Bienestar Michoacán, el negocio de la corrupción a costa del infelizaje
Marcelo es Marsolo.
En teoría, Marcelo Ebrard es un cuadro político de excelencia según dicen –de dientes pa’fuera– los propios dirigentes del PRD; en la práctica es un cartucho quemado.
Especulaciones hay muchas. Desde el cuartel de Marcelo, Agustín Guerrero, –fiel escudero–, alimenta la cizaña; en carta furibunda, acusa a la dirigencia chucha cuerera de sumarse al complot orquestado desde la Presidencia en supuesta venganza por el escándalo de La Casa Blanca de las Lomas; lo castigan por incómodo, afirma. Otros acusan maniobras de Carlos Navarrete para cerrarle el paso por instrucciones del Jefe del GDF.
Ante los rumores, el revire es contundente: “no era conveniente políticamente postularlo y sí hubo serias consideraciones para excluirlo de las listas plurinominales”, admite el poderoso Jesús Zambrano, alias Tragabalas, quien a las ordenes de El Chucho Mayor –Jesús Ortega– ostenta sin pudor todo el poder de las corbatas amarillas.
El dilema perredista consistía en aceptar a Marcelo y cargar el costo político de quien fue atropellado por el tren de la L-12, o dejarlo fuera, como ocurrió. Ebrard agotó su capital político; no trae tantos votos… y primero es lo urgente: librar la aduana electoral del 2015 e ir pensando de una vez en 2018 para no perder la CDMX.
El mismo criterio para tasar la devaluación de Marcelo se aplicó al Profe Bejarano, el impresentable Señor de las ligas.
La diferencia entre el primero y el segundo es que El Padrino de la tribu Nueva Izquierda todavía tiene canicas para repartir entre sus incondicionales; el 16 por ciento en el Consejo perredista le da un poco de músculo. En cambio a Marcelo –con su lánguido Movimiento Progresista– no le alcanzó ni para un escaso tres por ciento de los votos… y con eso no se compite ni para jefe de manzana.
Total, quizá por ser un poco altanero y muy soberbio, Marcelo se quedó solo, solo, solo; fue a dar a la lona; sufre la ley del hielo; el rechazo que padecen los apestados.
Aún así, a Marcelo todavía se le mueve la colita; tiene dos opciones –descontando a Movimiento Ciudadano–: ir a dar al PT, partido que recibe cascajo para mantener el registro o subirse de mosca a Morena, a vivir de arrimado en cuarto rentado, como externo, de entrada por salida, bajo la luz cegadora del rayito de esperanza, de quien ya probó el sabor del veneno y otras amarguras; sí creo.
EL MONJE LOCO: Hoy se sabrá si Marcelo es Marsolo –como lo bautizó el periodista Ramón Alberto Garza–, o prefiere seguir con su proyecto político –cualquiera que éste sea–… y como sea.
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