Líneas Quadratín
Para quien lo dudaba, ahí está otra vez la vena racista de López Obrador: Anaya y Meade son pirrurris y blancos. Esa es su crítica, así de bajo es su nivel.
Es la apuesta por el resentimiento racial para atraer votos. Igual que Trump. Allá contra los morenos, y acá contra los blancos.
A su partido le puso Morena, y no por casualidad. Quiere asociar su nombre al de la Virgen del Tepeyac, a pesar de que sus seguidores más furibundos se hayan burlado en sus caricaturas contra la imagen sagrada para los católicos (y para los oportunistas).
Hoy va a registrar su candidatura presidencial y dejará la presidencia de Morena, precisamente el día de la Virgen morena.
En las elecciones pasadas se decía juarista, y como perdió en ambas no tiene empacho en presentarse en éstas vestido de guadalupano.
¿Qué dicen sus seguidores? Sí, los que dibujaban imágenes obscenas de la Virgen de Guadalupe (tienen la libertad y el mal gusto para hacerlo), sus lectores y los asistentes a esas exposiciones, y hoy tienen que tragarse el nombre de su partido y el evento guadalupano que su líder organizó para hoy.
El “juarista de pacotilla”, como lo llamó Jaime Sánchez Susarrey, hace un acto político-religioso para fundir el nombre de su partido con la morenita del Tepeyac.
Suerte que es un hombre de principios tan pero tan sólidos que le permiten pasar del juarismo al guadalupanismo sin que nadie le diga nada.
Y sus apologistas en redes sociales y en cartones ideologizados, se tragan el sapo de la conversión de su jefe y sonríen. Vamos con Morena, y el 12 de diciembre, por si había dudas.
El domingo, luego del discurso de lanzamiento de la campaña de Ricardo Anaya por el Frente, López Obrador no tuvo más argumento para descalificar que ese candidato sea “blanco”.
Lo mismo dijo de Meade, que “está blanco”. Y ambos son pirrurris.
México tiene profundas raíces indígenas, pero está compuesto por mestizos e inmigrantes. Ese es el todo nacional.
AMLO cree que los que son blancos pertenecen al bando de los malos, salvo que estén con él, como Esteban Moctezuma y Elena Poniatowska que son blanquísimos, pero eso no los hace mejores ni peores.
“Lo esencial es invisible para los ojos”, le diría Antoine de Saint-Exupéry.
Su racismo resulta dañino en un país multicultural como México (en cualquiera), y lo puso en práctica cuando gobernó la Ciudad de México.
Durante su gobierno se realizó una de las marchas más grandes de la que tenga memoria la capital del país, en contra de la inseguridad, el secuestro y el crimen, que se habían desbordado en el Distrito Federal.
¿Cómo respondió a esa marcha gigantesca?
No recibió a una comitiva, como era su obligación y de sentido común. Tampoco lanzó un programa emergente contra el secuestro, que era lo aconsejable para dar respuesta al reclamo público de millones de personas.
Descalificó la marcha, pues dijo que sólo eran pirrurris “movidos por una mano negra”.
Lo vuelve a repetir ahora al criticar a Meade y a Anaya por el color de su piel: “están blancos”.
Además de pirrurris y blancos son “peleles, títeres” impulsados para que “los jefes” sigan saqueando la nación.
Hay mucho que cuestionar de Meade y Anaya. Muchas preguntas por hacerles a ambos y a quienes les rodean.
Pero irse por el lado del color de la piel como una muestra de que no conocen México, es un reduccionismo y racismo inadmisible a estas alturas del siglo XXI.