Libros de ayer y hoy
Ante todo, debo pedir una disculpa. El título del artículo promete mucho y honestamente no sé cómo acabar con tanta gente mal informada; de hecho, tampoco creo que tenga la intención de hacerlo por mis propios fueros. Así que, si se siente traicionado puede dejar de leer ahora mismo; sin embargo, si le preocupa por qué se vuelve cada vez más común escuchar a tanta gente tan radicalmente convencida de tremendas necedades y por qué no es tan terrible que haya gente mal informada, quizá valga la pena lo siguiente.
Las polarizaciones pueden encontrarse prácticamente en todas las conversaciones sociales contemporáneas (somos idólatras de nuestras certezas y prejuicios); pero en México, por estos días, destaca especialmente la tensión causada por el próximo ejercicio de Revocación de Mandato, que no es sino la implementación de una ley de consulta ciudadana aprobada por el Legislativo con la que potencialmente se puede remover anticipadamente a un mandatario. Sobre esta ley, su aplicación y sus efectos formales todos tienen una opinión y todos quisieran que el resto de la ciudadanía tuviera sólo la opinión que para ellos les parece válida: la propia.
Aunque en la superficie mucha gente asegura ser partidaria de una democracia ‘madura’ y ‘plural’, si se escucha con atención, en el fondo, ambos extremos se desgarran las mejillas intentando convencer al prójimo de que es básicamente un obtuso. Las argumentaciones y razonamientos en torno al momento político, las cualidades de las instituciones o los recursos sociales democráticos pasan a un último término, lo importante es señalar, calificar y denostar las opiniones ajenas, convertir a todo interlocutor en adversario.
Votar o no votar en la Revocación de Mandato por tanto deja de ser el centro de la discusión y muy pronto el diálogo se convierte en una guerra sin cuartel donde los extremos sólo sienten asco de los que no piensan como ellos. Cuando se llega a este punto, lo que vierten los disertantes en sus discusiones no son sólo ‘mal-informaciones’ sino que se entra en una dinámica agresiva y voluntaria de ‘desinformación’.
‘Mal informados’ podemos estar todos. Creer saberlo todo y jactarse de ello no sólo es pedantería inútil; es ceguera voluntaria, inmovilismo. La ‘mal información’ crece o disminuye dependiendo de cómo moderemos nuestras preconcepciones y prejuicios; es decir: podemos estar mal informados y hundirnos aún más en ese vórtice defendiendo nuestros errores. Por tanto, se combate a la ‘mal información’ no sólo con ‘buena información’ sino con la voluntad personal de asimilación y aprendizaje, cuando decidida y dolorosamente nos arrancamos una ignorancia que nos acompañó toda la vida.
A menudo la ‘mal información’ nace de una honesta búsqueda de respuestas pero cuyo primer paso se da sobre la ficción, la irrealidad o la ignorancia; el sendero, por consiguiente, se vuelve inasible, errático y disperso.
Por el contrario, en la ‘desinformación’ no hay ignorancias ni ingenuidades. La desinformación es un acto agresivo y deliberado para engañar al prójimo. Se utilizan todos los recursos teóricos y tecnológicos para tergiversar la realidad; se conocen los mínimos de la verdad pero se hace un esfuerzo por sembrar la mentira. En el fondo hay intereses, personales o de grupo, ideológicos o económicos, que se favorecen por la confusión o el encono.
La desinformación es una herramienta de discordia y un arma con un propósito: el fracaso de todo diálogo. En la desinformación ya nada se erige a través del discurso racional sino que se destruye la búsqueda de acuerdos o consensos mediante la emotividad, los prejuicios, las generalizaciones, la manipulación, el oportunismo, el autoritarismo y el miedo.
En un momento tan polarizado como el actual es imprescindible identificar si en el intercambio de opiniones y supuestas informaciones no hay en realidad esta intención primigenia de discordia: Quienes promueven la participación o la abstención respecto al próximo ejercicio de Revocación de Mandato, ¿menosprecian la identidad de sus opuestos antes de ofrecer argumentos? ¿juzgan sobre lo objetivamente incierto desde la arrogancia o la soberbia? ¿confunden la especulación con la realidad?
Queda claro que si a alguna de estas preguntas se contesta afirmativamente, no estamos frente a una persona mal informada sino a un verdadero actor de la desinformación. Que la gente esté ‘mal informada’ es la historia de la humanidad; poco a poco, paulatina y gradualmente, vamos enterándonos de varios perfiles y matices de esta realidad; estamos en un esfuerzo permanente por aprender y desmitificar sinsentidos.
Sin embargo, cuando por nuestra propia vanidad, supervivencia o conveniencia procuramos la ‘desinformación’ como método para presionar al prójimo hacia nuestras obsesiones, para mantenerlo ‘mal informado’ o para borrar los argumentos de los que no piensan como nosotros, las víctimas no sólo son nuestros destinatarios sino nuestra propia capacidad de juicio.
Así que, al final, quizá no podemos erradicar la ‘mal información’ pero sí podemos reducir el efecto de los ‘desinformantes’. ¿Cómo? Distinguiendo sus intereses, exhibiendo sus falaces argumentaciones y buscando un tipo de diálogo que desapasione, despresurice y despolarice la conversación social.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe