Líneas Quadratín
México, un cementerio
Estamos por cerrar un año negro que dejó mucho dolor y ausencias en territorio nacional. Mueren familiares, amigos, amigas, compañeros y compañeras de trabajo. Mueren empresas, empleos y comienzan a fallecer esperanzas.
No solo los casi 110 mil fallecidos por Covid 19 al 5 de diciembre que enlutan al menos a igual número de familias (sin valorar el terrible subregistro que ha de existir); también el millón 10 mil empresas que cerraron sus operaciones con sus tres millones de empleados que perdieron el trabajo y los millones de trabajadores que tuvieron que aceptar que les redujeran el salario bajo la perspectiva de que lo perdieran de no aceptar el ajuste.
En muchos sentidos, el 2020 será recordado como un año negro.
El tiempo podrá colocar las cosas en su lugar y definir hasta qué grado la estrategia del Gobierno Federal en atención a la emergencia sanitaria y al daño económico fue parte de la solución o contribuyó al problema.
Lo cierto y que queda claro es que tanto el deceso de las empresas y sus desempleados como las muertes de nuestros familiares y amigos garantizan a México un sitio destacado a nivel mundial en la lista de las naciones más afectadas por la pandemia.
Por ahora centrémonos en las empresas.
Datos oficiales del INEGI señalan que en un periodo de 15 meses un millón 10 mil empresas de pequeño tamaño tuvieron que cerrar las puertas despidiendo a casi tres millones de trabajadores.
Déjeme darle más datos.
Números gruesos
La autoridad en la materia estadística afirma que en México existen, números gruesos, 6.5 millones de unidades económicas (empresas) de las cuales (nuevamente doy datos cerrados) 4 millones 150 mil son (o eran) empresas formales.
La diferencia entre los 6.5 millones de empresas y los 4.15 millones de empresas legales habla de la informalidad económica.
Del 100 por ciento de las empresas existentes en México, 99.8 por ciento pertenecen a segmentos que van de las micro hasta las medianas empresas. Las medianas llegan a tener hasta 250 trabajadores.
A partir de ese número de empleados la empresa ya deben de ser considerada como una empresa de gran tamaño.
Las micro empresas van desde uno hasta 10 trabajadores; las pequeñas desde los 11 hasta los 25 y las medianas de los 26 hasta los 250 empleados.
Hay otros criterios por niveles de facturación pero el anterior es el criterio más sencillo y aceptado.
Si Usted se da cuenta, esas empresas son casi absoluta mayoría y sobre esas espaldas descansan 78 de cada 100 empleos formales.
Las empresas grandes, de las que habrá el 0.2% generan y mantienen 22 empleos de cada 100 formales.
Huelga decir qué segmentos empresariales fueron los más dañados.
El millón 10 mil empresas fueron del segmento micro, pequeño y mediano.
Habrán sido más las micro empresas, siempre caminando en el filo de la navaja, sin recursos para enfrentar la necesidad de cerrar 45 días de operaciones y, a pesar de ello, mantener el salario de sus trabajadores. Del número total de empresas formales, se estima que 97.5% son micro empresas.
El asunto es grave porque si bien es cierto que una persona tarda muchos años en recuperarse de la pérdida de un ser humano, lo mismo sucede o se presenta en la economía.
No nos recuperaremos rápidamente del fallecimiento de esos negocios. Si bien es cierto que solo murieron 20.8% de las empresas, según el INEGI, las sobrevivientes no tienen ninguna garantía de mantenerse en el mercado.
El problema sigue su curso. No ha terminado.
La crisis, sin embargo, también brinda oportunidades, y en escenario de emergencia sanitaria se asegura que nacieron 619 mil 443 establecimientos (el 12.7% del pastel empresarial).
Estos tampoco tienen garantías de mantenerse en el mercado.
La pandemia en México, como en otras partes del mundo, arrecia y nada hay que garantice que se mantendrán en un escenario tan adverso.
Para no hablar de la escasa posibilidad de que estas empresas vivas contribuyan al proceso de recuperación. Los datos de la Inversión Fija Bruta, componente básico de cualquier crecimiento económico, pudieran anticipar la idea de que la recuperación será muy complicada.
Para abundar tomo la definición de IFB que proporcionan los economistas del BBVA porque me parece claro: “La inversión bruta fija se refiere a las compras de activos fijos, como maquinaria, que realiza una empresa durante un periodo, considerando tanto la inversión en nuevos equipos como la reposición de ellos». Digamos que es la inversión necesaria para dar respuesta correcta a una demanda que se estima próxima.
Ahora sí, comparemos crisis. Tomando en cuenta la de los años 2008/2009 y la de 1994/1995, con respecto a la de 2020 hasta el momento, nos arroja que la Inversión Fija Bruta ya lleva, en estos momentos y términos anualizados, 19 meses con contracción o signo negativo. Desde febrero de 2019 hasta el mes de agosto 2020, las cifras del INEGI presentan contracción en esta inversión. El sector privado no tiene motivos para invertir. Ni ambiente propicio para hacerlo.
La crisis de 2008/2009 implicó 14 meses consecutivos con contracciones en un pico de -17.1% en la contracción de abril de 2009.
Para la crisis de los años 1994/1995 también se acumularon 14 meses consecutivos con contracciones desde diciembre de 1994 hasta enero de 1996.
No obstante los ajustes de la crisis del 1994/1995 fueron mucho más fuertes en cuanto a IFB refiere.
Mientras que en la crisis que vivimos la parte más aguda, hasta ahora, en la IFB (Inversión Fija Bruta) se encontró un ajuste de -39.9% durante el mes de mayo con una cercana de -37.9% del mes previo; para mediados de los años noventa, las contracciones en inversión fueron más importantes.
En la crisis de 1994/1995 hay cinco contracciones superiores al -40%, siendo la más alta en junio de 1995 con -41.9%.
Acumularon menos meses de contracciones respecto a lo que hasta ahora cuenta la IFB en el 2019/2020, pero la dimensión de los ajustes ahora no tiene nada qué ver con los que se presentaron en 1994/1995.
Ninguna economía puede crecer o responder a la necesidad de recuperar un terreno perdido por la recesión si no invierte.
Lamentablemente, en el país no hay condiciones que motiven la inversión ni garanticen seguridad a la misma.
La desconfianza en el Gobierno Federal y en la manera en que el titular del Poder Ejecutivo toma decisiones ha sembrado, sin duda, el peor ambiente entre las partes de que se tenga memoria desde la confrontación entre Luis Echeverría con los empresarios de aquél entonces representados por la cúpula empresarial regiomontana. Ahora el descontento no es solo localizado en Nuevo León sino en varios estados más.
Debiéramos caminar juntos, iniciativa privada y Gobierno Federal, pero no hemos podido hacerlo.
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@etorreblancaj
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