Cambio de coordenadas
Los enredos de Biden en su flanco sur
En la Cumbre extraordinaria de las Américas de 2004 –entre la tercera y la cuarta– Cuba se convirtió en un problema para el anfitrión México. El presidente de origen panista conservador Vicente Fox Quesada le pidió al comandante cubano Fidel Castro que no asistiera a la ciudad mexicana de Monterrey; y ante la negativa del legendario guerrillero ya en decadencia, Fox le dijo que llegara, que asistiera a la comida, que no ofendiera al presidente estadunidense George Bush Jr. y que se fuera a su país después de la comida. Este incidente se resumió en la frase de: “comes y te vas” que humilló al héroe de la revolución cubana.
La IX Cumbre de las Américas a realizarse a comienzos del próximo junio se ha convertido ya en un enredo estilo tropical: el anfitrión Joseph Biden decidió no invitar a siete países, entre ellos los tres centroamericanos con quienes tiene programas especiales para frenar la migración a Estados Unidos, y Cuba. El presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador presentó en una de sus conferencias de prensa una denuncia formal contra las exclusiones y adelantó su intención de no asistir a esa junta formal si no se invitaba a los excluidos. Y ya varios países han protestado por las no-invitaciones, aunque sus jefes de Estado estarían bajo protesta.
La Cumbre era una gran oportunidad para que el presidente de Estados Unidos asumiera un liderazgo activo en el continente americano, ante los amagos de la presencia de China, Rusia e Irán en algunos países de la región. La guerra en Ucrania y sus efectos energéticos perfilaron una relación de emergencia de Biden con el presidente venezolano Nicolás Maduro para asegurar el acceso al petróleo, pero con la circunstancia contradictoria de que Maduro no está invitado de manera oficial a la Cumbre. Y los tres más importantes países centroamericanos del conocido Triángulo del Norte reciben fondos especiales de RU para frenar la migración, aunque sus presidentes no han sido reconocidos como democráticos por la Casa Blanca.
Cuba es parte de lo que pudiera llamarse el divertimento tropical, aunque la seriedad del conflicto deja más preocupaciones. La CIA intentó derrocar y asesinar al líder Fidel Castro, pero su muerte fue natural y longeva. Y Cuba ha reafirmado su modelo marxista-leninista con inversión extranjera, con el dato adicional que en 2014 Obama reanudó de manera formal las relaciones diplomáticas con La Habana sin cuestionar su régimen de gobierno, pero las suspendió el presidente Donald Trump y ahora el presidente Biden vuelve a excluir a Cuba de la comunidad americana.
Nada ha salido, en los hechos, de las ocho reuniones de la Cumbre y la extraordinaria en México en 2004. EU aprovechó algunas para lanzar iniciativas de acuerdos comerciales, pero sin crear ningún mercado común. El presidente Hugo Chávez alentó una organización bolivariana sin Estados Unidos, pero tampoco pudo consolidar acuerdos comerciales ni reconstruir la planta productiva regional. Y el año pasado México anunció su intención de construir una organización latinoamericana y caribeña sin Estados Unidos, y ahora la Casa Blanca responde con invitaciones condicionadas a países que EU considera que no son democráticos.
El presidente mexicano ya informó de manera oficial que “podría” no asistir a la Cumbre y enviar a su canciller Marcelo Ebrard Casaubón como representante. La intención de México puede entenderse: EU ha regresado a los tiempos imperiales en los que certificaba qué país era democrático y podría tener relaciones con Washington. En 1962 la Casa Blanca instruyó a los países de la Organización de Estados Americanos a romper relaciones diplomáticas con Cuba por su definición en ese año como régimen marxista-leninista y sobre todo por su alianza estratégica y militar con la Unión Soviética, pero México fue el único país que se negó a obedecer y EU tuvo que tolerar esa autonomía relativa.
Biden ha restaurado la guerra fría de 1947-1992 que dividió al mundo entre aliados de EU y aliados de la URSS. Solo que la derrota del comunismo soviético en 1991 llevó a EU a abandonar a los países al sur del río Bravo y éstos asumieron definiciones de gobierno no socialistas, pero tampoco sumisas a Washington, y varios de ellos optaron por populismos caudillistas de corte capitalista con relaciones estratégicas con China, Rusia e Irán, metiendo a América en una zona de confusión ideológica.
Biden tomó ya la bandera de la guerra fría. A finales del año pasado realizó un Foro por la Democracia para convertir esta forma de gobierno en una cartilla de existencia oficial de las naciones, invitando a más de cien líderes mundiales; por cierto, y aunque fue vía internet, el presidente mexicano López Obrador no participó y envió a su canciller.
La IX Cumbre será un punto clave de la administración Biden: para tener éxito necesitaría la presencia de México y por tanto estaría obligado a desdecirse de sus exclusiones; pero si no cede, entonces México podría, con su ausencia o su presencia crítica, complicarle el escenario político a un Biden atrapado ya en la guerra de Ucrania y sobre todo enredaría más las relaciones al sur de sus fronteras, justo en momentos en que el narcotráfico sudamericano y la migración centroamericana y caribeña han reventado la seguridad de su frontera física.
Cualquiera que sea la salida a la crisis de relaciones derivada de las exclusiones a la IX Cumbre, Biden y EU tendrán ante sí un complicado escenario de descontrol de la zona americana, y más si en Brasil gana Lula y se abre a mayores relaciones con Rusia. Y en México las relaciones de dominación de EU estarían determinando el rumbo de la candidatura presidencial mexicana de 2024 como continuidad del nacionalismo de López Obrador, en tanto que en EU se posiciona otra vez Donald Trump con buenas tendencias electorales como candidato presidencial en 2024 contra –dicen– Biden como candidato demócrata y sus 82 años a cuestas.
Biden se metió en el pantano sudamericano y no sabe cómo salir.
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