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4-T: tres sexenios para anular
Estado neoliberal salinista
La peor parte de todo proceso de sucesión presidencial dentro de las reglas vigentes de la experiencia mexicana radica en encontrar mecanismos de entendimiento entre el presidente que termina su sexenio y su sucesor que comienza. El punto clave de toda la continuidad radica en atender el tema central: poder o proyecto.
La utilización de las prácticas políticas del régimen priista mexicano –con el propio PRI, con el PRIAN y ahora con Morena– tiene que ver con la configuración piramidal del poder dentro de los equilibrios institucionales-no institucionales del aparato político. Y como cada sucesión define con precisión milimétrica sus márgenes de maniobra, el fin del período presidencial de López Obrador y el inicio del ciclo presidencial de Claudia Sheinbaum Pardo se moverá en función, como pocas veces visto, de tres continuidades: personal del líder carismático, de grupo político y sobre todo de proyecto de largo plazo.
El presidente López Obrador nunca escondió su intención de encabezar una reorganización institucional del poder político durante su sexenio, pero con intenciones de ir más allá. En 1993, el presidente Carlos Salinas de Gortari se movió en el mismo escenario, toda vez que su reforma económica de Estado neoliberal, de globalización y de relevo de la clase política pragmática requería, como lo reconoció José Ángel Gurría, mínimo de tres sexenios.
La propuesta caracterizada mediáticamente como la Cuarta Transformación no fue un proyecto de gobierno sexenal; si Salinas de Gortari encabezó una muy afinada contrarrevolución neoliberal contra el modelo populista del PRI, López Obrador dejó muy claro que su propuesta era una contrarreforma progresista –para eludir las explicaciones de populismo– que tendría como objetivo el desmantelamiento de la reforma salinista 1983-2018 y la restauración de un modelo político con objetivos sociales.
Así que nadie se debe asumir engañado y todos están obligados a tomar con seriedad el análisis del proceso poselectoral: el interés presidencial por fijar los marcos referenciales del próximo gobierno que ganó gracias a él, los márgenes de maniobra de la presidenta electa Sheinbaum Pardo y la consolidación del desmantelamiento del Estado autónomo protegido por acciones de lawfare desde el Poder Judicial que instauró Zedillo en 1994 como póliza de seguro para mantener la viabilidad de su sexenio como segundo piso del proyecto neoliberal de Salinas de Gortari.
El proceso de sucesión presidencial en Morena fue muy claro: el presidente López Obrador mantuvo el control estricto de la designación de la candidata oficial, de su campaña, le adelantó el bastón de mando y le dejó la continuidad de un proyecto transexenal que requeriría, en una lógica que todos entienden, de cuando menos tres sexenios de continuidad.
La que menos se debe mostrar sorprendida es la presidenta electa que surgió del seno mismo del proyecto morenista de la 4-T y que se comprometió a cumplir con la continuidad, a diferencia de las precandidaturas con autonomía relativa de Marcelo Ebrard Casaubón, Ricardo Monreal Ávila y Adán Augusto López Hernández, tres figuras de Morena con proyecto lopezobradorista pero capacidad personal para definir las características de sus propias intenciones.
Salinas no pudo imponer a Luis Donaldo Colosio como sucesor, pero logró entronizar a un Zedillo que respondía puntualmente a la contrarrevolución neoliberal, sólo que el cadáver de Colosio pesó demasiado, aunque Zedillo le dio continuidad al neoliberalismo salinista y sus reformas de mercado por tres sexenios más: los de Fox, Calderón y Peña Nieto.
Si la contrarrevolución neoliberal salinista duró seis sexenios 1983-2018 como PRI empresarial y PRIAN, la revolución progresista de López Obrador apenas sentó las bases en un sexenio y requerirá de otros más que van a poner a prueba la existencia o no de un modelo político transexenal lopezobradorista.
La víspera de su asesinato, Colosio había pactado con Manuel Camacho Solís una desviación democratizadora que iba a desorganizar políticamente un proyecto neoliberal que requería de seguir manteniendo la prioridad del mercado con todo y sus altos costos políticos. Sheinbaum fue construida como candidata para darle continuidad transexenal al proyecto de reorganización del Estado de la 4-T.
Presidenta, gabinete y programa de gobierno, por tanto, responderán a una lógica política transexenal.