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Los premios al mérito y sus efectos políticos y económicos.
Por: Teresa Gil [email protected]
Premiar a alguien por sus méritos no siempre tiene un rasgo generoso. Las grandes fundaciones de becas saben muy bien que sus impuestos serán descontados y tendrán puntos de aumento en sus relaciones con sus gobiernos.
En el caso del Nobel, el premio más destacado a nivel mundial, la monarquía supo desde 1901 cuando lo empezó a otorgar, el valor publicitario que tendría el premio y lo que le daría como mérito político y económico a su país. No estaban equivocados aunque haya habido tropiezos serios, primero en cuatro años de la Segunda Guerra Mundial cuando no se entregó y recientemente con el caso de los acosos sexuales de algunos miembros destacados de la academia sueca.
Una monarquía bamboleante que en las bases no es bien vista, es la española, que procura mantenerse contra viento y marea y uno de sus asideros son los premios que se otorgan anualmente, el ahora llamado Premio Princesa de Asturias y los Premios Internacionales de Periodismo Rey de España. Hay que recalcar que estos, los suecos, el venezolano Rómulo Gallegos entre otros internacionales y los que entrega México a diversos sectores por sus méritos, son a costa de los erarios.
La hacienda interna ha elevado la virtud y la fama de los que los entregan aunque el dinero no sea de ellos. El dinero público ha servido además, en algunos casos controvertidos, para indiciar ganadores, soltar información secreta y quizá cosas más graves que se pueden sospechar.
PREMIAR PARA GANAR, MENOS LOS PERIODISTAS QUE YA NO RECIBEN NADA
El gobierno mexicano premia el mérito de diferentes maneras, una de ellas son las becas. Otras son los premios nacionales en varias disciplinas en los que se entregan jugosos aportes y otros más de distintas secretarias y en las que algunos tienen la inclusión de la dádiva. La entrega de la medalla Belisario Domínguez se cubre con un buen efectivo, de dinero público. Uno de los premios más importantes, destacados y alto por el efectivo es el Juan Ruiz de Alarcón que se otorga en Guerrero, a literatos, poetas y dramaturgos. Algunos estados hacen lo mismo.
Y hasta primeras damas se dan el lujo de crear premios especiales con nuestro dinero, como lo hizo la señora Angélica Rivera. Los periodistas tenían su propio reconocimiento en el Premio Nacional de Periodismo e Información, que otorgaba la Secretaría de Gobernación y que llegó a ofrecer antes de su cancelación, 250 mil pesos a los premiados.
El regodeo y ostentación de los propios secretarios y otros funcionarios, de un premio que era pagado con el dinero público creó una reacción en el medio y el premio fue trasladado a un consejo en el que están universidades, pero que ya no da aporte en efectivo.
El consejo premia solo a periodistas. Al plantear la autonomía del premio se les olvidó a sus promotores que el dinero que se daba era del pueblo y que por lo tanto en la autonomía, los periodistas tenían el derecho a recibirlo por sus méritos. Hoy, los organismos que hacen reconocimientos se limitan a las consabidas diplomas, las que otorga entre otros grupos y organizaciones el Club de Periodistas de México.
El reconocimiento se hace a políticos, miembros del poder judicial, trabajos que se nutren de Google y en general articulistas y colaboradores. La base trabajadora del periodismo, es menos. La fundación Pagés tenia otra entrega y la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) en contraposición con la Organización Internacional de Periodistas (OIP), a través de la FELAP, daban también reconocimientos, como lo hace el Club Primera Plana. El premio del consejo, poco difundido, carece de recursos públicos y reconoce anualmente a un grupo de periodistas. Con diplomas.
“TODOS TENÍAN PREMIO”, TERRIBLE NARRACIÓN DE EMILIANO PÉREZ CRUZ
En la antología crítico-histórica que hizo Seymour Menton, El cuento hispanoamericano (Colección popular del Fondo de Cultura Económica 1986) se dividió la selección en 9 temas, de acuerdo a las corrientes que abarcó. Aparecen en el libro, de 734 páginas, muchos de los destacados exponentes de la literatura de hispanoamérica , en este caso del cuento. Están, de México, Manuel Payno, Manuel Gutiérrez Nájera, Martín Luis Guzmán, José Revueltas, Juan Rulfo, Juan José Arreola, José Agustín y Emiliano Pérez Cruz.
A este lo sitúa en la corriente del feminismo y la violencia. Su cuento, breve, de seis páginas, expone el relato de un niño de doce años, en las desgarradoras vivencias del lumpenazgo mexicano. Seres pobres, algunos miserables, sumergidos en su propia pobreza y su incultura y condenados a su desaparición acorde al entorno en donde viven.
Todos, como lo canta a diario la vendedora de lotería, tenían premio: su destrucción. Situaciones que suelen darse en el país. Ese es su premio, muy diferente al de otros sectores que coexisten en los extremos mexicanos y que reciben premios no por su desgracia sino por sus méritos. Pérez Cruz, periodista, narrador de larga trayectoria, es reconocido por sus crónicas con las que penetra en las profundidades de la vida y la cultura populares. Y no siempre, como en el cuento mencionado arriba, con la exposición de una vida feliz. Tiene 64 años y nació en la Ciudad de México.