El presupuesto es un laberinto
El arribo al poder de López Obrador fue resultado del generalizado descontento por el gobierno del PRI de Peña Nieto. Ese y no otro es el sentido del accidente histórico. En otras circunstancias no hubiera prevalecido con mayoría arrolladora que le permitió ejercer el poder sin contrapesos y con el sometimiento de buena parte de la élite. Para entender lo acontecido se debe ir al antecedente y a la sociedad que le llevó al poder y que en su mayoría sigue apoyándolo más en opinión que en votos.
En la parte final de su gobierno el balance es desastroso en casi todo. Un país dividido y polarizado, amplias zonas bajo el control del crimen organizado, un gobierno corrupto y dirigido por mediocres, la mentira y el engaño instalados con impunidad en el discurso público, una sociedad cada vez más desigual, persistencia de los más pobres de los pobres, México abrazando las peores causas en el mundo, un desastroso desempeño en el manejo de la crisis de la pandemia, el sistema de salud devastado y el educativo público en la más grave de sus crisis. En lo positivo está el incremento de los salarios y una discreta disminución de la pobreza, pero son poco relevantes en el desempeño del conjunto de la economía, como también es la estabilidad macroeconómica. Es preciso destacar que el incremento de la recaudación y de la impunidad asociada tan festejado por el régimen no debe ser producto de medidas discrecionales y unilaterales, sino producto de reglas justas, recaudación progresiva y de un sistema tributario que ofrezca certeza, claridad y medios para que la autoridad recaude en condiciones de legalidad y justicia. La ausencia de una reforma fiscal y una irresponsable política de gasto dejan un país minado. Es de reiterar que los programas sociales con transferencias monetarias no son fórmula de inclusión social, menos aún si se acompaña del deterioro de la red de bienestar.
Es una tragedia que los malos resultados no se traduzcan en una forma de sanción social, principio de autorregulación democrática. El presidente se regocija e insiste en el error a partir de la popularidad; mucho tiene que ver la propaganda diaria que acríticamente reproducen los medios de comunicación. La autocensura se ha impuesto y los empresarios de la comunicación, con pocas excepciones, no son muy distintos de los demás, prefieren el entendimiento con el poder, para efectos prácticos, un penoso sometimiento. La insuficiencia del escrutinio formal e informal al gobernante es uno de los elementos del desastre que se vive.
La propaganda ha sido eficaz porque el presidente recrea los prejuicios sociales sobre el poder, el gobierno y la política. Así, por ejemplo, la embestía contra el INE, el INAI y la misma Corte del supuesto abuso de sus directivos por las elevadas remuneraciones y de las fijaciones populares sobre la realidad: no hay democracia porque el INE es tapadera, el INAI fue comparsa y nunca denunció la corrupción y la Corte, coludida con los corruptos, no hace justicia. Igual acusa el presidente a la prensa independiente y que los periodistas críticos callaron como momias y ahora golpean a su gobierno porque les quitaron sus privilegios. Una narrativa maniquea desde la presidencia que parte del prejuicio social y de verdades parciales que la validan.
El accidente histórico no queda en paréntesis. El daño que deja en el cuerpo nacional y el deterioro de la vida pública difícilmente puede recomponerse en el corto plazo. Requerirá tiempo y una fórmula de participación social que a todos incluya y comprometa. El reto para los próximos años es mayúsculo, como las razones para dudar si la generación existente cuenta con las prendas para acometer un desafío de tales proporciones.
No hay experiencia en el pasado inmediato que avale capacidad, talento, visión y entrega para lo que se requerirá; pero tampoco lugar para el fatalismo. Quien venga, de la coalición que sea, habrá de representar una oportunidad no sólo de renovación, sino de ejercicio colectivo con el propósito de entender nuestro tiempo, las limitaciones de la sociedad y lo inaceptable de continuar por la senda del despotismo obradorista.