Libros de ayer y hoy
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La verdadera historia del párroco y los leones
Se llamaba Harold Francis Davison y era rector de la parroquia anglicana
de Stiffkey, un pueblecillo en la costa inglesa del Canal de la Mancha.
Fue protagonista de un jaleo tremebundo hace 92 años: lo pillaron
seduciendo a meseritas en casas de té londinenses y fue excomulgado y reducido
al estado laical.
Pero este epígono de Enrique VIII en vez de humillarse a la disciplina
eclesial, tomó el camino de la rebeldía, armó una batahola, gritó su inocencia a los
cuatro vientos, montó protestas públicas y para convencer a la cleresía y al
populacho de que Dios creía en su castidad, como el profeta Daniel se encerró en
una jaula con leones africanos de melena negra … sólo que al Altísimo se le olvido
mandarle un ángel y uno de los felinos se almorzó al pecador.
Pero me estoy adelantando. El episodio, hoy olvidado, fue en su tiempo la
comidilla de la sociedad inglesa de la preguerra, tan emocionante y comentado
como había sido en 1914 el affaire de madame Caillaux, la asesina de Gastón
Calmett, el editor de Le Figaro, quien pagó con la vida la persecución de un
político corrupto.
Henriette Caillaux, esposa del ministro Joseph Caillaux, llegó al despacho
del periodista, sacó una pequeña pistola y le asestó cinco tiros. Gastón murió en el
acto. Henriette se libró de la cárcel gracias a la sorprendente defensa que ideó su
abogado: no era responsable de sus emociones, pues como mujer que era, se
había visto dominada por las pasiones propias de su sexo.
William Manchester dice que Winston Churchill siguió paso a paso la
comedia del rector de Stiffkey. En su monumental biografía de quien fuera
némesis de herr Hitler, escribió:
“La depresión persistía [la sociedad buscaba] diversión en la locura del yo-
yo, tres asesinatos muy comentados y la destreza seductora del viejo rector de
Stiffkey, quien merodeaba por los salones de té de Londres, persuadiendo a un
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Miguel Ángel Sánchez de Armas
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asombroso número de jóvenes camareras de meterse en los baños con él, asumir
posiciones incómodas y copular”.
Como se sabe, los clérigos anglicanos no tienen prohibidos los placeres del
himeneo, como sí los sacerdotes católicos, víctimas de una ocurrencia de los
jerarcas de la Iglesia once siglos después de la era del Nazareno.
Se esperaría entonces que tuvieran mayor templanza. Pero así como los
curas pederastas católicos, según la doctrina de Marcial Maciel, no pueden dejar
de perseguir chicos, Harold correteaba niñas que transitaban por el camino del
pecado… para “salvarlas”.
Aunque en ese tiempo y durante años su familia y sus descendientes
sostuvieron que sus intenciones eran cristianas, las quejas de la feligresía de
Stiffkey llevaron al obispo de Norwich a convocar un tribunal consistorial que
suspendió a Harold a divinis.
Su defensa se vio comprometida tanto por su poco convencional
comportamiento como porque los acusadores presentaron al tribunal una
fotografía en donde el rector aparecía junto a una adolescente semidesnuda
Harold había sido nombrado rector de Stiffkey en 1906. Antes de la guerra
era respetado y ofició matrimonios en la capilla Real del Palacio de Saboya y
atendió actos ceremoniales de la corte del Rey Jorge III.
Pero después de la guerra su vida dio un vuelco. Era capellán en un buque
de la Armada. A su regreso se encontró con la novedad de que su esposa estaba
embarazada de otro señor. No pidió el divorcio pues, dijo, los votos matrimoniales
son de por vida.
Para alejarse de la pecatriz aceptó el puesto de tutor del hijo del Marajá de
Jaipur en la India, mas iglesia le canceló el viaje y entonces el buen hombre se
entregó a sus “obras pías” entre las prostitutas del barrio de Soho en Londres.
El infortunio lo acosaba. En 1930 un tal Phillip Hamond, con quien había
tenido rencillas, lo acusó de inmoralidades y puso detectives privados a buscar
evidencias de su trato malsano con las jóvenes hetairas.
De 40 chicas entrevistadas, solo una aceptó haber tenido tratos carnales
con Harold, pero fue suficiente: la bola de nieve había comenzado a rodar y el
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Miguel Ángel Sánchez de Armas
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asunto llegó a las primeras planas de los diarios, en donde la sabrosa historia fue
cumplidamente reseñada con abundantes testimonios gráficos.
Cuando fue suspendido del ministerio, Davison montó una memorable
defensa: durante un año, en el paseo del popular balneario de Blackpool en la
costa del mar irlandés, estuvo sentado en un barril. A todo aquel que se
aproximaba le hacía una detallada narración de su desventura … a cambio de un
óbolo de dos peniques.
Su siguiente paso fue ir a Skegness, en el Canal de la Mancha, en donde
organizó en el afamado circo Thompson una recreación que llamó: “Daniel, Dios
es mi juez, en la guarida del león”.
En el pasaje bíblico, el profeta Daniel es arrojado a un foso con leones por
el rey Darío, y un ángel enviado por el Señor impide que las bestias lo devoren.
Nuestro pastor quiso así llamar la atención popular sobre su caso. Se
presentaba dentro de una jaula al lado de una pareja de leones, “Fredi” y “Toto”, y
durante diez minutos arengaba al público sobre las injusticias de que había sido
víctima.
Pero la desventura atacó de nuevo. El 28 de julio de 1937, mientras
sermoneaba a la multitud, tropezó con el rabo de la leona “Toto” y cayó sobre ella.
“Fredi” interpretó esto como una agresión y con sus enormes fauces tomó al infeliz
predicador por el cuello y lo zarandeó de un lado a otro de la jaula durante un
buen rato.
El público creyó que esto era parte del espectáculo y estalló en carcajadas.
Cuando los domadores lograron separar a la bestia de su infortunada presa ya
nada se pudo hacer: el pastor estaba rindiendo cuentas a su creador.
Los restos de Harold Francis Davison fueron trasladados a Stiffkey, en
donde una multitud llevó su ataúd a hombros por todas las calles de la ciudad,
entre exclamaciones de dolor como adiós al rector.
Y en un último golpe de desdicha, la señora viuda del rector se apareció en
el funeral ataviada con un elegante y provocador vestido blanco que atrapó las
miradas de la feligresía masculina de Stiffkey.