Libros de ayer y hoy
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Trump-Biden, hasta nunca, Mr. Marshall
Encerrada en su propia realidad, Europa –no solo la Unión, sino la zona y sus áreas de influencia– parece ajena a lo que va a ocurrir en las próximas semanas en los EE. UU. Y no debiera ser malo, pues hasta ahora Europa ha sido rehén del imperio de la posguerra que advirtió Claude Julien en 1969.
Casi nadie está enfocando las elecciones como parte de la decadencia del imperio. Para poner a Joe Biden como el salvador del imperio se necesita entender el vacío político y de expectativas. En un análisis racional, a los EE. UU. le convendría más que se reeligiera Trump, porque cuando menos tiene el objetivo de reconstruir la centralidad imperial, a tropezones y golpes, pero ha entendido que los EE. UU. sólo pueden existir como imperio.
Aunque aquí se ha ido diciendo en textos anteriores, podemos resumir el dilema de los EE. UU. en esta elección: un imperio que sólo puede sobrevivir con la reconstrucción de la arrogancia (modelo Fulbright) o que sólo puede transcurrir sus últimos estertores con un respirador artificial (modelo establishment demócrata-republicano).
Los mensajes están a la vista, pero parecen no haber sido entendidos. Hace unos días más de medio millar de funcionarios y exfuncionarios del área de inteligencia y seguridad nacional expusieron en público su voto por Joe Biden y por tanto su critica a Trump, pero resulta que son los responsables del desmoronamiento del aparato de dominación de seguridad, del ablandamiento del escudo estratégico y de las filtraciones de informaciones militares.
De haberse entendido, esa declaración se habría sido asumido como una especie de golpe de Estado: el aparato de inteligencia y seguridad que forma el sistema nervioso del imperio militar repudia a Trump, pero la nota apenas tuvo medio día de presencia en medios y redes. Eso sí, llevó a la revisión de las decisiones de Trump en materia de reorganización de esas oficinas, con la exposición vergonzosa de funcionarios ineficaces en esa área dentro de la Casa Blanca: el consejo de seguridad nacional, la dirección central de inteligencia, el departamento de Estado y la jefatura de estados mayores conjuntos de las fuerzas armadas.
Trump ha amenazado con retirar apoyo a los organismos dedicados a subsanar equilibrios militares, estratégicos y de seguridad y dejar al mundo sin policía mundial, lo cual debería ser una buena noticia. Rusia y China ya no son una amenaza militar, Irán no encararía a Europa, el medio oriente quiere la paz y el costo militar de los países es un lastre para las economías desarrolladas. En consecuencia, los EE. UU. bien pueden irse con su OTAN a otro lado, pues al fin y al cabo una mini OTAN serviría pata estabilizar zonas en conflicto: y además de la ONU, la UE puede dinamizar organismos para toma de decisiones militares en conjunto. La mala experiencia de Tony Blair y José Martí Aznar con Bush en nada beneficio a Europa, y peor cuando sus apoyos a invasiones y ataques se hicieron sobre información manipulada por la inteligencia inglesa, la CIA y la oficina central del vicepresidente Dick Cheney,
Las guerras entre naciones ya no son territoriales ni militares, sino cibernéticas, económicas y comerciales. El comunismo murió en 1989 y no ha podido revivir siquiera como ideología de equilibrio o de contraste, en tanto que la socialdemocracia ha regresado a su realidad conservadora. En lugar de ideas preconcebidas, los países están buscando programas sociales, equilibrios entre clases, nuevas relaciones de producción y atención a los ascensos sociales salariales.
El proceso de desamericanización de Europa desde los tiempos del Plan Marshall había avanzado mucho desde el fin del imperio soviético y las dificultades de los EE. UU. para seguir cargando al mundo. Con trampas y mañas el candidato demócrata Barack Obama quiso volver a meter a los EE. UU. en Europa con su discurso de campaña presidencial en Berlín en 2008, porque ya para entonces la guerra fría ideológica era pieza de museo. Trump se metió a codazos en Europa vía la OTAN y se encontró con una comunidad más o menos homogénea con marcadas distancias a los enfoques militares imperiales. China ha tenido la habilidad de no mezclarse en Europa y Putin prefiere los entendimientos.
Si gana Trump las elecciones, sus problemas internos lo mantendrán distante de Europa y del mundo, si acaso por algunas reformas comerciales que causarán problemas económicos; las guerras perdidas en Afganistán e Irak son una carga estadunidense y el terrorismo se ha atomizado en agendas no nacionales. Si gana Biden, su incapacidad de gobierno afectará la seguridad nacional y la comunidad de servicios de inteligencia regresará a sus tonos burocráticos del pasado.
Lo que importa será saber los espacios de acción de Europa y de Iberoamérica. En el llamado viejo continente seguirán los desacuerdos nacionales y las crisis económicas. Pero en el sur de la frontera estadunidense no habrá buenas noticias porque Europa ha regresado a los enfoques aislacionistas. España sigue politizando Venezuela, Cuba carece de destino, Centroamérica mantiene el enfoque de Kissinger de “naciones no viables”, Brasil avanza hacia su descomposición interna y México carece de atención europea, lo que convierte a estas naciones en una zona de tensión a favor de la geopolítica estadunidenses.
La desamericanización de Europa se debe salir al fin del dominio del imperio estadunidense y a nuevos y mejores acuerdos con Iberoamérica. La oportunidad no pasa por Trump o por Biden.