Libros de ayer y hoy
Diana Ramírez Jasso, Decana de la Escuela de Arquitectura, Arte y Diseño Región Centro-Sur, Tecnológico de Monterrey.
Si preguntamos a los politólogos qué es un ciudadano, encontraremos que la palabra tiene muchos matices. En general, podremos distinguir entre definiciones que se enfocan en el estatus de una persona con relación a normativas externas, y aquellas que se derivan de cuestiones actitudinales. En el primer grupo está la ciudanía como una condición legal; es decir: lo que distingue a una ciudadana mexicana de una argentina es primordialmente el pasaporte que a cada una la valida como tal.
Actuar como ciudadana es diferente: es tener la capacidad de participar de manera positiva en la vida social, ambiental, y política de la entidad en donde vivimos. Esta ciudadanía es clave para el diseño: notemos que, en este caso es precisamente a la escala real de la CIUDAD, y no al nivel abstracto del PAIS, que aterrizamos la definición. Dicho de otro modo: por más pasaportes que se ostenten, es legalmente imposible ser “ciudadano del mundo”, mientras que es ciertamente posible, y deseable, serlo en términos de actitud, perspectiva, y acción local. Si bien la primera forma de ciudadanía se queda contenta con lo que se “es”, la segunda demanda y pone de relieve lo que se piensa y lo que se hace.
La arquitectura y el urbanismo, el diseño de producto, paisajes, interiores, y otras experiencias humanas –tanto físicas como virtuales– se enfocan en esta segunda instancia. Diseñar la ciudad, con su infraestructura, sus sistemas, sus objetos, sus espacios y sus aventuras nos convoca invariablemente a diseñar también esa ciudadanía. El diseño es un acto que proyecta valores hacia el futuro, y por ello parece siempre preguntarnos si queremos meramente apoyar la coexistencia transaccional, o si queremos crear comunidades que nos lleven a replantear lo que significa vivir en sociedad, como ciudadanos críticos que con sus movimientos, su forma de producir y consumir, y con los diálogos en que participamos, podemos abonar al florecimiento de todas las formas de vida que alberga nuestro planeta. No es descabellado decir que una ciudad bien diseñada es requisito indispensable para una buena ciudadanía, y no es coincidencia tampoco que urbanidad, política, civismo, y civilización son palabras derivadas desde sus primeros usos de esta realidad física que en la antigüedad era llamada polis en griego, y urbis o civitas en latin—un espacio de interacción cuya característica principal era que se “pudiera ver en su totalidad desde una colina”.
Vamos, diseñadores: acordémonos de la importancia de diseñar ciudades y sus experiencias sabiendo que el producto más importante de nuestros esfuerzos es justamente eso: el diseño de nuevas formas de ciudadanía.