Libros de ayer y hoy
Hay 15 tipos de conspiraciones que sanciona la ley mexicana, están en el artículo 123 del Código Penal Federal; básicamente tienen que ver con la traición a la patria mediante colaboración con poderes extranjeros en detrimento de la soberanía, la independencia o la integridad del territorio.
La ley mexicana castiga diferentes tipos de espionaje, sedición, terrorismo, financiamiento al terrorismo, sabotaje y conspiración; y existió además una iniciativa para incluir los actos de corrupción y el usufructo económico en tiempos de desastres como actos de traición a la patria. Pero el principio es simple: todo acto que atente contra la ‘esencia’ de la nación mexicana debe ser castigado.
¿Pero cuál es esa ‘esencia’ de la nación mexicana? Según la constitución: “Es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una República representativa, democrática, laica y federal, compuesta por Estados libres y soberanos en todo lo concerniente a su régimen interior, y por la Ciudad de México, unidos en una federación establecida según los principios de esta ley fundamental”.
La asociación política de los ciudadanos mexicanos es un derecho y, para el Estado, una obligación el conducir la democratización política, social y cultural de la nación. Por ello es imposible la ‘conspiración democrática’ en México; antes bien, todo acto de organización política democratizador creado y sostenido por mexicanos es positivo para el país.
Demos el beneficio de la duda al presidente López Obrador y concedámosle que existe una organización la cual, bajo subterfugios casi clandestinos, desea hacer oposición a su mandato. Quizá tenga razón en señalar que sería preferible que dicha oposición se hiciera a plena luz del día y sin miedo a violar ninguna ley; es más, con orgullo de que la oposición siempre ha sido de las mejores aportaciones a los sistemas democráticos.
Pero aun si la oposición operase en la sombra (claro, sin violar la independencia y soberanía) tendría todo el derecho de ocultar su estrategia. La historia enseña que los regímenes polarizantes suelen exigir radicales definiciones a la ciudadanía (‘están conmigo o contra mí’) y suelen no respetar las fronteras de la acción democrática legítima. Esto lo conoce en persona el propio presidente y, de hecho, fue lo que lo catapultó como el ícono de la oposición cuando regímenes precedentes intentaron coartar sus derechos civiles y democráticos a través del desafuero y del fraude.
Nunca es temprano ni demasiado tarde para que la ciudadanía se organice políticamente a favor o en contra de cualquier régimen o administración, es su derecho y casi puede decirse, su obligación. Sólo tiene la condición de no servirse, asociarse ni colaborar con otro poder extranjero.
Es cierto que, como apuntó el incansable luchador social Heberto Castillo Martínez, suele haber limitaciones por las “cárceles mentales dadas por la sumisión a un paternalismo y a un providencialismo” en el pueblo mexicano; pero precisamente en ese desafío se encuentra la sacrificada responsabilidad de quien mira la realidad y la historia, y decide contribuir a los cambios necesarios en orden al bien común: “Entregar toda la capacidad creadora y toda la voluntad para establecer las bases técnicas y científicas de un amplio y sano desarrollo de México, de frente al futuro -continuaría don Heberto-, sólo ofrece riesgos y privaciones, pero allá en lontananza, permite vislumbrar la verdadera libertad de nuestros pueblos y con ello su salvación definitiva”.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe