Un vecino distante, desconfiado y colérico nos vigila
En El fistól del diablo, Manuel Payno relata una fabulilla sobre un peculiar y valioso diamante el cual cambia varias veces de manos en una infinita serie de crímenes, robos, traiciones, estratagemas y azarosos designios. Cada cambio de propietario casi siempre está motivado por la vulgar ambición de la posesión y ostentación de la joya; pero en ocasiones, por accidente o casualidad, cae en manos ingenuas e inocentes a las que también su breve estancia les cambia la vida.
La historia no tiene realmente un final pero se entiende la moraleja: Hay bienes inmensamente preciados que, de tanto desearlos y buscarlos para poseerlos, terminan con nuestra propia suerte; y, por el contrario, cuando esos mismos dones caen como ascuas inesperadas a nuestras manos, debemos ponerlas a servir y trabajar en lugar de resguardarlas y admirarlas, y así evitar tragedias.
México vive una auténtica crisis de violencia cuyo fin no parece vislumbrarse en el horizonte. Desde el comienzo de la cuestionable ‘Guerra contra el Narco’ instruida por el presidente Calderón Hinojosa y a lo largo de 18 años de fallidas estrategias de seguridad de Peña Nieto y López Obrador sólo nos ha quedado claro que la paz es como el diamante en esa fábula de Payno: cada quien la anhela y la usufructúa a su manera, pero en su escurridizo viaje sólo deja devastación si no se obra solidaria y desinteresadamente.
Los poderosos utilizan sus propios medios y estratagemas para conseguir “su paz” como propiedad, como riqueza intransferible e indivisible, dicen: “Mientras yo obtenga mi paz, que el resto se haga trizas”. Las víctimas sólo ven de lejos esa joya anhelada mientras caen en los campos de guerra de los poderosos que les prometieron conseguir y compartir la paz pero sólo recibieron tierra y sangre, ni ellos ni sus seres queridos volverán a ver de cerca la paz en esta vida excepto en la propaganda y en la retórica de los discursos de sus líderes y dirigentes. El resto, el pueblo, los inocentes, gozan de paz pero como un carbón ardiente: si se pone en el fogón, calienta la casa y se hace sopa para compartir; pero si se guarda en el bolsillo o debajo de la almohada, provoca desastres.
La paz es esa llama en potencia que iluminará a los ciegos y abrigará a los desposeídos; pero necesita solidaridad y estructuras comunitarias para ponerse en acción. Se construye la paz para compartir, no para poseerla ni adornarse con ella. Esa paz ambicionada en privilegio y soledad es como la advertencia ancestral: “Cavarás un pozo para mantener lejos a tu hermano, pero caerás en él”.
En el relato, Payno describe cómo el diamante pasa un tiempo como adorno en la cabellera de una jovencita que lo lleva como amoroso regalo de su padre, un campesino que encontró la roca literalmente entre cadáveres. Cierto día, la joya en la joven llama la atención de un emperador, el cual la rapta con todo y diamante. El padre, indignado y desesperado, toma la decisión de derrocar al emperador; vende sus cosas, deja su casa y se interna en el submundo de oprimidos del rey para hacerse de un pequeño ejército de miserables y abandonados que crecen inadvertidamente bajo las narices del monarca. Finalmente recupera a su hija; el diamante en realidad no le importa.
Pienso que así debe ser la búsqueda y construcción de la paz. Nace de la indignación y se pone en acción junto con los oprimidos. El verdadero valor de ese escurridizo diamante de paz está en el bienestar de los demás, especialmente de los más inocentes y los más vulnerables, en el rescate de los esclavizados o privados de su libertad, en la dignificación de un pueblo cuyo clamor rompe la falsa paz que dan las murallas de un palacio.
Bien se dice que “a la paz, sólo es posible llegar por la vía de la justicia” y la construcción de esa paz con justicia y dignidad requiere que el pueblo esté bien informado, que asuma con profunda conciencia su realidad, que no desprecie la memoria de su historia y su pasado, que ponga en sus labios ante todo palabras de dignidad, compasión y perdón.
Nadie puede ir entre lobos a buscar la paz como un diamante y volver de ahí con ella entre las manos; la construcción de paz exige que la gente se pronuncie activamente desde su realidad; que la sociedad repare relaciones humanas dañadas por la desconfianza, el temor y el odio; y finalmente se requiere que el pueblo reforme las instituciones que deben garantizar que la paz sea esa llama que mueve el motor de toda la vida social.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe