLO –uno más–, a pesar de que en México, y al más rancio estilo del viejo PRI, “la cargada” de gobernadores de Morena le dieron la bienvenida al presidente, luego de su breve gira por Estados Unidos, como si se tratara de un apóstol.
Lo peor, sin embargo, es que en México nadie se atrevió a resaltar las grandes ausencias del encuentro entre los presidentes López y Biden.
¿Grandes ausencias?
En efecto, a pesar de que en sus mañaneras Obrador grita y desgarra las vestiduras a favor de “levantar el bloqueo a Cuba”; a pesar de que lloriquea para que se cancele el financiamiento a ONGs mexicanas que ponen en jaque a su gobierno; a pesar de que inició una campaña para desmantelar la Estatua de la Independencia y que llamó “mentirosos” a congresistas norteamericanos, nada de eso mencionó AMLO en el encuentro con Biden.
¿Y por que AMLO no exigió a gritos, en la Casa Blanca, lo que bravucón reclama a diario en sus mañaneras?
Por una razón elemental que en México todos conocen.
Porque la narrativa discursiva de López en casa es un recurso “engañabobos” que va dirigido –sí y sólo sí–, a la “Legión de Idiotas” que aún lo aplauden.
Asistimos a un fracaso de escándalo, a pesar de que buena parte de la prensa mexicana –salvo contadas excepciones–, se encargó de engañar a los ciudadanos con un puñado de supuesto éxitos del presidente; engaños como el exhibido en la primera plana del diario Milenio, de un inexistente compromiso de Biden para la entrega de visas de trabajo a mexicanos.
Y si dudan, así tituló Milenio su primera plana el miércoles 13 de julio: “AMLO saca a Biden promesa de 600 mil visas para migrantes”.
¿Habrán entendido los editores de Milenio que la entrega de visas no es facultad del presidente de Estados Unidos, sino del Congreso de aquel país?
Un Poder Legislativo que, por cierto, rechazó darle a López Obrador una recepción de Estado.
Y acaso esa fue la mayor ofensa que ha recibido el presidente mexicano; resulta que ni Trump ni Biden han sido capaces de mover los hilos del poder y la política de su país para que la visita de López fuera considerada como “visita de Estado”. Se quedó en un mero “encuentro de trabajo”.
Un encuentro que exhibió la incapacidad de la diplomacia mexicana y del canciller Marcelo Ebrard, como para negociar y acordar detalles tan elementales y al mismo tiempo significativos, como que el presidente mexicano debió ser recibido por Biden, en el pórtico de la Casa Blanca.
Detalles como recomendarle a Obrador una redacción breve, puntual y dirigida a objetivos claros, y no el desorden discursivo de media hora que, al final, no se incluyó siquiera en el comunicado conjunto y que por su ambigüedad no fue tomado en cuenta por la prensa de aquel país.
Detalles como haber previsto el encuentro entre los presidentes en un día “mediáticamente limpio”. Es decir, lo menos cargado posible de actividades del presidente huésped, del Congreso y, en general, de la agenda de los norteamericanos.
Detalles como una rueda de prensa libre, con los grandes medios norteamericanos, para exhibir al mejor presidente del mundo sin los controles oficiales que, en los hechos, ratifican que en México no existe prensa libre y que impera la censura oficial.
Detalles como haber garantizado que al encuentro con empresarios de Estados Unidos también asistiera el presidente Biden, quien horas después de la visita de AMLO, ya viajaba a Medio Oriente, en tanto que en el Congreso norteamericano se desahogaba una más de las audiencias del intento de golpe de Estado que en enero del 2020 llevó a cabo el presidente Trump.
Y detalles como evitar el ridículo del presidente al salir al balcón del hotel donde se hospedó, a saludar a una multitud de acarreados que no llegaron cuando debieron llegar.
Por eso la pregunta obligada.
¿Quién es el responsable del nuevo fracaso de López Obrador a los ojos del mundo?
Ese responsable tiene nombre y apellido; se llama Marcelo, se apellida Ebrard Casaubón y no se desempeña más como secretario de Relaciones Exteriores, sino como jefe de su propia campaña presidencial.
Por tanto, es momento de que Marcelo Ebrard renuncia, para no provocar más daño al presidente Obrador y para llevar adelante su campaña, sin el lastre de la diplomacia mexicana.
Claro, a menos que la tarea de Marcelo sea la destrucción del presidente de México.
Al tiempo.