Un vecino distante, desconfiado y colérico nos vigila
Si alguna vez ha usado una receta para hornear algo delicioso o hacer una comida, has usado un algoritmo, ya que, en su forma más básica, eso es lo que son los algoritmos. Los algoritmos son antiguos, y se remontan a miles de años. Hoy, sin embargo, son más complejos y tienen mucho más impacto e influencia en nuestras sociedades modernas, en todo el mundo, en casi todas las culturas.
Érase una vez una bulliciosa metrópolis llamada Techcity, en esta ciudad la autoridad de los algoritmos era incuestionable. Se usaban para todo, desde el diseño y funcionamiento del transporte y la atención médica hasta la educación y el entretenimiento. Los ciudadanos se basaban en algoritmos para buscar orientación en su vida diaria, entre otras cosas, confiando en su eficiencia y objetividad.
Un día, una joven llamada Maya recibió un correo electrónico informándole que su solicitud para una prestigiosa beca universitaria había sido negada. Confundida y desanimada, Maya no podía entender por qué ella, una estudiante de excelencia, con numerosas actividades extracurriculares, había sido rechazada. Ella decidió investigar más.
Al profundizar en el asunto, Maya descubrió que el proceso de admisión de la Universidad dependía en gran medida de un algoritmo diseñado para evaluar la idoneidad de los candidatos para las becas. El algoritmo consideraba factores tales como calificaciones, los puntajes del examen de admisión y los logros extracurriculares, pero también consideraba los datos sobre las colonias en las que vivían los solicitantes, supuestamente para promover la diversidad e inclusividad.
Maya se dio cuenta de que su aplicación había sido afectada negativamente por la evaluación del algoritmo sobre su vecindario, que se consideró menos favorable en comparación con otros. A pesar de su excelencia académica, el algoritmo la había juzgado en función de su código postal, perpetuando las desigualdades sistémicas.
Decidida a desafiar la autoridad del algoritmo, Maya se asoció con un grupo de personas de ideas afines que también habían sido afectadas por las decisiones de las autoridades universitarias. Ellos realizaron una campaña para exigir transparencia y responsabilidad en el proceso de admisión de la universidad, pidiendo una mayor supervisión humana y una reevaluación de los criterios del algoritmo.
Sus esfuerzos atrajeron una atención generalizada, provocando una conversación más amplia sobre las implicaciones de la toma de decisiones algorítmicas en la educación y más allá. A medida que aumentaba la presión, la administración universitaria acordó revisar el uso que ellos le daban a los algoritmos y se comprometieron a hacer los ajustes necesarios para garantizar la equidad y la dignidad humana.
Al final, la perseverancia de Maya valió la pena. La Universidad revisó su proceso de admisión para incluir evaluaciones más holísticas de los candidatos, reduciendo la dependencia de los algoritmos. Si bien los algoritmos aún desempeñan un papel importante, su autoridad fue atenuada por el juicio humano y las consideraciones éticas, asegurando que ningún estudiante fuera juzgado injustamente por su código postal nuevamente.
La historia de Maya se convirtió en un símbolo de la lucha continua para equilibrar la eficiencia de los algoritmos con la necesidad de justicia en un mundo digital en rápida evolución. Sirvió como un recordatorio de que, si bien los algoritmos pueden ofrecer información y asistencia valiosas, su autoridad siempre debe ser escrutada con la idea de mantener responsablemente los principios de igualdad y de integridad humana.