Líneas Quadratín
De nada sirvieron los llamados a la concordia, la unidad, el consenso y la reconciliación. Las heridas de guerra resultado de pugnas familiares nunca sanan solas. Los ataques fratricidas suelen ser los más crueles y violentos. El perdón es imposible cuando la misma sangre caliente corre por las venas de adversarios irreconciliables.
Los panistas amanecen fracturados; las diferencias entre corderistas y maderistas son profundas; dos años de acuerdos inconfesables con el Gobierno Federal, pugnas, acusaciones, desconfianza y descalificación no se borran en un día…
En la elección de este domingo en realidad estaban en juego dos reelecciones: la de Gustavo Madero y la de Felipe Calderón a través de un prestanombres… fue una confrontación entre quien hizo trabajo político y quien optó por la servidumbre. La contienda interna panista fue solo el punto culminante de una espiral de agravios discursivos iniciada con la derrota presidencial de 2012.
Maderistas y calderonistas se confrontaron por el reparto de culpas, pero sobre todo por la ventaja que significa disponer del patrimonio de un partido político.
Sin el poder presidencial como gran pegamento institucional salieron a la luz vicios y trampas. Durante la docena gloriosa del poder los panistas adoptaron las peores prácticas del viejo PRI. Del fortalecimiento del centralismo hasta llegar al escándalo de “los moches”, los representantes de Acción Nacional confirmaron la vieja sentencia: el poder a todos los hace iguales.
Al interior también se degradaron. Las relaciones institucionales cimentadas en una sólida identidad construida por sus padres fundadores derivó en un vulgar pleito por el hueso que se les atora en el pescuezo a quienes piden pan y no les dan ni queso.
A lo largo de 60 días de campaña quedó en evidencia la incapacidad de procesar diferencias. La autollamada “oposición responsable” se encargó de escenificar su propia versión de la guerra de tribus, tan criticada en la izquierda nacional.
Ocupados en el pleito interno, los dirigentes panistas descuidaron a bases y clientela. Los 217 mil 593 militantes registrados, son muestra de la escasa capacidad de convocatoria de un partido que ocupó 12 años la Presidencia de la República y hoy lucha por encontrar el rumbo perdido y la remota posibilidad de recuperar el poder perdido desde una zaga debilitada –además– por sonoras derrotas en bastiones como Guanajuato y Jalisco todo lo cual ha distanciado al panismo de sus propios seguidores.
El PAN se debate entre el pragmatismo del presente, la añoranza del pasado y la falta de una oferta atractiva para una población desencantada y sospechosista.
La crisis es tan obvia que este domingo analistas, periodistas y seguidores de las grillas partidistas estábamos tan pendientes del resultado como de la reacción del perdedor. Lo importante no era saber quién ganaría sino la legitimidad del triunfo y la voluntad del derrotado de aceptar el conteo de los votos. La jornada dominical era en buena medida la historia de una impugnación anunciada… la cual seguramente terminará en tribunales por la acumulación de denuncias sobre irregularidades. “Las acusaciones de fraude también los colocan en iguales prácticas y vicios que criticaran desde la bandera del respeto a la legalidad”, apunta en estas páginas el analista José Buendía Hegewisch.
Afortunadamente para el PAN, el numerazo de Caín Cordero y Abel Madero quedó opacado por la final del futbol mexicano entre Pachuca y León… otro pleito de familia.
El “día después” de los panistas amanece nublado por dos grandes retos: la operación cicatriz y la búsqueda de la identidad extraviada.
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