Un vecino distante, desconfiado y colérico nos vigila
Al entrar a su oficina, lo primero que llamaba la atención eran las
imágenes –algunas tamaño poster–, de genocidas y dictadores.
Era sorprendente, por ejemplo, el culto a Muamar Gadafi, el torturador,
genocida, terrorista, depredador sexual y dictador de Libia, cuya imagen
sobresalía, por mucho, frente a la de “el Che Guevara” o de un logotipo nada
discreto del grupo terrorista ETA, de España.
Y, claro, en tal colección no podía faltar la imagen del entonces popular
y populista líder mexicano, López Obrador, a quien directivos de La Jornada
prácticamente le entregaron el diario para sus delirantes ambiciones de poder.
Se trataba de la oficina de la entonces subdirectora de La Jornada, la
señora Carmen Lira Saade, actual propietaria de mítico periódico dizque de la
izquierda mexicana, convertido en el diario oficial del gobierno de AMLO y
verdadera mina de oro, gracias al patrocinio oficial del “lopismo”.
Una oficina en la que Obrador pasó muchas horas, días y semanas ya
que la señora Carmen Lira no solo es “la madrina” de los hijos mayores del
hoy presidente sino que, a través de algunos colaboradores del diario, la dueña
de La Jornada juega el papel de asesora principalísima del “señor de Palacio”
Y de esa cercanía –entre “la comadre” y “el compadre”–, se alimentó la
proclividad de López Obrador por dictaduras como la cubana, venezolana,
nicaragüense y otras del continente, además del culto al terrorismo.
Y, el mejor ejemplo de la patología por el terror que se vivía en el diario
La Jornada, es que la señora Lira colocó en una subdirección editorial a un ex
integrante del grupo ETA, la organización separatista responsable de decenas
de muertes civiles en España.
Sí, no era secreto, para nadie en La Jornada, el culto de la señora
Carmen Lira por los criminales de ETA; fanatismo que, incluso, la enemistó
con reputados intelectuales, como Carlos Monsiváis, entre otros.
Y viene a cuento el ejercicio memorioso porque luego de las dos
recientes entregas del Itinerario Político –“Los horrores de la guerra también
están en México” y “Un terrorista que despacha en Palacio” –, no pocos
lectores preguntaron sobre el manantial del que AMLO abría abrevado sus
afanes dictatoriales y su culto al terror.
Pero tampoco es nuevo que, a los pocos años del nacimiento de La
Jornada, el diario se convirtió en el panfleto propagandístico de Obrador,
como lo relata en su libro: “Diarismo”, el periodista Marco Lara Clahr.
En las páginas 190, 191 y 192 del citado libro, el autor relata un
testimonio de los entretelones de la toma de pozos petroleros en Tabasco, por
parte de López, en 1995, durante el gobierno de Ernesto Zedillo.
En esa ocasión, Lara Clahr acompañó a Tabasco al presidente del
Consejo de Administración de la Jornada, Rodolfo F. Peña –ya fallecido–,
quien también era compadre de Carmen Lira, la actual dueña de La Jornada.
Así lo narra el periodista y escritor: “Rodolfo Peña se hospedó en el
Hotel Calinda Viva, de esa ciudad. Pasado el mediodía –cuando estaba por
salir rumbo a la casa de Andrés Manuel–, intercambió unas palabras con una
mujer acompañada de dos niños: la reportera Lourdes Galaz y los dos hijos de
López Obrador, ella explicó que los llevaría de compras y luego al cine.
“Después de salir del hotel, Peña viajó rumbo a la casa de López
Obrador, ubicada en el fraccionamiento Galaxias, en donde Rosa Icela
Rodríguez comía apresuradamente en un rincón de la sala de la casa.
“Al ver entrar a Peña, Rosa Icela Rodríguez se puso de pie de un salto y
saludó casi con gesto militar. Dijo: “Pues aquí estamos, al pie del cañón; no
queremos que se lleven a Andrés Manuel; a ver cómo, pero no podemos
permitirlo”.
“Los días siguientes, Rodolfo F. Peña recorrió los plantones ubicados en
los accesos a los pozos mientras el reportero José Gil Olmos seguía los
acontecimientos afuera del Centro de Readaptación Social ubicado a las
afueras de la capital tabasqueña.
“De las cinco personas que viajaron a Tabasco, trabajadores de La
Jornada –Rosa Icela Rodríguez, Lourdes Galaz, Rodolfo F. Peña, José Gil
Olmos y el narrador de los hechos–, únicamente uno cumplía un trabajo
periodístico. Todos los demás eran militantes del movimiento de López
Obrador. Y de eso han pasado más de 25 años”. (Fin de la cita)
Hoy López Obrador es presidente, Carmen Lira es dueña de La Jornada
y el diario se ha convertido no solo en la hoja parroquial de la iglesia lopista,
sino en una mina de oro; casi mil millones de pesos en publicidad oficial, sólo
después de los patrocinios que entrega el gobierno federal a Televisa y a
Televisión Azteca.
Así los mercaderes del periodismo, frente al vergonzoso culto al terror y
la venta de las conciencias al mejor postor.
¿Hasta cuando?
Al tiempo.