El agua, un derecho del pueblo
El pasado triunfo de Gustavo Petro en las presidenciales de Colombia ha revivido entre los opinólogos y editorialistas una -casi- abandonada discusión claramente ociosa: la contraposición de los conceptos de ‘izquierda’ y ‘derecha’ en los territorios geopolíticos del continente americano.
En pleno 2022, en un mundo postpandémico, hipertecnificado y en medio de un radical cambio de época resulta casi ofensiva la simplificación de las dinámicas políticas latinoamericanas en espectros ideológicos bipolares que, además de ser aún categorías eurocentristas, no reflejan ni de cerca la realidad socio-cultural que viven los pueblos contemporáneos.
En estos días, noticiarios y especialistas muestran incluso mapas del continente americano con países pintados en colores complementarios para distinguir a los pueblos cuyos liderazgos -sugieren- pertenecen a una u otra orilla del espectro político polarizado.
No se ruborizan al calificar a unos como ‘progresistas’ y a otros como ‘conservadores’; a los primeros ‘de izquierda’ y a los segundos ‘de derecha’; a unos los identifican aparentemente por su visión económica estatista y al resto por su idealización de la economía de mercado. Juzgan a unos por ‘defender la moral identitaria’ y a los de enfrente por ‘apoyar la resignificación de valores culturales’; a unos los llaman ‘populistas’ y a otros los definen como ‘socioliberales’. El colmo, depende de cada opinante, ciertos países coquetean con el autoritarismo, aunque sus líderes hayan recibido una aplastante preferencia electoral, y otros son buenamente democráticos, aunque sus gobernantes hayan llegado al poder mediante prácticas de injerencismo extranjero, corrupción sistémica o golpes de Estado.
En esta inútil simplificación (izquierdas vs derechas) solemos olvidar que la inmensa mayoría de los pueblos latinoamericanos nunca ha funcionado por bloques ni en absolutos ideológicos. Siempre han gozado y sufrido modelos políticos y económicos mixtos, complejos, propios e impuestos (especialmente lo último); además, gracias al sincretismo cultural, los perfiles ideológicos de los grupos políticos o de los liderazgos sociales navegan sin problemas entre identidades socialcristianas y liberalismos patrióticos anticlericales, o entre sentimientos nacional-revolucionarios post-coloniales y anhelos militaristas injerencistas sean estos de corte socialista o fascista.
Es decir, la categorización de ‘izquierda’ y ‘derecha’ para pueblos o liderazgos políticos latinoamericanos nunca ha sido realmente de utilidad para dichos pueblos; quizá sólo para que, desde el exterior, los verdaderos bloques geoeconómicos definieran en el pasado la ruta de sus intereses y las relaciones a establecer con la vasta pluralidad de naciones latinoamericanas. Hoy, por desgracia, estas categorías sólo sirven para acrecentar la polarización moralizante, para generar división y radicalismo, y para la autopreservación de la necedad intransigente.
En México, por ejemplo, aunque el gobierno en turno se identifica como ‘progresista’, algunos liderazgos del movimiento promueven ideas como valores morales y familiares tradicionales cercanos al catolicismo y al cristianismo evangélico. Aún más, en materia de seguridad, el ejecutivo ha desarrollado una militarización radical de las fuerzas del orden; la política social se aleja del del comunitarismo o el ecologismo al encargar obra pública titánica al ejército o al optar por una política de progreso industrial incluso a costa de la depredación del medio ambiente. En materia económica, no cabe duda, el intervencionismo estatal en dinámicas de mercado y de política exterior son banderas clásicas del conservadurismo, del neoconservadurismo específicamente.
En consecuencia, algunos de los nuevos grupos o movimientos políticos mexicanos creen que deben aprovechar el espectro opuesto planteado por el oficialismo y se autodefinen como ‘de derecha’ o ‘conservadores’. Sin embargo, la oposición a un gobierno identificado como ‘progresista’ se sorprende al descubrirse muy cercana a la tercera vía, a la socialdemocracia, al reformismo y a otras ideologías que coquetean con el vanguardismo, el laicismo, el pragmatismo y la equidad en la diversidad; banderas tradicionalmente ubicadas en ‘la izquierda’.
Claro, también está el riesgo de que algunos grupos ideológicos busquen recorrerse al extremo, hasta un franco fascismo integrista con tal de hacer contraste con un gobierno autoidentificado de izquierda pero que abraza rasgos decididamente conservadores. Esto, obviamente despierta radicalismos opuestos: extremos socialismos trasnochados. Ya lo advirtió Baudrillard: “El mundo está comprometido con los extremos, con el antagonismo radical, no con la reconciliación o la síntesis. Esto es también el principio del mal”.
La política, dicen los clásicos, debería ser el arte del bien común.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe