Por controversia, sólo Chihuahua y Coahuila están sin libros: AMLO
Entre el mar de críticas y observaciones contra los libros de texto gratuito (muchas muy válidas y dignas de atender) aparecen por aquí y por allá algunos alaridos exóticos sin pies ni cabeza, peculiares alarmismos de sospechosos intereses que evidencian supina ignorancia u oportunismo político.
De pronto, un mensaje en las redes sociales alerta a sus seguidores que cierto libro escolar, para niños de 9 a 10 años, recomienda un cortometraje “que confronta las tradiciones de la Iglesia católica… ridiculiza y envenena… insulta y agrede a la religión…destruyen la patria y la fe”. Se trata del cortometraje titulado ‘Mi vanidad’ (Bautista Reyes, 2014) que recrea la ficción de una devoción católica y un singular diálogo entre dos imágenes religiosas.
El filme está basado –casi palabra por palabra- en el texto de Carlos Monsiváis ‘La parábola de la virgen provinciana y la virgen cosmopolita’ que se encuentra en su libro ‘Nuevo catecismo para indios remisos’ publicado en 1982 y el cual, por cierto, contiene nueve grabados de imaginería religiosa del artista Francisco Toledo. El texto en cuestión abre la serie de relatos con los que el escritor –con un humor sardónico– cuestiona sistemas sociales, políticos, económicos, eclesiásticos y culturales mexicanos mediante alegorías, narraciones irónicas, cuentos fantásticos y ficticias devociones inspiradas en la fe y religión católica.
Es cierto que, fuera de contexto y bajo escaso criterio, los relatos –y el corto en cuestión– pueden propiciar prurito en ciertos fieles católicos, especialmente en aquellos con una intensa, sistemática y escolástica formación catequética. Por ello quizá sea importante ofrecer una reflexión sobre este material que se recomienda a los profesores compartir con los alumnos:
Uno. El cortometraje en sí tiene mucha calidad en la producción. Es un ejemplo de ejercicio cinematográfico sencillo como para estudiar y entusiasmar a niños y niñas que tienen inquietudes cinematográficas o que ya hacen videos para sus redes sociales.
Dos. Sin duda hay que mirar el contenido desde donde nace: los cuentos de Monsiváis son evidentemente subversivos y están creados para cuestionar el statu quo de la vida mexicana. Pero además, la parábola de las vírgenes (en el texto, ‘cosmopolita’ y ‘provinciana’; mientras que en el cortometraje: Santa Bárbara y Macarena Mártir) está inspirada en un acontecimiento histórico que sí configuró al país.
“La guerra de las vírgenes» fue parte de un conflicto militar-religioso durante la Insurgencia y la Independencia de México en el que dos bandos confrontados usaron de estandartes a dos distintas advocaciones de la Virgen María. Los realistas (defensores del statu quo virreinal) usaron a la Virgen de los Remedios como ‘Generala’ (incluso la vistieron con blasones militares) mientras que los insurgentes de Hidalgo usaron a la Virgen de Guadalupe como ‘Patrona de la Libertad’ para inflamar las batallas y la devoción de los combatientes. Es decir, que el conflicto místico-devocional en México no es una exageración.
Pero, por otra parte, el texto y el cortometraje ponen acento en la confrontación dialógica entre las protagonistas del relato: La virgen cosmopolita (santa Bárbara, tez blanca, ricos atavíos) desafía con prejuicio a la virgen provinciana (Macarena Mártir, tez morena, humilde vestimenta) sobre sus cualidades prácticas, místicas y teológicas: “¿Tú qué sabes hacer? […] ¿En cuántos idiomas te comunicas con los ángeles?[…] ¿Puedes resumirme tu idea del pecado en un aforismo brillante?”. La virgen provinciana apenas logra decir en voz baja que nunca tiene malos pensamientos, que sabe hacer el bien y que le gusta consolar enfermos.
Pero este fragmento muestra justo un perfil bastante extendido entre los creyentes católicos incluso en nuestros días: la inquietante posición de quienes apelan a la erudición, a la mística y al pietismo personal para cuestionar el nivel o la calidad de fidelidad del resto de creyentes. Por ejemplo: hay un cura africano del Opus Dei que, mediante muchas, extensísimas y eruditísimas cartas, exhorta al papa Francisco a corregir cada una de sus herejías; o esos otros ejemplos de ministros y fieles que se escandalizaron al escuchar a un cura DJ en una animación de la reciente JMJ en Portugal, «porque no es música santa».
Tres. Finalmente hay que decir que, sin duda, tanto el relato como el cortometraje utilizan y manipulan un simbolismo cultural católico para contar una peculiar historia. Dejando de lado los detalles erróneos en el filme (como que las imágenes hacen milagros o que, detrás de una santa hay soberbia y desprecio), hay que poner atención a la moralización que este contenido propone en tres niveles:
Primero: La estatua ‘residente’ desprecia a la estatua ‘visitante’ (viajante) y allí se revela un poco de esa vejación al migrante, al extraño; segundo, la estatua de tez blanca discrimina a la estatua de tez morena con el cual se muestra el racismo simbólico que por desgracia sí está presente en muchas relaciones sociales en el país y que requiere conversaciones muy tempranas y oportunas; y tercero, la estatua ricamente ataviada muestra una agresividad que busca humillar a la otra mediante una extrema soberbia suicida; y, por su parte, la estatua sencillamente vestida es humilde en personalidad y sumamente paciente.
¿Serán estas moralizaciones las que realmente se quieren enseñar en la escuela? ¿Se debe relacionar riqueza y blancura de tez con soberbia, agresividad y vana superioridad? ¿O pobreza y tez morena con bondad, generosidad y paciencia? En realidad el texto sólo contrasta lo ‘cosmopolita’ frente a lo ‘provinciano’ pero el cineasta eligió cualidades físicas evidentes que, sin duda, pueden generar sesgos apreciativos.
En conclusión, es un despropósito que estos contenidos ataquen a una fe o a una iglesia; en todo caso –y sin minimizar sus errores– utilizan un sustrato de identidad religiosa popular para propiciar un relato y una reflexión poco ortodoxa. El cortometraje además (quizá involuntariamente) destaca algo muy relevante para la fe católica y la identidad del pueblo mexicano: la participación devocional colectiva, familiar y ritualista. La música, las flores, las ofrendas, la imagen, la procesión, las andas, la senectud y la juventud, la maternidad, el gesto solemne y respetuoso; y, sobre todo, el misterio. Es decir, la naturalidad de un pueblo expresando su fe; y eso sí que es congruente con nuestra historia, nuestra cultura y nuestros desafíos contemporáneos.