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QUERÉTARO, Qro., 24 de abril de 2021.- La Sierra Gorda queretana es sinónimo de vida, naturaleza, asombro y algo más… Es la lucha incansable de sus habitantes por llevar comida a su hogar y combatir el rezago escolar.
Han pasado ya 54 semanas desde que se presentó el primer caso de COVID-19 en México, lo cual derivó en que prácticamente todos los sectores adoptaran la llamada ‘nueva normalidad’: trabajo en casa, reuniones virtuales y sesiones educativas en línea, es decir, migrar a la era tecnológica a pasos agigantados.
Para los habitantes de la subdelegación de Palo Verde, ubicada a 29 kilómetros de la cabecera municipal de Jalpan de Serra, la educación a distancia es sinónimo de retos, a pesar de no contar con las comodidades de una zona urbanizada y los obstáculos como falta de material, presupuesto o de personal educativo.
La forma de evaluar a los menores consiste en resolver ejercicios de todas las materias en formato de guías, que son recogidas por los maestros en las instalaciones de la Unidad de Servicios para la Educación Básica en el Estado de Querétaro (Usebeq).
“(Las pruebas) las recoge a destiempo, es decir, si (son) las de abril, las tienen hasta mayo, entonces los pequeños van atrasados. De hecho, ahorita estamos trabajando lo de marzo. Cuando comenzaron las clases virtuales, la maestra se vio en la necesidad de tomar material de la escuela como hojas blancas o tinta para imprimir, porque nos dijo que ya no tenía material para los 12 niños que había, y además eran siete u ocho hojas por semana para cada niño”, comentó María Yadira Hinojosa, de 22 años de edad, y quien es madre de Daniela, de ocho años de edad.
Bajo un vestido de color beige, cabello recogido y con una mirada tierna e inocente, Yadira Hinojosa comentó, desde su silla blanca, que la escuela, llamada Renacimiento, está ubicada en la comunidad de Capulines, a 60 minutos caminando en un terreno de pura subida. Cuenta con kínder y un aula, donde los menores de tercero a sexto de primaria reciben clases, dependiendo de su nivel de estudio. En un principio tenían cuatro computadoras para que los pequeños practicaran, pero las quitaron y ahora solo hay una para todos los estudiantes.
Con una playera blanca que deja lucir sus brazos con piel morena, unas bermudas de mezclilla y unos huaraches negros, que arropan los pies, sinónimo de incansable labor y esfuerzo, doña Lucina, de 59 años de edad, señaló cómo es el andar diario para que su nieta Daniela acuda a la escuela.
“Para llegar hay que caminar pura subida alrededor de una hora. Antes, para llevar a mi nieta, nos turnábamos mi nuera y yo, porque sí es muy pesado ir diario, primero en la mañana y luego por la tarde, cuando salían a las dos y el sol pegaba a plomo. Ahorita en pandemia hay ciertos días que la citan para ir a la escuela para repasar lo que está haciendo en casa”, dijo con un brillo especial en sus ojos.
Para Dani, quien, a decir de su abuela, “va bien en la escuela”, el estudio estuvo a punto de pasar a segundo término debido a que con su anterior maestro no le fue muy bien.
“Ya no quería ir a la escuela porque el maestro que estaba me la traumó, porque en lugar de explicarles cuando no entendían, los alteraba y ella decía que el profesor no los dejaba tomar ciertas cosas como jugos o leche. La verdad no entendíamos muy bien. Ya con esta nueva maestra ya quiso volver a ir. Ella (profesora) está muy pendiente de los niños”, compartió Lucina.
Agregó que “(las clases) en casa han sido un poco más difíciles, porque hay cosas que uno entiende y hay cosas que de plano no sabemos. Yo pienso que lo mejor es ir diario a la escuela, porque se aprende más”.
La institución cuenta con un programa de apoyo estatal para que a los niños no se les pida ningún material y puedan estudiar. La maestra, quien también es la directora, se encarga de comprar todo el material didáctico, así como los productos de limpieza para que el aula sea sanitizada antes y después de las clases.
Con la educación a distancia, la familia de doña Lucina y don Mario, quienes llegaron a Palo Verde hace 11 años, sienten y tienen total responsabilidad para que los pequeños no trunquen sus estudios.
“La maestra se comunica conmigo y si yo puedo comunicarme con las demás mamás lo hago. Yo soy la secretaria del Comité de la escuela. Durante el transcurso de la semana, le enviamos fotos como testigo a la maestra de cuando el menor está estudiando”, agregó Hinojosa.
“Así como a mis hijos siempre los levanté temprano para ir a la escuela, ahora con mi nieta hago lo mismo. No me gusta que ellos lleguen tarde. Hasta que Dios me preste licencia, voy a apoyarlos y a estar con ellos”, expresó Lucina, con actitud positiva.
A cinco minutos de distancia, trasladándose en automóvil desde la presa de Jalpan de Serra, está ubicado el hogar de don Mario y doña Lucina.
La casa, de aproximadamente 20 metros cuadrados, y con tres niveles construidos a medias, cuenta con escalones de cemento; a la entrada, queda de frente la cocina, espacio amplio donde se guardan alimentos y agua. Con un refrigerador prácticamente nuevo, don Mario y doña Lucina sonríen porque desde que lo tiene «ya por lo menos tenemos dónde meter nuestra comida veda (sic), y ya no se nos echa a perder”.
Unas sillas blancas, evidentemente desgastadas por el tiempo, engalanan la sala-comedor, compuesta por un mueble que sostiene la televisión tipo Smart TV y que funge como distracción para que Dani, de ocho años de edad, se entretenga, mientras sus tías realizan, a mano, las invitaciones de cumpleaños de su sobrina, de dos años de edad, en una mesa de dos metros de largo por un metro de ancho, ubicada en la esquina de la entrada y la orilla de la casa.
Con tres cuartos en la parte de arriba más un tercer piso que también tiene dormitorios, la familia de don Mario (dos varones y dos damas), sabe que el trabajo duro les dará su recompensa, pues, así como su papá adquirió su casa, ellos también quieren la suya.
En Palo Verde habitan cerca de 39 personas, quienes, en su mayoría, se ven en la necesidad de trasladarse todos los días a la cabecera municipal de Jalpan de Serra para trabajar, estudiar o acudir a algún servicio en particular.
Las calles de esta subdelegación no cuentan con pavimentación, y hasta hace poco tuvieron acceso a la luz eléctrica; además, no hay servicios de primeros auxilios ni educación, de ahí que tengan que llevar a los pequeños a Capulines o Acatitlán para que comenzaran a estudiar, incluso, con la invitación para que los grupos se completaran y no cerraran la escuela.
“Desde que estaba pequeña, me dijeron que metiera a mi hija a la escuela para que se completara el grupo, porque como era de Conafe, tenían que juntar cinco niños para que se abriera el kínder. Así comenzó en la educación inicial en la comunidad de Capulines”, señaló Yadira Hinojosa, mientras ayudaba a su cuñada a preparar una mamila con leche para su sobrina.
Informa AM de Querétaro