Un vecino distante, desconfiado y colérico nos vigila
El lenguaje corporal era inequívoco.
Un lenguaje que grita que el presidente mexicano está severamente debilitado; no sólo física sino políticamente.
Y es que el pasado 5 de febrero llegó casi arrastrando los pies, cabizbajo y malhumorado al recinto en donde se conmemoró el 106 aniversario de la promulgación de la Constitución.
Peor aún, minutos antes del evento, el rencoroso presidente ordenó cambiar el orden de prelación de los lugares que ocuparían los presidentes de la Corte y del Congreso.
Ordenó arrinconar a la ministra presidente de la Suprema Corte y al diputado, presidente del Congreso.
Pero no contó con la derrota que de manera impensable pero valiente le propinó la ministra presidente de la Corte, Norma Piña, quien permaneció sentada al arribo del mandatario.
Es decir, Norma Piña impuso el verdadero protocolo de una democracia representativa y regida por la histórica poderosa división de poderes.
Por eso no se puso de pie ante la llegada de un López Obrador que la miró de reojo con un inevitable gesto de rabia contenida.
Sí, una mujer valiente y exigente del respeto a la división de poderes y que regaló una valiosa lección de congruencia, valentía y respeto a las mujeres de México y a los mexicanos todos.
Una lección que, por cierto, debiera avergonzar a muchos políticos varones; en su mayoría cobardes que no se atreven a enfrentar al tirano López Obrador, como lo hizo la ministra presidente de la Corte.
Y es que vale recordar que, según la Constitución, son poderes paralelos el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial; poderes de idéntica jerarquía y que según la Carta Magna son precisamente poderes equilibradores.
Por tanto en una democracia con auténtica división de poderes, ostentan idéntica jerarquía la jefe del Poder Judicial, el jefe del Poder ejecutivo y el jefe del Poder Legislativo.
Y no, no se trata de un “cambio de formas” que irritó visiblemente al presidente y a sus lacayos, quienes no ocultaron su enojo y repudio.
En realidad se trata de una corrección de formas y el fin del “culto al señor presidente”, ese rey sexenal que ha enloquecido a López Obrador y que mantiene en calidad de lacayos a la gran mayoría de los políticos mexicanos.
Y para fortuna de todos fue una mujer la que logró tal corrección de las formas constitucionales, la que puso fin al añoso culto lacayuno “al señor presidente”.
Pero la gota que derramó el vaso aún estaba por llegar.
Y es que tanto la ministra, Norma Piña, como el diputado, Santiago Creel, le dijeron en el rostro al presidente que eran tiempos de respeto a la división de poderes y de poner fin al culto nada democrático al presidente.
En efecto, la ministra, igual que el diputado, centraron sus intervenciones precisamente en la exigencia de respeto a la división de poderes; la misma división de poderes que consagra la Constitución y que reiteradamente violenta el presidente.
Lo ridículo del caso, sin embargo, es que en la ceremonia para conmemorar el 106 aniversario de la promulgación de la Constitución, quedó claro que López Obrador ya olvidó su papel de empleado de los ciudadanos.
Sí, en los hechos, López actúa como el rey mexicano, no como el jefe del Estado y del gobierno de una democracia plural, representativa y sustentada en la división de poderes.
Y sí, la siguiente lección que nos regala el evento que conmemoró el 106 aniversario de la Constitución Mexicana es que más que un rey, López Obrador es, por mandato constitucional, un sirviente de los ciudadanos.
Y Obrador ya olvidó que “debe mandar obedeciendo”. Por eso vale regresar a las definiciones clásicas de “mandatario” y “mandantes”.
La Constitución define que la mexicana es “una democracia representativa”, en donde los “mandatarios” ostentan el mandato del pueblo; lo que significa que deben obedecer el mandato ciudadano.
A su vez, la propia Constitución le otorga al presidente la calidad de “primer mandatario”.
Es decir, el presidente es aquel ciudadano al que mediante el voto, los ciudadanos –que somos “los mandantes” –, le otorgamos el mando para conducir los asuntos del país, siempre en apego a la Constitución.
En pocas palabras y le guste o no a López Obrador y a sus lacayos: en México la Constitución define al presidente como el primer sirviente del pueblo; pueblo al que debe respetar y servir sin violar las leyes y menos la Carta Magna.
Sí, no lo olvide, presidente, usted es nuestro empleado; empleado de todos los mexicanos, no es el soberano de México.
¿Lo entendió?
Al tiempo.