Líneas Quadratín
El significado geopolítico del acuerdo espacial entre México y Rusia
Durante la última década, han sido empresas privadas las que han invertido en la exploración espacial en lugar de los gobiernos. La sociedad global está acostumbrada a ver SpaceX, Blue Origin, Virgin Galactic y una diversidad de iniciativas empresariales difundidas en la prensa internacional.
Pero el 29 de septiembre de 2021, el gobierno de México dio a conocer a la prensa que estaba en ciernes una asociación con el gobierno de Rusia para explorar el espacio por encima de México. El sorpresivo anuncio gubernamental generó controversia porque Rusia cumplía siete meses de haber invadido a Ucrania y no detenía los bombardeos. La decisión de México era percibida como una postura favorable a Rusia, a pesar de que oficialmente el presidente López Obrador decía mantener su postura neutral a la guerra.
El 23 de enero de este año, el gobierno mexicano volvió a informar que “el acuerdo con el gobierno de la Federación de Rusia sobre cooperación en la exploración y utilización del espacio ultraterrestre para fines pacíficos aún se encuentra en proceso de aprobación y no ha entrado en vigor, tanto en México como en Rusia”. En su comunicado especifica que, en el caso de Rusia, tiene que ser aprobado por la Cámara Alta y el presidente Vladimir Putin. En el caso de México, señala que no ha sido enviado al Senado para su análisis y aprobación.
Entre las diversas motivaciones de un acuerdo de esta magnitud sería el beneficio que cada uno de los países pudiera obtener con esta alianza y, en este contexto, no puede excluirse el beneficio de las ciudadanías. Por lo tanto, para justificar una inversión del erario, es decir, de los impuestos de los ciudadanos, el resultado del acuerdo tendría que estar orientado a la obtención de un bien público para cada país, o en su conjunto para la humanidad. Lo que pone en cuestión es qué gana la sociedad rusa con este acuerdo y qué gana la sociedad mexicana.
En primer lugar, Rusia podría demostrar mundialmente que sus tecnologías espaciales tienen “fines pacíficos” y que es un país “pacífico”. Una prueba sería esta alianza con México. Le ayudaría a proyectar una imagen clave en un momento crítico en que Alemania hace un llamado internacional para abrirle un proceso judicial por sus crímenes de guerra en la invasión a Ucrania. Además, fortalecería su imagen como un país inversor que se interesa en hacer negocios con economías frágiles para la producción de conocimiento científico. Todo esto sin sufrir mayores consecuencias por sus decisiones de guerra.
El presidente López Obrador, con aparente agudeza, ha utilizado este proyecto para presionar con otras negociaciones a países rivales de Rusia. Los problemas de crecimiento no han sido medianamente resueltos con los flujos norteamericanos, y en tales circunstancias, la estrategia de diversificar las asociaciones comerciales con la otra parte del mundo parecería su racionalidad. Para México, el acuerdo también es una buena historia de progreso por su interés científico en la exploración del espacio y distrae de las malas noticias que genera la violencia del narcotráfico, la corrupción y la “molesta” oposición al gobierno.
Lo que no es obvio es por qué los demás países estarían interesados en mantener vínculos con México, asociado con quien geopolíticamente ha representado una amenaza y, que su ventaja se instrumentaría por medio de negocios de tecnología satelital e intercambio de información reservada a través de un tercero. El ejemplo es Nicaragua.
Este acuerdo no tiene nada de ingenuo ni gratuito. La asociación de México con Rusia implica, no sólo que cierto conjunto de naciones se vea amenazado, sino que, además y es lo más relevante, desde el punto de vista de la elite estadounidense constituye un desafío transcontinental que puede significar desajustes importantes en el orden político mundial. México es Norteamérica, y sus aliados naturales, Estados Unidos y Canadá.
Es así como se puede aseverar que Rusia estaría condicionando su apoyo a México a cambio de romper los vínculos estrechamente tejidos con Estados Unidos. De esta forma, López Obrador no sólo estaría abriendo la posibilidad de un intercambio comercial y científico para navegar el espacio con este país, sino que el trasfondo del acuerdo podría suscitar una presión para Estados Unidos, a fin de reconsiderar las relaciones internacionales más sensibles para México. Pero también México se ha vuelto altamente atractivo tanto para el comercio libre como para el mercado negro desde los ojos de Rusia, y de cualquier otro país.
Lo anterior si se le mira incluso con prudencia, constituye un problema grave de coordinación entre los países, porque las consecuencias previsibles es que se presenten discrepancias entre las elites del mundo desarrollado, que no puedan ser procesadas de modos pacíficos, como lo ha demostrado ya Rusia con sus vecinos. La ciudadanía mundial, en este escenario, es la víctima.
México, al igual que otros estados periféricos, constituye el eslabón más débil en la asociación, debido a que está constituido estructuralmente como una organización estatal de calidad inferior al promedio internacional, uno por su naturaleza sobornable, la cual es mayor en la burocracia gubernamental, y dos por una pérdida creciente de gobernabilidad y soberanía. Que, en este caso, las áreas de cooperación del acuerdo dan idea de la intensa dinámica que requiere el intercambio de información de reserva de México, comunicaciones de satélites, tecnologías de información, navegación satelital, desarrollo de equipos y nuevas tecnologías espaciales.
Los ciudadanos mexicanos aportarán de sus bolsillos recursos destinados a la exploración del espacio, mientras son vigilados por Rusia desde el propio espacio mexicano.
Rusia es el país más sancionado del planeta, y el impacto por sus acciones en Ucrania alcanzará a las generaciones de las próximas décadas. Una asociación con Rusia, sin duda, contaminaría a México de diversas maneras y dañaría su reputación mundial. Los “amigos” actuales de Rusia son Siria, Nicaragua, Eritrea, Irán y Corea del Norte, países con una dramática calidad inferior en la gestión pública y con una profunda vocación autoritaria. Por lo que al celebrar un acuerdo de esta naturaleza y mantener su “postura neutral”, México sería inevitablemente asociado a esta lista de estados con focos rojos.
Por otra parte, los satélites rusos sobre México no podrán disociarse de la historia de espionaje y terrorismo cibernético de Rusia. Es ingenuo también pensar que la comunicación y navegación por satélites, así como el uso de las tecnologías de información y los servicios asociados a éstas, no serán utilizados para espiar a México, y es enormemente ingenuo por parte del gobierno mexicano creer que Rusia solo va a usar la tecnología con “fines pacíficos” cuando está en medio de una guerra que apunta a Estados Unidos.
La guerra de Rusia en Ucrania cumple año, dejando una enorme destrucción, pese a que su tecnología bélica está desactualizada y su alta tecnología depende de Occidente. Una economía que va en picada, al igual que su reputación mundial, por las sanciones que la han afectado severamente. Ha sido el único país que ha amenazado con una guerra nuclear. Por lo que resulta improbable que Rusia cumpla un acuerdo de exploración espacial o de otro tipo con “fines pacíficos”. Se trata de tecnologías satelitales sobre México que podrían posibilitar ciertas fortalezas que podrían transformarse en amenazas.
Fue el presidente Putin quien ratificó el acuerdo espacial según informes en Rusia. De ahí que tenga un interés personal en esta proposición para México. En cambio, México por las desventajas antes mencionadas, no tendría el control de los satélites, y está minimizando el acuerdo como un acuerdo internacional más, similar en alcance al que tiene con otros países.
Otro punto de alerta es la narrativa oficial desconectada entre ambos. Rusia afirma que instalará el sistema de vigilancia satelital GLONASS en México. Y México, en enero, reiteró que no está considerado este sistema en el acuerdo “ni existe previsión de que pudiera ser incluido en un futuro cercano”. Sin embargo, Rusia ya lo tiene instalado en Nicaragua sobre el que al parecer tiene plena autonomía. La expectativa en México pudiera ser la misma. México ha minimizado la asociación con Rusia. Y Rusia es grandilocuente al respecto. Lo cual no resulta un buen augurio en diplomacia en este tiempo de guerra. México parecería estar preparándose para ser un peón más en el tablero de ajedrez de Putin.