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La relación entre literatura y nuevas tecnologías plantea un interesante debate
MÉXICO, 5 de abril 2016.- John Giorno estaba conversando por teléfono con William Burroughs un día de 1968 cuando concibió una de sus acciones más famosas, Dial-A-Poem: 15 máquinas contestadoras conectadas a un número del área de Nueva York permitían a quien llamase escuchar un poema, en la que sería no la primera pero sí una de las más eficaces iniciativas para llevar la literatura a otros escenarios, dice El País.
Fue un éxito y generó numerosas imitaciones: recientemente en el MOMA, la acción de Giorno fue recreada y enriquecida con intervenciones de David Byrne y Tom Waits, entre otros.
Dial-A-Poem nunca ha estado muy lejos de nuestra forma de concebir los vínculos entre literatura y nuevas tecnologías de la comunicación.
En los últimos 50 años, la convicción de que éstas constituirían un peligro para la literatura ha llevado a actitudes distintas y complementarias: un rechazo rotundo basado en la idea de que esas tecnologías “distraerían” de, “banalizarían” o “empobrecerían” la literatura, un esfuerzo por imitarlas (novelas escritas como correos electrónicos, a la manera de conversaciones de chat, como una sucesión de búsquedas de Google, etcétera) y/o un intento de subvertirlas “sembrando” literatura en ellas