Un vecino distante, desconfiado y colérico nos vigila
Aquel día de 1964, la ciudad de Hermosillo Sonora se enteró que Ignacio López Tarso iba a estar varios días en el auditorio del Museo Universitario, presentando la obra Cyrano de Bergerac. Ese lugar era en esa época, no se si ahora, el teatro de la Universidad y sus expresiones como materia, eran de las más avanzadas del país al frente del cual estaba el director Alberto Estrella. También vale recordar que hace casi 59 años, el actor recién fallecido ya era famoso. Como aquella muchachita, la única reportera que existía en ese estado en ese entonces (las mujeres priistas me reconocieron como pionera), el asunto me gustó porque en ese tiempo yo me sabía casi de memoria en verso, la obra de Edmond Rostand y quería ver, no solo reportear, como la actuaba López Tarso. Gran sorpresa causó en el auditorio, uno de los más grandes que he visto completamente lleno, cuando el actor solo mencionó unos cuantos versos de la obra y a continuación actuó e hizo lo mismo con retazos de otras obras de teatro. Lo que me dijo en ese entonces es que no siempre memorizaban las obras completas, cosa que me reafirmó Manolo Fábregas cuando le pedí que declamara íntegro un poema que solía sacar durante el Año Internacional de la mujer. Es natural porque las personas que viven de su buena memoria, deben dejar espacios para la cotidianidad de otras obras. Pero si recuerdo la voz joven de don Nacho con la entrada de Rostand en su largo poema:
-Quince rublos es la entrada
-Yo entro gratis.
– ¿Vos?, ¿por qué?
–Soy de la guardia montada
-¿Vos?
-Tampoco pago nada,
soy de la guardia de a pie.
CON LÓPEZ TARSO Y SU TROUPE, DE ELEGANTES CÓMICOS DE LA LEGUA
Las entrevistas que le hice a López Tarso y las notas sobre su actuación, que están en la hemeroteca sonorense, no reseñan totalmente la vida de un actor que al poco tiempo me contó sus intentos de irse de mojado, la vida del actor llena de conflictos económicos en un entorno complejo y la búsqueda muy similar de los actores que viajan y recorren al país y quizá otros países, como los antiguos cómicos de la legua, aunque lo hagan en avión o en automóvil. La expansión a otros entornos puede tener como interés desarrollar una disciplina y acercarla al público, pero la necesidad de sobrevivir también interviene. López Tarso en ese entonces se había surtido de varias obras para hacer un acto de representación con pedazos de esas obras. Al poco tiempo yo me había sumado a la troupe y lo llevé a una fiesta en la que estuvimos cantando La Barca de Guaymas. María Teresa Rivas que lo acompañaba en la gira, se sumó al canto del viejo y triste corrido.
EL PÚBLICO QUIERE AL TEATRO, POR ESO ES IMPORTANTE APOYARLO
López Tarso se acompañaba en aquel viaje por Sonora al que me sumé, con un tio, hombre grueso, alto que como parte del espectáculo declamaba poemas patrióticos en los estadios, con una voz muy ronca; Iba también un sobrino del actor, hombre al parecer minusválido y desde luego María Teresa Rivas, mujer joven aún, de mediana edad, que había sido un descubrimiento en plena madurez. En el viaje a Guaymas, fuimos a un estadio repleto de gente que a mi me gritaba elogios creyendo que yo era la dama joven, que era actriz. Siempre aparecía con un enorme moño detrás de los nuca y la minifalda de la época. Por la noche en el hotel los actores dieron una actuación a un público selecto. Yo enviaba mis notas a Periódicos Healy vía teléfono, que les había dado un buen respaldo de público. Al regreso a Hermosillo, nos fuimos cantando por la carretera una de época ya pasada:
Hice con mis sueños una red,
donde aprisionar tu corazón.
Y esa hamaca tan solo fue,
donde tu alma inquieta,
se adormeció.
Por la cercanía de su vuelo, me dejaron en el Hotel San Alberto donde estaban hospedados. Me fui con mi moño detrás de la nuca y solo volví a ver a López Tarso dos décadas después en la embajada rusa. Pero no me acerqué. Lamento mucho su muerte.