Un vecino distante, desconfiado y colérico nos vigila
Por Bryan LeBarón
39 migrantes murieron calcinados ayer por la noche en Ciudad Juárez, Chihuahua, hecho que lamentamos, pero que debería marcar un fuerte precedente sobre la manera en que las fronteras imponen también una ley de marginación, y sobre todo, desnuda que las autoridades están en falta con la protección a los hermanos migrantes.
Estoy convencido que todos los que se encontraban en ese albergue del Instituto Nacional de Migración, en Ciudad Juárez, Chihuahua, hubieran preferido estar en sus casas, con sus familias, cuidando a sus hijos, trabajando por su tierra, pero siempre hay una fuerza que los empuja a irse, y eso nos deshumaniza cada vez más.
Llámese pobreza, o tal vez crimen organizado, violencia, terrorismo o el sueño de ver a nuestros hijos en una mejor condición, pero todos los migrantes, estoy seguro que salieron porque ese lugar que llamaban hogar, ya no les ofrecía las oportunidades para prosperar y desarrollarse, de hecho, ni siquiera les garantizaba la salvaguarda de su propia vida.
Estos 39 migrantes dejaron más que un lugar vacío en la mesa de sus hogares, nos dejan profundas reflexiones sobre el nivel de deshumanización que está presente en todos los territorios que atraviesan los migrantes.
¿Cuáles son las reales condiciones de estos centros? que más que albergues, parecen centros de detención? ¿realmente somos solidarios como país con ellos? Si están saliendo de sus comunidades es por algo, y eso debería guiar el trato que reciben, ¿Por qué nadie les abrió la puerta de esa celda al ver que ardían?
¿Las instituciones tienen la estatura moral para pedir que a los mexicanos en el exterior se les trate de mejor manera? No debemos de ir tan lejos, hay pueblos y comunidades en nuestro país que se han convertido en pueblos fantasmas y su población ha tenido que salir huyendo porque no existen las condiciones de seguridad.
De acuerdo a la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos, en 2021, al menos 28.943 personas tuvieron que desplazarse de forma forzada dentro de México debido a la violencia, y estas cifras van creciendo.
Esta violencia que obliga a que la gente huya buscando protección, también la ha confirmado por ejemplo, la iglesia católica, quienes después del asesinato de los sacerdotes jesuitas en la sierra Tarahumara, señalaron que “…se confirmaría que en la región las autoridades no detentan el control territorial”.
Así que los mexicanos, como los hermanos migrantes fallecidos, tienen algo en común, viven en medio del miedo y del terror que provoca la incertidumbre. Llegan a lugares donde no conocen de derechos humanos y al final, quienes perdemos somos todos, la humanidad es la que está en juego.
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