Un vecino distante, desconfiado y colérico nos vigila
Por Carlos Ramírez
Las próximas dos semanas serán importantes no para fijar el destino histórico de Iberoamérica sino para gestionar realineamientos del poder que desde luego están muy lejos de considerarse como un Nuevo Orden Mundial.
La semana pasada pasó desapercibida la Conferencia de Seguridad de Múnich, el presidente Putin fue declarado delincuente internacional por una Corte Penal que EU no reconoce porque varios de sus altos funcionarios estaría en la lista de criminales de guerra, el presidente chino Jinping se consolidó por un tercer período y lanzó una Iniciativa de Civilización Global que lo convierte en un tercer poder mundial, el 24 y 25 de marzo se realizará la Cumbre Iberoamericana y el 29 y 30 de marzo de nueva cuenta el presidente Biden convertirá la democracia con un factor de poder imperial extraterritorial con una Cumbre de asistencia obligatoria.
Como la suma de América Latina y el Caribe, Iberoamérica se encuentra sumida en una zona de tensión geopolítica por falta de unidad regional por la ausencia de liderazgos locales fuertes y por la falta de una propuesta de integración económica, política y social. En el escenario de muchas reuniones que se vienen, el presidente mexicano López Obrador quiere avanzar hacia el fortalecimiento de la Comunidad Económica de Países Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), pero sin salir de Ciudad de México y con una agenda populista ineficaz que tampoco ha encontrado espacios de unidad en la región, porque existen una variedad de enfoques populistas en clave local.
La Iniciativa de Civilización Global que lanzó China la semana pasada buscó, de modo natural, aliados en Iberoamérica, ante los mensajes autoritarios de la Casa Blanca con su Cumbre de las Américas para imponer el modelo democrático estadunidense –sometido a contradicciones por Donald Trump—como la única vía que aceptará Washington en sus aliados continentales. Sin embargo, la Cumbre de Biden se perfila sin la presencia de países considerados no democráticos, con México liderando la ausencia,
Estados Unidos entró ya en una zona de conflicto interno con Trump encabezando una rebeldía política por acusaciones que no tienen que ver con su corresponsabilidad en el alzamiento en el Capitolio el 6 de enero de 2021, sino con el caso de una prostituta. La capacidad de resonancia del expresidente y su posicionamiento privilegiado en la lista de precandidatos presidenciales republicanos, además de su movilidad con grupos antisistémicos violentos, está poniendo en jaque al sistema político estadunidense, con más pasivos que ejemplos para el mundo.
La XXVIII Cumbre Iberoamericana de jefas y jefes de Estado el 24 y 25 de marzo en Santo Domingo, República Dominicana, se realizará en medio de conflictos de liderazgo de España, sin duda la cabeza del grupo, y la falta de una estrategia diplomática para concitar algún tipo de acuerdo previo, además de que la agenda es tan vaga como irrelevante: “juntos por una Iberoamérica justa y sostenible”.
Y como adelanto de una reunión desanimada, el presidente mexicano López Obrador anunció la semana pasada que no estará presente en la Cumbre y que abrirá por su cuenta reuniones formales con sus homólogos para temas más concretos como la lucha antiinflacionaria, la eliminación de aranceles regionales y un modelo de desarrollo basado en la sustitución de importaciones que ya fracasó en México porque condujo a un proteccionismo comercial regresivo.
De parte de Europa, el presidente español Pedro Sánchez se encuentra atrapado en una crisis política local que le ha impedido atender las relaciones iberoamericanas, a pesar de haber anunciado hace poco que vendría en una ofensiva española para recuperar su liderazgo en el grupo, pero la mayoría de los países iberoamericanos se encuentra en una zona de populismo más vinculado al grupo Unidas Podemos que al PSOE o al propio gobierno de La Moncloa. La Cumbre Iberoamericana está programada para el próximo viernes y sábado, pero hasta el momento sin ningunos indicios de que haya existido alguna movilidad diplomática para estimular relaciones españolas con América.
El ambiente diplomático en Iberoamérica está bastante agitado por la situación geopolítica en Ucrania, el paso audaz de Estados Unidos para convertir al presidente Putin en criminal de guerra, la invocación a la Corte Penal Internacional que la Casa Blanca no reconoce, el estrechamiento de relaciones estratégicas entre China y Rusia y la confirmación del liderazgo de Jinping en una estrategia geopolítica China que ha encontrado espacios de aceptación en los más importantes países de América Latina.
El nuevo espacio geopolítico de estos días se ha expresado por la dinámica de agendas locales, pero sin que exista alguna intención expresa de países iberoamericanos como para encauzarla a favor de sus propios intereses; aunque no representa un liderazgo real en la región, de todos modos, el presidente mexicano López Obrador ha introducido factores de inestabilidad en la región con su intervención directa en la crisis de Perú, su apoyo a Argentina, su distancia desconfiada de un Lula más en la lógica política de Estados Unidos, su apoyo a Cuba y Nicaragua y su participación en la crisis del narcotráfico en Centro y Sudamérica.
Estados Unidos atravesó hace unos días una zona de conflicto directo con el presidente mexicano cuando radicales republicanos en el Congreso introdujeron una solicitud para caracterizar a los cárteles mexicanos como terroristas y dar con ello el primer paso hacia una intervención militar estadounidense en México que evidentemente fue repudiada por el presidente López Obrador, pero que por la falta de un liderazgo político interno de Biden dejó el presidente americano en medio de los jaloneos con México.
Las próximas dos semanas van a replantear los equilibrios geopolíticos de Iberoamérica, aunque no se sabe hacia dónde.
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