Vivimos tiempos raros. Hasta antes de la pandemia, no había espacio público en el que no se abordara la crisis ecológica. Las campañas contra los popotes y las bolsas plásticas se globalizaron al punto de que no pocas naciones modificaron sus leyes para evitar la contaminación por proliferación de estos polímeros; las tensiones geopolíticas se enrarecían debido a las responsabilidades que cada nación asumía por las emisiones de carbono de sus actividades industriales. Pero llegó el coronavirus y todo eso pasó a ser secundario.

Hoy hay un exceso de mascarillas y caretas plásticas (por cierto, de los mismos polímeros antes satanizados) que tapizan la piel del planeta sin que ningún colectivo ambientalista comente algo; además, la mayoría de los planes de reactivación económica de las naciones propone acelerar sin ningún miramiento la intensa industria contaminante para salir de la crisis global. Lo inmediato se tornó urgente; lo urgente, indispensable y el resto, prescindible. La política halló, sin buscar, su mejor aliada: la simplificación de lo perentorio; y, en un escenario dominado por la anomalía, una golondrina sí hace verano.

“Basta consolar a los desconsolados, contentar a los descontentos, castigar a los malos y premiar a los buenos. Cualquier gobernante que quiera gozar de la felicidad en la tierra y la gloria de la historia debe procurar tranquilidad y prosperidad a sus ciudadanos”. Palabras más o palabras menos, este es el corazón de la formación política clásica. Sin embargo, con la modernización de los estados, cada una de estas ideas ha logrado desprender algún constructo formal o institucional: leyes, normas, fuerza pública, procuración de justicia, administración de bienes, recaudación de impuestos, condecoraciones, concesiones, prebendas y privilegios. Lo simple se tornó complejo; hasta ahora.

En un contexto anómalo (y la pandemia nos ha confirmado esta realidad), es necesaria la gobernabilidad de las cosas raras, administrar lo inusual, servir entre lo extraño, lo atípico.  Lo verdaderamente incierto, producto de contingencia, no es que lo simple se vuelva complejo, sino que lo simple resulte más simple y lo complejo, aún más simple.

La administración de la contingencia plantea que no existe un ‘modo ideal’ de organización, que más bien sólo existen aproximaciones de administración que dependan del tipo de tarea como de las condiciones en las que se desarrolla. La complejidad del escenario traído por la pandemia es que parece haber sólo una tarea, sobrevivir, y una condición, la adversidad. Los gobernantes, con aparatos enormes e hiper especializados de gobernabilidad parecen entonces usar un cañón para matar a una mosca o, peor, diez millones de globos de fiesta para derruir un edificio. No existe manera en que se satisfaga la urgencia ni liderazgo que logre mantener la confianza.

Según la tradición judeocristiana, hay tres categorías de liderazgo para situaciones según la complejidad del escenario. Cuando las cosas están claras, la mejor figura es el rey; porque es un administrador y un gobernante, erige las estructuras, se enfoca en los resultados y en los procesos. Cuando la situación se enturbia, mientras hay incertidumbre y duda, el sacerdote es la figura de comprensión, compasión y servicio que se inclina por entender y atender las relaciones entre las personas. Sin embargo, cuando los tiempos son oscuros, cuando nada parece estar en su lugar, el único liderazgo que descuella es el profeta. Desde el más despreciado de los rincones, el profeta guía bajo una radical certeza: la conversión, el cambio de comportamiento; es la anagnórisis personal la que transformará finalmente el contexto.

La simplificación de lo urgente, de lo indispensable, no lo hace -sin embargo- asequible. De hecho, lo torna casi inasible. En este modo anómalo no se busca ‘reducir cierto porcentaje en el índice de crímenes’ sino ‘obtener la paz’. Y, ‘la paz’ es más simple, pero resulta casi etérea. Así sucede con otras simplificaciones: la honestidad, el bien común, la primacía del necesitado, la salud, el servicio, la justa retribución, el bienestar.
Así que hoy pueden volver todos los popotes y bolsas plásticas; mientras la urgencia pandémica sea prioridad, los líderes buscarán ganar siquiera uno de sus desafíos, porque un triunfo sería todos los triunfos y entonces el mundo contemplaría que se acerca el verano.

*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe