Un vecino distante, desconfiado y colérico nos vigila
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Por Carlos Ramírez
Para decirlo en pocas palabras, la democracia no está en peligro en Estados Unidos porque el régimen político estadounidense no es una democracia, sino un acuerdo de la élite bipartidista Partido Republicano-Partido Demócrata que controla una élite de poder de los principales grupos dominantes que dominan la economía, la política, la industria militar, el 1% de los más ricos, la industria cibernética y los mass media.
Parafraseando aquel dicho de Baudelaire de que el mejor truco del diablo es hacer creer que no existe, la gran retórica estadounidense ha intentado convencer que Estados Unidos es la célula de la democracia y que todos los países debieran replicar su modelo. La noche del jueves pasado, el presidente Biden pronunció un desesperado y angustiado discurso para que los estadounidenses voten mañana por el actual régimen de gobierno –que no político ni institucional–, pero sin reconocer las irregularidades y desigualdades históricas y estructurales que son producto del modelo político americano.
La estructura de poder en Estados Unidos logró la configuración de un sistema representativo que funciona como el motor económico, político, cultural, ideológico y social, pero no existe ninguna evidencia de que los actuales miembros del poder legislativo que se autodenominan como los factores de la democracia en realidad estén representando los intereses del pueblo, toda vez que han accedido a los cargos legislativos a través de un modelo electoral que se basa en la bolsa de dinero para vender popularidades. Y ya en el cargo legislativo, los políticos responden a los grupos, comités y grandes donantes de sus campañas y, como se han dicho en diferentes foros, menos del 5% de las leyes aprobadas en el Capitolio responden a los intereses reales del pueblo.
La estructura actual de dominación de las élites del poder son las que imponen las candidaturas, pero es el pueblo con ceguera política el que emite el voto para mantener esta estructura de dominación de intereses superlativos: empresarios, dueños de medios de comunicación, comerciantes, especuladores de Wall Street, propietarios de empresas del impresionante complejo militar-industrial-cibernético reactivado por las guerras en curso y otros grupos dominantes son los que imponen sus criterios de funcionamiento del sistema político.
Los últimos presidentes estadounidenses son el ejemplo de estas aberraciones sistémicas: George Bush Jr. fue votado por los grupos conservadores, pero para pactar un Gobierno de coalición secreta con los liberales demócratas y los dos aprobaron la guerra en el Medio Oriente después de los ataques del 9/11 del 2001. Y el presidente Barack Obama fue electo en función del mensaje simbólico del color de su piel para llevar al primer afroamericano a la Casa Blanca, pero sus dos periodos de gobierno lo perfilaron como el primer presidente afroamericano de los blancos y su objetivo más importante no fue luchar contra el racismo sino salvar al capitalismo estadounidense qué la burbuja especulativa de Wall Street había llevado el colapso en 2008.
A pesar de todas las campañas en su contra, el presidente Donald Trump ganó con el voto del resentimiento de los sectores productivos minoritarios que aportaban sus impuestos para hacer funcionar la burocracia y nunca obtuvieron ningún beneficio para sus áreas productivas; ahí, en ese fracaso político de las élites del poder, se localiza el pensamiento antiestatista que Trump supo dinamizar para convertirlo en un voto contra la burocracia estatal.
En un análisis más centrado de la realidad estadounidense, lo que está en juego no es la democracia inexistente sino un sistema de producción económica que beneficia a la minoría del 1% y que ha construido una clase media basada en la especulación bursátil que es parte del sueño americano, sino que la principal amenaza al sistema político se encuentra en los ciudadanos que están hartos de mantener a una burocracia especulativa, insensible y beneficiaria de sus complicidades con las élites del poder. Ahí ha encontrado Trump los resortes a través de los cuales construir una crítica severa al mal funcionamiento del sistema político para mostrar que no es democrático sino especulador y depredador y que los ciudadanos tendrían que entrarle al juego de la codicia para poder tener ascenso en los escalafones sociales.
Lo que se decide, pues, en las elecciones de hoy martes es la existencia de un sistema económico y especulativo que tiene a los políticos a su servicio.
Política para dummies: La política no es el precio de una acción de Wall Street, sino un empleo productivo.
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