Libros de ayer y hoy
Mucha razón tuvo Jorge Luis Borges cuando dijo que «hay que tener cuidado al elegir a los enemigos, porque uno termina pareciéndose a ellos».
El lunes el presidente López Obrador emitió un acuerdo para que las Fuerzas Armadas puedan realizar tareas de seguridad pública hasta el último año de su sexenio.
Lo que criticó en otros lo va a practicar él.
Tanto insultar a Calderón, para hacer lo mismo.
Lo imita tarde y mal, luego de haber destruido lo que había.
Todas las ramas de las Fuerzas Armadas a las calles, donde permanecerán hasta que termine el sexenio.
Hay una gran diferencia respecto a lo hecho por Felipe Calderón en su mandato: AMLO va a usar a las Fuerzas Armadas para sofocar las consecuencias de una crisis potencializada por sus errores.
Felipe Calderón combatió a los cárteles que le disputaban al Estado el mando en algunas zonas del país.
López Obrador, en cambio, tiene una relación fluida con las bandas de narcotraficantes y les ha dispensado valiosos favores que mucho le agradecen.
Por eso la pregunta es ¿para qué quiere al Ejército y a la Marina en funciones de policía, si no ha combatido al narco ni ha desmembrado ninguna de las grandes células criminales?
No hay que ir muy lejos por la respuesta: el gobierno del presidente López Obrador y su anillo al dedo, el coronavirus, mandarán a la pobreza extrema a 10 millones de mexicanos este año.
Son personas que comían todos los días y ahora no podrán hacerlo pues sus ingresos no van a alcanzar para adquirir una canasta básica.
Así es que AMLO no sólo va a necesitar a la Guardia Nacional, al Ejército, a la Marina y a cuerpos de orden locales, sino que en una de esas también querrá habilitar a los bomberos para cuidar la seguridad pública.
Es tal la ineptitud para resolver las aristas más dramáticas de la crisis económica, que el presidente echa mano de la militarización del país para tener con qué reprimir la escalada delictiva en que hemos entrado.
En tres quincenas se han perdido 750 mil empleos, que son personas con necesidades y familiares que dependen de ellos. Y, dato importante, la mitad de los despedidos en abril son jóvenes menores de 29 años.
Hace apenas dos años demandaba «que regresen los soldados a sus cuarteles. Este es un asunto (la inseguridad) que se tiene que resolver de otra manera. Que no se utilice (a las Fuerzas Armadas) para suplir las incapacidades de los gobiernos civiles. No es con el Ejército como se pueden resolver los problemas de seguridad y de violencia. No podemos aceptar un gobierno militarista».
¿Qué pasó? ¿Por qué el cambio de opinión? ¿No era él quien insultaba y llamó asesinos a Felipe Calderón por poner al Ejército y a la Marina a combatir a los cárteles criminales, y a Peña Nieto por mantenerlos en esa función?
¿Dónde están los morenistas que derramaban ácido contra las Fuerzas Armadas y hasta hace unos días difundían el lema «Calderón, traidor a la patria»?
Por el afán de destruir lo que había, López Obrador liquidó a la Policía Federal y creó la Guardia Nacional que no tiene pies ni cabeza.
Se trata de un cuerpo militarizado, integrado por marinos -que tienen una vocación y formación especial-, juntos con soldados que cuentan con otra preparación, y civiles que nada tienen que ver con la disciplina y el quehacer castrense.
El resultado de ese mazacote fue la Guardia Nacional, sin capacidad para someter a nadie, excepto a mujeres y niños migrantes.
Con tal desorden, los delitos y la criminalidad se han disparado en este sexenio, y ya venía alta. Los narcos se pasean por donde quieran y matan más gente que antes, aún en cuarentena.
La presencia de las Fuerzas Armadas en la lucha contra el crimen organizado, en los dos sexenios anteriores, tenía objetivos estratégicos.
Se desarticuló a los cárteles más sanguinarios con la finalidad de que no hubiese ningún grupo armado con capacidad de retar o doblegar al Estado.
Ese avance ya se perdió. Recordemos Culiacán. Y las imágenes de nuestros soldados desarmados, amarrados y objeto de burla por parte de pandillas de delincuentes.
Ahora el presidente López Obrador, ante la entrada de una terrible crisis económica, desempleo y descomposición social, lanzó este acuerdo para militarizar el país.
Es todo lo contrario a lo que decía y prometía.
Una mañana de estas debería tener la gentileza de decir «perdón Felipe, disculpa Enrique».