Libros de ayer y hoy
USO DE RAZÓN
Lo que no hizo Peña y sí hace AMLO
Pablo Hiriart
El domingo el presidente estuvo en Balancán y bajo el calor del medio día le habló a sus paisanos de la importancia de no echar la flojera porque “compañero, escucha, en la hamaca no se lucha”.
Un día antes, sábado 18, fue a Ocosingo, Chiapas, y exhortó a los tzeltales a no beber cerveza, a dedicarle más tiempo al amor, y tampoco tomar “aguas puercas” -en referencia a los refrescos-, pues es mejor tomar pozol, pinol, tascalate o café.
Regañó a los que manejan los programas de becas para estudiantes de nivel medio superior porque los recursos no llegaban a quienes lo necesitan, según le dijeron los jóvenes ahí reunidos.
A todos los lugares donde va estrecha manos, suda la gota gorda, escucha y responde lo que la gente quiere oír o lo que él puede ofrecer, le hace preguntas a la multitud que se congrega para estar con su presidente, explica sus programas.
Dijo a los asistentes, para convencerlos de la necesidad de apoyar el programa Sembrando Vida: “avancemos lo más que se pueda, no se las pongamos fácil a los de la mafia del poder, que si ellos vuelven otra vez, que les cueste trabajo echar para atrás lo que se haya conseguido, lo que se haya avanzado”.
Y la gente se prende. Lo mismo en Palenque, Balancán y Ocosingo.
Cree en lo que dice. Se emociona con la tarea y la ve también como una obligación pedagógica.
Hay épica en los discursos de López Obrador en los pueblos, comunidades y rancherías.
Por eso y no por otra cosa la gente responde que es un honor estar con Obrador.
Se esté de acuerdo o no con el presidente, así se promueve un proyecto y así se gana a la población.
López Obrador sabe que el respaldo es indispensable para la transformación que quiere hacer y para ello se necesita pueblo, gente, apoyos.
Los apoyos, en política, así como vienen se van. Nadie los tiene asegurados para siempre. Son veleidosos, caprichosos, hay que cultivarlos.
AMLO pone a la gente de su lado con un discurso sencillo y les enseña al enemigo: la cerveza, la mafia del poder, el agua puerca, regaña a los funcionarios que no hacen la tarea…
Esa épica, de ponerse delante de “los héroes”, hacerlos sentirse importantes y valiosos para vencer a “los antihéroes” y lograr la hazaña colectiva, la lleva a todas las ciudades.
Sábado 13 de abril, en Hopelchén (“Me dieron pozol dulce de oreja de mico”). Domingo 14, en Champotón (“Ya me autorizaron los campechanos a decir: si quieres corrupción, ¡toma tu Champotón!”). Domingo 21 de abril, en Veracruz (“Nos entregaron un país en crisis, un cochinero, pero lo estamos limpiando”). Sábado 27 de abril, en Minatitlán (“¿Saben cuántas víctimas nos dejaron los dos sexenios anteriores? Más de un millón, de los gobiernos de Calderón y de Peña Nieto, pero eso como que se olvida, como que hay amnesia”). Domingo 28 de abril, Juchitán (“Requerimos la unidad necesaria, la básica. No pelearnos. La patria es primero. Ya chole de pleitos”). Sábado 4 de mayo, Sabinas y Ciudad Acuña (“Podemos tener buenas intenciones, dar instrucciones, pero no se cumplen. No. Se tiene que cumplir. Ya ven cómo soy yo, de perseverante, de terco”). Domingo 5 de mayo, Piedras Negras (“No hay generales que pertenezcan a la mafia del poder. Son leales servidores de la nación”).
Y así va consolidando adhesiones o al menos evita que se le escapen.
Claro, para eso hay que trabajar sábados y domingos.
Nuestro ex presidente Enrique Peña Nieto, con una extraordinaria agenda de reformas que, bien llevadas, nos habrían sacado del subdesarrollo en uno o dos sexenios, nunca se preocupó por convencer.
La opinión pública le pareció secundaria y prefirió el golf a estrechar manos sudorosas.
Nunca tomó en serio que si él fracasaba, fracasaba con él un formidable proyecto de país.
“Su popularidad va a la baja, presidente, y eso conduce a la entrega del poder”, le dije, a manera de pregunta en Palacio Nacional durante una entrevista que le hicimos seis periodistas en su segundo año de gobierno.
“No gobierno para las encuestas”, respondió.
Se equivocó medio a medio.
Una agenda de reformas como la que él traía para el país, necesitaba respaldo popular y lo rehusó.
¿Alguien ha movido un dedo por la derogación de la reforma educativa? Nadie. Cero manifestaciones. Ni Claudio X dice esta boca es mía.
¿Hay protestas en Tabasco y Campeche por el congelamiento de la reforma energética que iba a levantar esa zona? Cero.
Lo más repudiado en el gobierno de Peña Nieto fueron las reformas estructurales porque él no las promovió pueblo por pueblo, ciudad por ciudad.
López Obrador, en cambio, trae la lealtad de pueblos enteros que le aplauden a rabiar la siembra de árboles frutales en la selva, un Tren Maya, dos vaquillas, una refinería y otros proyectos en su agenda.
El gran proyecto de transformación del país que presentó Peña Nieto y en buena medida venía de sexenios anteriores, fue aprobado por las cúpulas, pero le faltó corazón. Le faltó pueblo. Le faltó épica