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QUERÉTARO, Qro., 12 de julio de 2020.- La familia de Lili tomó todas las precauciones para evitar los contagios por Covid 19, sin embargo, 7 integrantes resultaron contagiados. Les fue bien, aunque aún se sienten los estragos de esa enfermedad.
El hogar, en la Ciudad de México, lo comparte con sus padres, su esposo, sus dos hijas y su hermano. En cuanto inició la contingencia santiaria se resguardaron. Le preocupaban, sobre todo, que sus padres son de la tercera edad.
Solamente su hermano salía a trabajar y si bien, tomaba todas las precauciones, un día les informó que uno de sus compañeros se enfermó.
Se puso en contacto con las líneas que habilitaron por parte del gobierno; tras responder la serie de preguntas tuvo por contestación que no era probable que estuviera contagiado. Se realizó posteriormente una prueba de sangre, en la cual le dijeron que se descartaba la enfermedad. Hasta después alguien le explicó que la única prueba que sirve es la oficial, que se realiza a través de la nariz.
“Él inició con cansancio, dolor de cabeza… Se sentía realmente mal, no sabíamos como actuar, porque te dicen que te quedes en casa… Tenía los síntomas pero (en gobierno) le decían que era muy poco probable que lo tuviera, aunque les decía que había estado en contacto con una persona con Covid. Que en tres días lo llamaban y que esperara. No se quiso esperar, fue al médico, lo revisaron, le mandaron a hacer unas pruebas, no de Covid, unos análisis de sangre, le dijeron que sus plaquetas estaban bien, que no había indicios de que pudiera tener la enfermedad… Tenía fiebre, dolor de cabeza, mucho cansancio, dolor de cuerpo”.
Pese a los resultados negativos, la empresa de su hermano le ordenó resguardarse en casa.
El miedo a ir a un hospital era grande, resaltó al indicar que primero se contagiaron sus padres, quienes, al igual que su hermano, tenían anosmia (pérdida del olfato). Como les preocupaba más su madre, se comunicaron al 911, donde les dijeron que no debía trasladarse a lugar alguno y que solo si sentía falta de oxigenación, le enviarían una ambulancia.
“A los tres días, mi papá empieza, tiene 72 años, tenía, en ese momento, problemas con la próstata. (Empieza) igual: con temperatura, dolor de cabeza, tos, dolor de cuerpo; no pensamos en otra cosa más que en Covid, aún sin determinarlo. A los tres días empieza mi mamá igual: con fiebre, dolor de cabeza, mucho dolor de espalda, le afectó la espalda, sentía como un ardor”.
Su hija mayor siguió, con síntomas que parecían de un resfriado leve, su otra hija se contagio, pero sin mostrar síntomas. También su esposo se contagio.
Fue gracias a maestros y funcionarios la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que en una delegación vecina les hicieran los estudios y confirmaron que los siete estaban enfermos. Los síntomas de su hermano empezaron el 3 de abril, ella, su esposo e hijas se realizaron el estudio el 17 de mayo.
La empresa en la que labora su hermano le ayudó a realizarse la prueba y a tener el aparato que su madre requirió para poder respirar.
Los síntomas de Lili no fueron tan severos, peso a ello hasta la piel le dolía, sentía un agotamiento tan grande que se le dificultaba despertarse y salir de la cama.
“No me dio fiebre, ni a mi esposo, lo único es que teníamos mucho cansancio, levantar la mano era muy pesado y el ardor del cuerpo, de la piel, era muy intenso, no podía recargarme… El olor y el sabor se había ido, mi hija tardó un mes en recuperar (ese sentido)… yo recuperé el olor y el sabor en una semana”.
El miedo de contagiar a alguien más se vuelve terrible, de ahí que se extremaban precauciones para evitar cualquier contacto con su hermana y su cuñada, quienes se turnaban para llevarles a la puerta de la casa todo lo que requerían para mantenerse.
Quisiera ya poder regresar a esa rutina de despertarse a las 5 para llevar a las niñas a la escuela, especialmente celebrar esa tan postergada fiesta de 15 años, para el cual ya tenía todo contratado.
Los síntomas los tuvieron por una semana y de eso ya pasaron tres meses.
Cosas que antes daba por sentado, como salir a comprar verduras y respirar aire en el trayecto, ahora las considera un verdadero privilegio, sobre todo porque aún siente que se le va el aire al caminar largas jornadas; no se va ese dolor de espalda.
Tampoco a su madre se le quita el dolor de espalda, o la tos seca que le provocó el Covid 19. Los médicos no saben decirle cuando los síntomas desaparecerán, responden que podría tomar meses.
Respeta a quienes, con mucho tacto, les dicen que mejor se sigan resguardando.
Todos los sentimientos se juntan a un mismo tiempo, sabe que ella, y todos sus familiares fueron muy afortunados, el compañero de su hermano no sobrevivió y, tras enfermarse, otras personas le contaron que se les han muerto familiares, lo que le remarca que, aún con secuelas, su paso por el Covid 19 no les dejó estragos tan grandes. Tampoco hay quien les asegure que una vez desarrollada la enfermedad, se generan anticuerpos para no volver a contraerla.
Extrema las medidas de cuidado cuando debe entrar y salir de casa, indica al agradecer por todos aquellos que, aunque sea con una llamada, los han ayudado a que ese transe no sea tan traumático, pues enfermedad, encierro y preocupación se sumaron en la lucha contra el Covid 19.