Querétaro, golpe a la impunidad
¿ …… Si los pobladores de esta nación, se abstuvieran de botar en las calles papel de envoltorios, vasos de café, empaques de yogurt y refresco, bolsas de plástico –incluido aquellas en las que recolectaron la heces de su mascota- bolsitas de comida chatarra adquirida en las banquetas exteriores de escuelas y hospitales? Imagine si esta conducta que denota descuido, falta de civismo y de educación básica, se evitara de la misma manera en que hemos aprendido a separar lo orgánico de lo inorgánico; pero el problema no para ahí, simplemente conciba ¿que pasaría si los responsables de limpia en la ciudad –lo mismo de base o sindicalizados, que los “voluntarios” recogieran -metódicamente y sin la cuota básica de corrupción que se denomina propina- la basura exterior a su casa que usted tuvo la decencia de barrer de su banqueta esperando que alguien se la lleve?
Pero como soñar no cuesta nada figúrese lo que ocurriría si las coladeras sustraídas por comerciantes de lo ilegítimo dejaran de ser compradas por traficantes de lo robado, si las que aun tienen tapa hubieran recibido mantenimiento preventivo de desasolve, si el drenaje no estuviera tapado por residuos de cemento utilizado para recambio de banquetas que en pocos meses serán destruidas por raíces de árboles a los que tampoco se les dio poda preventiva.
Quizá si utopías tan simples ocurrieran en los ámbitos delegacionales o municipales estaríamos en el camino de vivir una relación gobernado-gobernantes menos ríspida que la causante de enojo, frustración y al final de día manifestaciones populares de todo tipo; pero trate de soñar en que los modernos comerciantes de la opinión pública, no nos atosigaran con datos inquietantes como la superación –por un punto- de la desaprobación por sobre la aprobación de la actividad presidencial. También intente un escenario de lo que pasaría si los medios de comunicación masiva dejaran de manipular cifras como que el “64% de la muestra estadística considere que el gobierno federal debe cambiar de rumbo o que el 66% dice que los problemas han rebasado al presidente o el 48% piense que el país va mal”. ¿Qué pasaría si quien gobierna lo hiciera en base a las metas planeadas o la obligación de servir a la gente y no a las encuestas?
Una simpática niña que se acerca a los cien años de vida, consideró que “El drama de ser presidente es que si uno se pone a resolver los problemas de Estado no le queda tiempo para gobernar” y de verdad todos podríamos plantearnos lo que ocurriría, si a quien elegimos para tal responsabilidad dejará de preocuparse por un peinado capaz de ocultar la calvicie galopante, las canas o el desparpajo de imagen ocasionado por el viento o la carrera obligada en presentaciones continuas tipo eventos teatrales.
¿Qué pasaría si las reformas tan cacareadas, dejaran de ser un producto “mal vendido” en términos publicitarios? Y ¿que si la recién legislada consulta popular no se redujera a un tema de contienda partidista? Y todavía más ¿que pasaría si los procuradores de justicia realmente hicieran su chamba en vez de permitir la filtración de audio o videos obtenidos de quien sabe que ilícita manera, con el único afán de manipular audiencias a las que convierten en posibles hordas capaces de linchar a quien sea?
Para quienes aun confiamos en la raza humana, muchas cosas convenientes acontecerían si en vez de provocar el pánico masivo con cifras muy desalentadoras de aumento en secuestros, homicidios y desapariciones o el abanderamiento de cinco mil jóvenes en un nuevo cuerpo policíaco, todos –gobierno y ciudadanos- aumentamos nuestros esfuerzos para la educación, la salud y la sana relación con el familiar -sea anciano, joven o niño- el vecino o el compañero de trabajo.
La inseguridad no se disminuye con la sola detención de decenas de criminales. Más que cacarear como si se tratara de gallina que cada día pone su huevo, tendríamos mayores resultados con una función pública enmarcada en la austeridad republicana, la necesaria secrecía de las investigaciones y por supuesto la conciencia plena de la obligación de servir a los electores, sus dependientes y todo aquel visitante con derecho a ser considerado persona y no un simple número estadístico de negocios turísticos.
La labor presidencial, de los ejecutivos locales –gobernadores y presidentes municipales- no debiera medirse por eventos cuasi-festivos, ni la satisfacción popular debe comparase con la “felicidad” también medida en encuestas. ¿Qué pasaría si todos los ambulantes pasaran a la formalidad por el simple hecho de que esta última fuera más conveniente y barata que la primera? ¿Qué ocurriría si la corrupción se castigara y la impunidad se extinguiera? Intente visualizar lo que pasaría, si aprendiéramos a vivir en armonía más allá de nuestro particular credo religioso, si como resultado de esto perdiéramos el miedo a ser atacados por el color de mi piel, el sitio donde he nacido, el Dios en el cual creo o la osadía de suponer que éste es solo producto de la imaginación de unos cuantos ingenuos o vivales.
¿Cómo sería el mundo si todos tuviéramos trabajo justamente remunerado? ¿Cómo sería la conducta colectiva si la medida del éxito fuera la decencia, el conocimiento académico –no me refiero a los títulos sino al saber- la prudencia y sabiduría en el actuar y no “cuanto tienes”? ¿Cómo cambiaría nuestro país, si alguien se atreviera a revocar la concesión de empresas mineras explotadoras y contaminadoras del ambiente? ¿Pondrían a remojar sus barbas los concesionarios de otros bienes de la Nación o se levantarían en armas? ¿Cómo sería el mundo si no envidiáramos, ni mintiéramos, ni estuviéramos dominados por la ira y el rencor? Mi candidez no alcanza para tanto; pero pienso que sería algo más cercano al paraíso.