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QUERÉTARO, Qro., 5 de enero 2020.- Pocos saben de la existencia de Artabán, el cuarto Rey Mago, que nunca llegó a su destino y que aún así fue recompensado. Era un hombre de largas barbas, ojos nobles y profundos que recidía, se dice, en el año 4 a. C. en el monte Ushita, detalla BBC.
Un día cualquiera llegan hasta su cueva emisarios de Melchor, Gaspar y Baltasar, que le advierten del descubrimiento de una estrella que anuncia el nacimiento de ese ansiado mesías y lo citan en la ciudad de Borsippa.
Antes de partir, Artabán elige cuidadosamente las ofrendas que depositará a los pies del mesías: un diamante de Méroe, que repele los golpes del hierro y neutraliza los venenos; un jaspe de Chipre, que estimula el don de la oratoria; y un rubí de las Sirtes, cuyo fulgor disipa las tinieblas del espíritu.
Artabán cabalgó sin descanso hasta que, a las afueras de Borsippa, se tropieza con un hombre agonizante y desnudo, un comerciante que ha sido desvalijado por unos ladrones y después golpeado sin piedad.
Lavó con vino sus heridas y entablilla sus huesos quebrados. Cuando el viajero le confesó que los ladrones lo han despojado de todos sus caudales, se apiadó de él y le regala el diamante de Méroe que reservaba para el mesías.