Líneas Quadratín
No sólo un hecho insólito e indigno, sino patético.
Es un espectáculo penoso para un presidente mexicano –o de cualquier parte del mundo–, sobre todo a sólo 20 meses de iniciada una gestión que será de seis años y que, curioso, arrancó como la gran esperanza de México.
Y sin duda que nadie lo habría creído si hace 20 meses una voz crística hubiese apostado –cuando 8 de cada 10 mexicanos amaban al nuevo gobierno–, que el presidente López Obrador saldría huyendo ante el enojo popular.
Nadie habría imaginado que, para no hacer frente al reclamo de una sociedad indignada, el mandatario debiera salir –de manera literal–, “por la puerta trasera” de sus eventos.
Nadie habría apostado que “filtros” de decenas de militares disfrazados de ciudadanos, debieran ser apostados en las puertas de los eventos para impedir la entrada del “verdadero púeblo” a los discursos presidenciales.
Incluso, pocos habrían creído que en cada viaje al interior del país –de los desplazamientos por carretera–, el presidente debiera ser cuidado por cada vez un mayor número de militares, guardias nacionales y marinos.
Peor aún, cada día es más frecuente ver que en las visitas presidenciales por distintas entidades del país, las conferencias de prensa se llevan a cabo casi en secreto y, sobre todo, en instalaciones de militares, marinos y guardias nacionales, para facilitar la salida urgente del presiente, ante una emergencia.
Y los momentos emergentes no son sólo aquellos que podría imaginar cualquier especialista en seguridad; por ejemplo, ante el riesgo de viajar en las zonas de alto impacto criminal.
No, las emergencias mayores que enfrenta el presidente mexicano –a 20 meses de iniciado su gobierno–, es el enojo ciudadano; el reclamo de miles o millones de electores que se dicen traicionados, defraudados y engañados; aquellos a quienes el gobierno de López les quitó el empleo, su guardería, su refugio, la vida de sus seres queridos y el presupuesto para buscar a sus desaparecidos.
Pero la más penosa huída presidencial se produjo apenas en días pasados cuando, a la llegada al aeropuerto de Ciudad de México, el presidente bajó del avión directamente a la pista, de donde fue trasladado en camioneta blindada a Palacio, sin pasar por las salas de llegada, en donde lo esperaban muchos ciudadanos enojados.
De esa huía, como de muchas otras, existen videos que circularon profusamente en “las benditas” redes y que atestiguan la debacle presidencial.
Horas antes, durante su más reciente gira por Sonora en dos eventos distintos, el presidente salió huyendo “por la puerta trasera” y –según los videos–, dejó plantados a cientos de ciudadanos que, mediante pancartas y gritos, le exigían cumplir lo prometido en campaña.
Los quejosos se plantaron fuera de una instalación militar, desde la madrugada, y sólo alcanzaron a ver de lejos el comboy presidencial, cuando ya había concluido el evento.
Y es que, en los últimos meses, las conferencias mañaneras que realiza el presidente en gira por los estados han sido convocadas en instalaciones militares o de marinos, para impedir que la gente indignada se acerque, le reclame, lo insulte y hasta para evitar que lance objetos al mandatario.
Se han dado casos, como en Guanajuato, en donde el encuentro del presidente y el gobernador se produjo en las instalaciones militares, en donde también se llevó a cabo la conferencia mañanera.
Luego de los dos eventos, el presidente debió ser sacado en helicóptero para evadir no sólo los riesgos del crimen organizado, sino para no hacer frente a un exigente y creciente reclamo social.
En ese caso, igual que en Oaxaca, gran parte de la gira se realizó a bordo de un comboy de más de 20 camionetas blindadas, con miles de militares y marinos apostados a lo largo de los trayectos y sin ningún evento con ciudadanos reales, de carne y huesto.
¿No son ciudadanos reales?
En efecto, cada vez es más complejo y más costoso montar el teatro de las visitas presidenciales a las distintas entidades federativas.
Y, la razón, es elemental.
Resulta que, desde las conferencias mañaneras, hasta el más humilde de los eventos presidenciales, son un montaje con actores o simpatizantes a sueldo y a modo. Es decir, la gente de las colonias, de los barrios y los pueblos que quiere ver y exigirle al presidente que cumpla lo prometido, es replegada y hasta amedrentada para que se retire.
Sí, sólo pueden asistir a los eventos teatrales de López Obrador, aquellos acarreados que, previamente, fueron comprados y adiestrados por Morena –en cada región del país–, para apludir al presidente.
Y es que, en efecto, se cumplió lo que aquí pronosticamos desde hace 20 meses; “más temprano que tarde llegará el día en que el presidente Obrador no pueda salir a la calle y no pueda dar la cara a la gente, sin ser abucheado”.
Y esos días ya llegaron, a penas al cumplir 20 meses de gobierno.
Al tiempo.