La “región más transparente” descrita por Humboldt, retomada por Carlos Fuentes en célebre novela, hoy es un valle de lagañas y males respiratorios.

La nata de contaminación que flota en el aire de la ex “Ciudad de los Palacios” es el mayor dolor de cabeza de las autoridades… y qué le digo de sus habitantes.

Respirar es un deporte de alto riesgo; caminar por calles y avenidas, correr en los parques y salir al recreo en las escuelas es nocivo para la salud.

El problema provocado por el exceso de ozono y partículas suspendidas en el aire chilango, en combinación con el clima adverso, es también el último eslabón de una cadena de errores y políticas fallidas.

Las autoridades encuentran la explicación del desastre ecológico en la sentencia de la Suprema Corte que en julio del año pasado declaró discriminatoria la restricción de circular a vehículos viejos y ordenó que la medida aplicara sólo bajo el criterio de las emisiones contaminantes, independientemente del año, modelo o precio de cada automóvil. Esto significó un incremento de 616 mil 506 vehículos en circulación.

Si bien los automóviles podrán contaminar menos, al ser más circulan con mayor lentitud generando embotellamientos y el colapso de vialidades con la consecuente acumulación de gases intolerables.

La crisis desatada en los últimos días obligará a la Comisión Ambiental de la Megalópolis a ajustar criterios del programa Hoy No Circula bajo los cuales se otorgan los hologramas “cero”; los nuevos lineamientos “rudos” para restringir la circulación vehicular afectarán a la CDMx y a los estados de México, Puebla, Tlaxcala, Morelos e Hidalgo.

La idea puede ser buena, pero resultará insuficiente; no hay manera de hacer más calles para dar cabida a más vehículos.

Además, si se aprobara una mayor restricción a la circulación vehicular, nos enfrentaríamos al calvario de guardar el coche para enfrentar un pésimo sistema de transporte público, mal diseñado, como casi todo en esta megalópolis, o bien a recurrir –otra vez– a la carcachita zapato.

¿Si todo está mal, viene lo peor?

EL MONJE IDÍLICO: La solución al problema de la contaminación ambiental en la megalópolis sería contar con un transporte público eficiente; articular metro, metrobús, autobuses locales y foráneos, microbuses y taxis para mover a los capitalinos con seguridad y rapidez, pero también acabar con la corrupción y “los brincos” manoseados en los 67 verificentros autorizados… lo cual suena ingenuo, por decir lo menos, ante la falta de voluntad política para unificar criterios.  

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