Libros de ayer y hoy
Las primeras doce jornadas de este 2023 han mantenido sumamente ocupada la mirada de periodistas y noticiarios; si no fueron los funerales de Benedicto XVI y su postrer affaire vaticano, han sido los hechos antidemocráticos y violentos en la capital de Brasil, la exótica cumbre de líderes de América del Norte, la recaptura de Ovidio Guzmán y una tarde de terror en Culiacán, o ha sido la primera mujer como presidenta de la SCJN, la tesis plagiada por otra eminente ministra del mismo órgano o, evidentemente, los trágicos eventos del choque de trenes del metro de la Ciudad de México.
Todo esto ha generado imágenes y datos que todos han salido a interpretar y entender pero, sobre todo, a juzgar.
Nos regodeamos en las imágenes. Todo aquello que es expuesto en fotos o videos se consume con fruición intoxicante. Lo peor, que en el mundo digital, todos se han vuelto expertos.
Basta una fotografía de un percance del transporte público para que muchos caigan en la tentación de ser peritos en accidentología, o un par de gestos en dos segundos de un amplio metraje de video entre mandatarios para que los expertos en ‘imagen pública’ cautiven con sus teorías.
Lo anterior no es del todo negativo, una cualidad humana importante es evaluar lo que se tiene enfrente; por supuesto, un mejor juicio proviene de un mayor discernimiento y riqueza de conocimiento, pero juzgar es una reacción humana primitiva.
Ahora bien: juzgar no significa ‘comprender’. De hecho, casi siempre hay una distancia insalvable entre ambas acciones y hay que decirlo: ante una mayor crudeza de juicio suele haber una menor comprensión de lo sucedido. O lo que es lo mismo: la verborrea radical evidencia ignorancia supina.
Las imágenes de hoy, sin embargo, parecen provocar otro fenómeno: La normalización del desastre hace parecer que ningún aspecto del año que ha iniciado tomará rumbo moderadamente positivo o siquiera calmo; parece que todos los aspectos de la agenda social deben tomar niveles de alarma y dramatismo para que siquiera sean vistos o atendidos por el respetable, el cual transita anestesiado entre horrores; apático del bien posible, víctima de la desgracia y el azar.
Un efecto de esto también será la triste convicción de varias personas y sectores sociales sobre las vías de resolución de conflictos. Lejos de la paciencia, el trabajo constante o el diálogo respetuoso, la sociedad aprende que la respuesta está en el escándalo, en la confrontación directa, en el puño y el insulto.
La salvaje sucesión de imágenes de desastres junto a un radical juicio pesimista son mezcla fértil para alimentar el resorte de la irritación social, del resentimiento y de la violencia. Y esto conlleva varias consecuencias negativas especialmente para los sectores más débiles e invisibilizados de la sociedad (hoy por hoy, los bebés, los infantes, los ancianos y los enfermos son las principales víctimas) imposibilitados de competir en igualdad de condiciones que varones y mujeres en plenitud de fuerzas físicas y simbólicas.
Ojalá que el resto del año no sucumba al ritmo alarmante de sus primeros doce días y que algunas virtudes humanas (especialmente la paciencia, la templanza, la humildad y la diligencia) ayuden a reconstruir el tejido social tan dañado con esperanza pero también con realismo porque ya lo dice la sabiduría ancestral: “El hilo roto puede volver a atarse pero siempre habrá de notarse el nudo”.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe