Un vecino distante, desconfiado y colérico nos vigila
El grito de la calle fue aplastante.
“¡El INE no está solo!”, le espetaron al presidente cientos de miles de voces ciudadanas indignadas, preocupadas y dispuestas a la defensa del árbitro electoral, más allá de una mera proclama callejera.
Un grito que se escuchó aquí y acullá; en todo México y más allá de las fronteras.
Y es que de manera simultánea, en una treintena de ciudades de todo el país –la mayoría capitales estatales–, los mandantes le dieron “una sopa de su propio chocolate” al “rey de las manifestaciones callejeras”, al líder social motejado como AMLO y que, paradójicamente, hoy se ha convertido en un vulgar dictador.
Así, al mejor estilo de aquel formidable líder de masas, el pasado domingo los ciudadanos organizados no sólo recuperaron la calle sino la protesta callejera para gritarle al mundo que el gobierno mexicano se ha convertido en el mayor enemigo de los derechos y las libertades fundamentales de los mexicanos.
Reclamo a favor del derecho a seguir tendiendo elecciones libres, creíbles, equitativas y transparentes pero, además, a favor de la libre manifestación de las ideas; una libertad que el presiente intentó cancelar mediante todo tipo de calificativos despectivos contra los manifestantes.
Protesta callejera que, además, no sólo sirvió como termómetro para medir el fracaso de López Obrador, sino que se convirtió en herramienta fundamental de las clases medias, para hacerse escuchar.
Para lanzar un sonoro grito cuyo clamor retumbó no sólo en los muros de Palacio Nacional y en las calles capitalinas de la CDMX sino en todo el país y en todo el mundo democrático.
Grito que denunció y exhibió la dictadura que día a día se instala en nuestro país, en medio del desmantelamiento de las instituciones democráticas y de la división social estimulada desde Palacio y en donde sólo hay lugar para el aplauso al rey y al pensamiento único.
Clamor que además de mostrar al dictador por su nombre y apellido, exhibió sus afanes autoritarios y confirmó lo que un puñado denunciamos desde siempre; que López Obrador nunca fue un verdadero demócrata sino un impostor que se valió de la democracia para imponer su tiranía.
Una tiranía acompañada y aplaudida por miles de impostores de los partidos y organizaciones de las dizque izquierdas; millones de ciudadanos que lucharon por echar del poder a lo más podrido del viejo PRI y que hoy proponen la más regresiva de las contrarreformas electorales.
Proclama callejera a favor de la normalidad democrática, amenazada por los antaño dizque demócratas, hoy transformados en tiranos destructores de su propia obra; la democracia mexicana.
Lo cierto es el pasado domingo no solo vimos una movilización callejera más, sino que presenciamos un estado de ánimo social alterado por uno de los peores gobiernos de la historia.
Aquel gobierno que llegó con la mayor legitimidad democrática, que tuvo todo para ser el mejor gobierno de la historia, pero que en sólo cuatro años tiene al país al borde del precipicio.
Por eso la importancia de la marcha del domingo 13 de noviembre; una convocatoria que va más allá de las clases sociales, que rebasa de la militancia partidita y el maniqueísmo impuesto por el dictador de Palacio y que, en realidad, convocó a lo más granado del pensamiento democrático; a los auténticos defensores de la democracia, los ciudadanos a secas, sin adjetivos.
Y es que la manifestación callejera, la movilización social y la lucha pública y a todo pulmón por la democracia, habían sido expropiadas y hasta secuestradas por los aquellos que hoy satanizan la protesta y la defensa del INE y que llegan al extremo de aplaudir la muerte de la democracia.
Por eso se trató de una manifestación extraordinaria, excepcional y única; el mayor y más sonoro reclamo público imaginado por el “rey de la protesta”; un grito que le advierte al tirano de Palacio que “el INE no está solo”.
No está solo el INE, a pesar de que un enojado tiranuelo hizo todo lo necesario para aplastar la protesta; para descalificar sus objetivos y para insultar a sus promotores.
Sí, presidente, le guste o no, “el INE no está solo”.
Y se lo dijeron en su cara cientos de miles de mexicanos.
Al tiempo.