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Ahora en Pemex, a la vejez, viruelas.
Sonó la hora de acometer atrevimientos, que en antaño eran quimeras.
La reforma energética y sus leyes reglamentarias, a punto de aprobarse –no sin sobresaltos–, dizque pondrán al sector energético nacional en el camino de la modernidad, competitividad y productividad, descartadas durante tres cuartos de siglo, por pruritos del nacionalismo dogmático… casi fanático.
La izquierda y otros “ismos”, advierten que “la madre de todas las reformas” (disculpe usted el lugar común) traerá daños irreversibles al país por la sobreexplotación de sus recursos y el enriquecimiento de empresas transnacionales que vendrán a saquearlos.
El tiempo dirá si los detractores de la reforma tenían razón; si la mayoría legislativa se equivocó al avalar las nuevas reglas del juego energético.
Por ahora, el empeño es transformar a Pemex en una empresa competitiva y financieramente sana; atractiva para los inversionistas, quienes aspiran a apostar su dinero en algo seguro y, sobre todo, rentable.
Para ello, los críticos de siempre alegan que la bonanza de Petróleos Mexicanos se logrará mediante un rescate financiero, a un alto costo para la sociedad, lo cual es cierto, pero no tanto.
Para empezar, la conversión de pasivos laborales de Petróleos Mexicanos en deuda pública no es un rescate, por tratarse de un ente del Estado, y no privado. De hecho, la palabra rescate tiene una pésima connotación, porque nos refiere al no tan lejano salvamento de la banca quebrada, o las industria del cobre, o las carreteras concesionadas. No.
Lo de Pemex debe verse como el saneamiento financiero inaplazable de una industria nacional que aporta cerca del 40 por ciento del presupuesto de egresos de la Federación.
Así lo explica el Consejero Profesional de la paraestatal, Fluvio Ruiz Alarcón: “Con el actual marco fiscal, Pemex simplemente se iría al precipicio; mantener la carga impositiva sería injusto y dañino… sería como darle una puñalada, debilitarla frente a los tigres petroleros que preparan su arribo al país…”.
Tan solo el año pasado, Pemex registró un déficit de 170 mil millones de pesos. La causa no es la mala gestión, sino el efecto de la excesiva ordeña fiscal. Según Ruiz Alarcón, antes del pago de impuestos, Petróleos Mexicanos es la segunda empresa de su tipo más rentable del mundo –genera ganancias por 700 mil millones de pesos antes de impuestos– pero después del pago de obligaciones fiscales termina entregando a Hacienda el total de sus utilidades, completo y “copeteado”, y se derrumba al lugar 86 del escalafón internacional. La carga impositiva de Pemex duplica la de sus competidores mundiales.
Además del sangrado hacendario, está el tema de los 88 mil jubilados y pensionados, es decir, el pasivo laboral. El adeudo con los trabajadores de Petróleos Mexicanos es de casi 9 por ciento del PIB, adicional a la deuda bruta actual del país, lo cual la encarece, y para pagarla, obliga al Estado a distraer recursos destinados a obras de infraestructura y apoyo social…
La reforma energética obliga a cambiar las condiciones de los trabajadores y el contratos colectivo, por incosteables. Por ejemplo, Pemex no puede seguir siendo una empresa en la que sus trabajadores se jubilen a los 50 ó 55 años, y se les pague 100 por ciento de su salario hasta la muerte… y una vez ocurrido eso, a la viuda se le entregue –también hasta morir–el sueldo del difunto.
Si no queremos que Pemex compita, pues entonces no absorbamos nada, ni siquiera el 30 por ciento de los pasivos, y hagámonos a la idea de que todo el potencial energético del país lo va venir a explotar alguien más.
La debatida reforma energética pretende quitar el freno de mano al desarrollo del monopolio petrolero, que pronto dejará de serlo. Pero tampoco está inventando el agua tibia, ni el hilo negro, sino tomando la experiencia exitosa de países que han recorrido el mismo camino que ahora intentará México… y el tiempo dirá.
@JoseCardenas1 | [email protected] | josecardenas.com.mx